Dulce dama, no me mires así.
Tus ojos me recriminan con pesadumbre, como si yo fuera un siervo bajo las
órdenes de un cruel señor que está a punto de condenarte a muerte.
Sólo te he dicho lo que pienso: no estoy preparado para tener una relación.
No quiero que dependas de mí. No quiero depender de ti. Es algo complicado, y
ninguno de los dos está preparado para tal responsabilidad. ¿Te comprometerías
a verme únicamente a mí como tu único apoyo? ¿Dejarás de seducir a otros
hombres, como tengo entendido que te gusta? ¿Dejarás que sea yo quien te mire?
¿Tus focos estarán dirigidos únicamente a mí? ¿Seré capaz yo de comprometerme a
lo mismo?
Esto es algo serio. Lo que propones es un contrato verbal, en donde nuestro
orgullo y nuestros corazones se ponen en juego. Un paso en falso y nada volverá
a ser igual. Una vez me hayas hecho dar el paso y haya bajado las compuertas de
latón que protegen mi corazón, tú tendrás el poder de destrozarlo o
corromperlo. ¿Serás capaz de hacerte cargo de él? ¿Seré yo capaz de hacerme
cargo del tuyo?
Es un juego complicado, donde no hay reglas que nos aseguren que los dos
consigamos más de lo que hemos apostado. Y la pérdida puede llevarnos a la
destrucción mutua. Estos bellos recuerdos que hemos compartido hasta ahora se
teñirán de odio y de resentimiento. ¿Entraremos en una batalla para recuperar
lo que nos hemos obligado a perder? Entonces, puedo asegurarte, que sí me
convertiré en ese verdugo que me acusas ser con esa mirada aparentemente
inocente.
Lo siento, pero no me fío ni un pelo de ti, bella dama.
Igual que no confío en mi persona para poder sostenerte entre mis brazos,
no tengo esperanzas de que tú seas capaz de cuidar de mí.
¿Te parecen tan crueles mis palabras? Entonces, demuéstrame que me
confundo, dulce dama.
Perdona, en este mundo en el que todo está corrompido y donde el amor no es
más que un sentimiento fortuito que depende de las circunstancias en las que
una persona se encuentre en un momento concreto, expectante de un
físico espléndido y unas características especiales en lo relativo a su personalidad,
no soy capaz de comprender qué es lo que me asegura que tú, bella y dulce dama,
digas la verdad cuando aseguras estar enamorada de mí. Porque las palabras se
las lleva el viento, y el corazón de una mujer es tan variable que nada puede
asegurarme que cuando hoy me dices que me amas, mañana encontrarás a un hombre
que te dé lo que necesites y desaparezcas porque has encontrado a un príncipe
mejor.
¿Nos comprometemos entonces a ser lo único que nos veamos cada día? ¿Harás
ese sacrificio por mí?
Sobre la cuestión que me planteas de si haría yo lo mismo por ti, te
asentiré sin ninguna duda.
Hasta que algo mejor aparezca ante mí, claro...
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