Un escritor escribe por puro placer de expresar las imágenes y los sentimientos que adornan su universo.
Cada mañana, al despertar, mira a tu alrededor. Busca una fotografía, un recuerdo del pasado y cárgate con la fuerza de aquel instante. Con esa energía enervando tu espíritu, sólo piensa en las palabras mágicas: "Sonríele a la vida, y ésta te sonreirá".
sábado, 28 de julio de 2012
jueves, 26 de julio de 2012
Fragmento Memorias de una Tragedia
-
¿Alguna vez te has sentido vacía? – la
oyó decir de improvisto. La sacerdotisa se sorprendió por la tristeza que
notaba en su voz –. Cuando vine aquí, me sentía así… Había perdido a uno de mis
mejores amigos, después de haberme reencontrado con él. Por un instante, creía
que era la persona más feliz del mundo… Y entonces, se sacrificó por mí y volví
a perderlo…
Recordaba la primera
vez que vino allí. Aquella desolada muchacha con la mirada perdida.
-
¿Sabes qué se siente estando en esa
oscuridad…? – musitó –. Viendo cómo tu familia y tus amigos mueren ante ti;
quedándote siempre sola, queriendo ser tú quien muera… ¿Sabes lo que se siente
cuando, después de mucho tiempo creyendo que tu vida no vale una miseria y que
tu existencia es insignificante, te hacen ver que realmente importas en el
mundo…?
Lanzó una especie de
sonrisa sarcástica, que la hizo comprender cuán duro se le hacía expresar sus
propios pensamientos en voz alta. La sacerdotisa agachó la cabeza. Se sentía
mal. Sabía perfectamente cómo se sentía. Mei siguió murmurando en aquel tono de
voz sin vida.
-
¿Sabes lo que es, después de convencerte
de que no eres más que un monstruo sin corazón, que no merece nada más que la
muerte, creer que tienes la oportunidad de sentir cariño? Siempre siendo
víctima del odio y la desesperanza, ilusa de mí, creí que tenía el derecho a
amar a alguien…
Hizo una pausa. La sacerdotisa
la escuchó sollozar. Mei se apretó las piernas con fuerza, aguantando el dolor
que sentía. La muchacha sentía que algo la destrozaba por dentro, como si un
desgarro le descompusiera las entrañas. La rabia y la desesperanza eran
insoportables. Le temblaba el labio inferior. Entre lágrimas, alzó la cabeza y
clavó sus ojos llorosos en la mujer que tenía delante.
-
¿Tanto me odian los dioses como para
arrebatarme una vez más mi esperanza? – preguntó, alzando cada vez más la voz,
hasta convertirse en un grito histérico –. ¿Sabes qué es encontrar a la persona
que hace que todo tu mundo tenga sentido, que haga que sientas que tienes
sentido…? ¿Sabes cuánto duele tener que estar a su lado cuando quieres ser
también su mundo, compartir el tuyo, todo, con esa persona…?
La
sacerdotisa no se inmutó. Tenía la mirada perdida en aquellos ojos azules
anegados en lágrimas. Se sentía extraña. Era como verse a sí misma, pero con
otro rostro. Reconocía el dolor, comprendía esa tristeza infinita. Era ella
misma a sus veinte años.
Se sintió
sin fuerzas. No podía soportar más esa remembranza. Había aceptado que ella no
era capaz de tener al único amor de su vida, aquel amigo de infancia con el que
seguía pasando sus horas, pero a quien no tendría jamás. Aquel hombre del que
llevaba enamorada desde que era una chiquilla, pero que su posición y la de él
los separaba… Todo, por obligaciones. Por tradiciones. Por jerarquía… Aquel
hombre, el único que la llamaba por su nombre, Lian-Hua, aquél que jamás la
había tocado porque ella era intocable. El odio que sintió por sus padres y por
lo ancianos de la aldea por obligarla a convertirse en sacerdotisa y negarle
por toda su eternidad el contacto con aquella única persona que quería que la
poseyera… Ella no tenía permitido amar. Igual que aquella muchacha que tenía
delante, que se parecía a ella…
Dio media
vuelta, no pudiendo soportarlo más. El odio, la rabia, la tristeza, el anhelo,
el cariño, el amor… No podía seguir mirando a aquella muchacha.
Abrió la puerta,
queriendo desaparecer de aquella habitación.
- Yo sólo quería ayudar a mis amigos… a mi
familia… – masculló Mei, volviendo a sumergirse en la tristeza. La sacerdotisa
se detuvo, escuchando sus últimas palabras –. Quería devolverles el cariño que
me han dado… Quería que me cuidara… que me amara… ¿Por qué? ¿Por qué queréis
arrebatármelo todo?
La mujer salió de la
habitación, no pudiendo aguantarlo más. Mientras cerraba la puerta, escuchó los
gritos de Mei.
-
¡No puedo matar a nadie más! No puedo,
no puedo, no puedo, no puedo…
Aquellas
dos palabras, «no puedo», siguieron resonando en la oscuridad del pasillo, como
un eco infinito, aullado desde lo más profundo del abismo.
Capítulo 21.
UNA CONVERSACIÓN Y UN ENFRENTAMIENTO
martes, 24 de julio de 2012
La mañana siguiente
Tras las luces brillantes distorsionadas por el alcohol, llega un nuevo día, marcando la realidad de lo que posiblemente quisiste ayer escapar.
viernes, 20 de julio de 2012
Palabras vacías
Hablar por hablar, únicamente por querer rellenar un silencio.
Únicamente por darle una razón a tu existencia. Vacía como sientes la vida,
intentas darle un poco de color con el attrezzo de tus palabras, de tal forma
que usas cualquier frase malograda con el único fin de sentirte realizado o
vivo, porque tu voz resuena en los oídos de quien te escucha y ese eco te
demuestra que tienes razón de ser.
A veces se sobrestima el poder de las palabras. A veces el
silencio es tan agradecido como una broma cuya gracia se perderá en el olvido. Y
muchas veces, es necesario para apreciar la tranquilidad. En este mundo en el
que corremos y nos estresamos, pasamos por alto la tranquilidad. Nos
zambullimos de cabeza en el caos. Y así ocurre que nos llenamos de palabras y
conversaciones vacías. Así es como hablamos de asuntos banales y hay disputas
por asuntos que en realidad no tienen importancia alguna.
Nos falta tranquilidad. Nos falta comprender la verdadera
importancia de la palabra y del silencio. Nos falta disfrutar de los pequeños
placeres de nuestra lengua y de nuestra grandiosa capacidad como seres
racionales: del pensamiento.
miércoles, 18 de julio de 2012
Para seguir firmemente sujeto al suelo sin que el mal temporal te arrastre tienes que ser fuerte y resistir el zarandeo del viento y las gotas de lluvia. También sirve ser astuto y encontrar refugio, pero requiere que tengas recursos propios para cuidar de ti mismo.
El frío intentará ganar la batalla, pero no lo hará si sigues caminando con cuidado, sabiendo que llegará el momento en el que se detenga la lluvia torrencial y el sol volverá a brillar en el firmamento.
lunes, 16 de julio de 2012
domingo, 15 de julio de 2012
Negativismo (3)
“Por cada cosa que en mi
vida llega a ser buena,
Dios juega en mi contra y gana
arrebatándome la alegría
e implantando una desgracia aún peor...”
jueves, 12 de julio de 2012
lunes, 9 de julio de 2012
The Last Boss
Estoy cansado de oír los gritos
de mi madre proveniente del final del pasillo. Sí, vale, es verdad. Debería
dejarlo por unos minutos y unirme a mi familia en torno a la mesa. Es la hora
de la cena. Pero algo me impide moverme del mullido colchón de mi cama. No
puedo despegarme de este teclado. Es cuestión de vida o muerte...
Pulso las teclas X y Z simultáneamente, haciendo un
ataque especial que corta en dos la enorme planta carnívora que me corta el
paso. Debo correr lo más rápido posible y esconderme de mis enemigos antes de
que estos decidan darme sepultura. No he estado invirtiendo una media de 36
horas semanales para que llegue un extraño troll montado en una avispa voladora
y acabe con mi cazador oscuro de nivel 54. Tantas horas de entrenamiento para
subir de nivel, tanto dinero gastado vendiendo conchas de acorabejos y
cuernos de terriciervos para que ahora una amazona con una
pequeña hoz me salga al encuentro y me derrote. ¡Necesito encontrar el final de
este laberinto! ¿Dónde se esconde el dichoso jefe de planta? ¿The Last Boss?
Escucho una vez más los gritos del monstruo de la casa
y unas pisadas enfadadas acercándose por el pasillo, cada vez más cerca de
mi oscuro santuario. Los golpes en la puerta me parecen una llamada
proveniente desde el mismísimo abismo. La furia que noto en la voz de mi madre
hace que pierda por un momento la concentración y dejo de prestar atención de
por dónde ando. Entonces, algo le ocurre a mi cazador oscuro. Algo lo atrapa
desde la derecha de la pantalla y me arrastra sin que pueda recurrir a ningún
truco para detener la emboscada. Una amazona sale a mi encuentro y me ataca.
Consigo detener el ataque lanzando mi látigo para amordazarla. Un golpe
crítico. El látigo se enrosca en torno a su brazo y queda inmovilizada. Espero
a que se me conceda el turno para que pueda escoger arma, y elijo la espada.
Gracias a la experiencia que he ido adquiriendo durante tantas horas
invertidas, ejecuto perfectamente un ataque petrificador. La amazona queda
convertida en piedra y me sale un cuadro de diálogo dándome la enhorabuena por
la excelente batalla. Orgulloso de mí mismo, levanto los dos brazos en alto,
felicitándome por mi gran hazaña.
Pero mi acto heroico queda suprimido por los gritos de
mi madre. Avergonzado, bajo los dos brazos y agacho la cabeza. Tantos años
viviendo en esta casa con ella, sé que es la mejor opción cuando me habla con
esos humos. Como de costumbre, su sermón de cada día: «¿por qué te estás tanto
tiempo aquí encerrado? ¿Es que no piensas cenar?».
Murmuro un «sí, voy», no muy convencido. Cómo no
podría ser de otra manera, mi madre se enfada aún más. Yo doy un pequeño brinco
en mi cama. No voy a negarlo: mi madre es el ser más terrorífico que he
conocido. A diferencia del tigre dorado Reargro, su enorme manaza
es capaz de darme en todo el morro y hacer que vea las estrellas.
Me dispongo a dejar el portátil encima de la cama y
poner la misión en pausa, justo cuando algo llama mi atención. Entrecierro los
ojos y me fijo en una sombra que se ve casi al final del bosque. Mi corazón
palpita emocionado. Es él, el último jefe de esta planta.
Todo mi mundo se detiene en este momento. Las palabras
de mi madre traspasan mi cerebro y desaparecen en lo más profundo de mi mente,
sin que su significado penetre mi cortex frontal. Sólo me importa una cosa:
tengo que escapar de ahí antes de que el Last Boss me alcance.
Aún no estoy preparado para enfrentarme a él, no hasta que consiga recuperar fuerzas
con alguna baya mágica. Por tanto, hago que mi cazador oscuro de media vuelta y
me alejo de aquel lugar. Sin embargo, en mi camino encuentro una pequeña
criatura que me llama la atención. Parece un armadillo. Es la primera vez que
me encuentro a este bichejo y me fascina. Siento la necesidad de recabar datos
sobre él una vez derrotado y ver qué objetos consigo después de matarlo.
Olvidando por un segundo que tengo al gran jefe a escasos pasos de mí, me lanzo
de lleno a una batalla que no creo que dure más de un asalto.
Grato error.
Nada más me pongo a luchar con él y lanzo mi primer
ataque, me viene a la cabeza el oponente que más me ha impactado en lo que
llevo de partida: el dichoso acorabejo. No entiendo muy bien de
dónde le viene el nombre, porque en realidad se parece más a una cucaracha con
enormes pinzas, pero ese asqueroso insecto tiene un caparazón que, además de
poder venderlo a muy buen precio, es muy difícil de destruir. Por tanto, a no
ser que se tenga algún hechizo de fuego para poder calcinarlo hasta convertirlo
en polvo, lo que en un principio parece coser y cantar, se convierte en una
lucha contra el aburrimiento de tantos minutos que debes invertir para poder
quitártelo de encima. Y estando en niveles inferiores, debo decir que su ataque
es uno de los más temidos, ya que apenas cuentas con defensas...
Olvidado mi gran amigo el acorabejo con
el que hace tanto tiempo que no tropiezo, ni por la cabeza se me había pasado
que este animalito a primera vista fácil de derrotar pudiera ser tan
jodidamente resistente.
Es entonces, cuando la banda sonora cambia y mi
corazón se detiene por una milésima de segundo. Escucho a mi madre lanzarme un
ultimátum alegando que desconectará Internet si no muevo mi culo en este
preciso instante. Pero yo no puedo moverme. Porque en este momento, veo cómo se
nos une a la batalla el enemigo del que estaba huyendo a propósito. The
Last Boss se presenta con un nombre tan potente como su propia imagen
de dinosaurio con unas tres filas de colmillos. Terrosaurio.
Ataco primero al Terrosaurio, seguro de que el
armadillo no será un impedimento. Mi ataque parece hacerle algo de daño, pero
entonces, pasa a ser el turno de mis dos enemigos. Y en contra de lo que me
esperaba, el dichoso armadillo usa un conjuro que jamás hasta el momento había
presenciado: defensa férrea, que aumenta su defensa y la de sus aliados en
la batalla...
Comprendo que mi final está al llegar. Yo, un único
jugador, enfrentado a dos oponentes: uno con una defensa que puede proteger a
su oponente, y el gran Terrosaurio cuyas fauces es capaz de
destrozar por completo a mi medio-herido cazador oscuro. No hay manera de que
consiga salir vivo de esta batalla.
Junto con los gritos de mi madre que se acerca dando
zancadas al router que hay en una de las baldas más altas de mi habitación, veo
cómo el armadillo repite una vez más su hechizo que protege al Terrosaurio de
mi más potente ataque, y éste se mantiene en pie sin sufrir ninguna clase de
daño. Trago saliva y cruzo los dedos, rezando a cualquier dios que ampare a mi
querido cazador oscuro de una muerte segura.
Ya nada me importa. Ni que mi madre apague el botón
del router, ni que el Terrosaurio me destroce con su
devastador ataque... Con o sin Internet, mi cazador oscuro de nivel 54 ha
perdido la batalla, y sin haber podido guardar la partida antes de llegar a un
lugar seguro, volveré a donde había empezado… Tantas horas invertidas para que
todo vuelva a cómo lo dejé una semana atrás, antes de que me embarcara en esta
cruda misión…
¡Maldito armadillo y su inesperado hechizo!
Esto me hace recordar una cosa. Hace unos días,
encontré a mi hermana pequeña jugando al Shoot Bubble en su Samsung
Galaxy Mini. Mi madre no le gritó, porque tenía la suerte de que el móvil puede
llevarlo a todos lados. Por tanto, no tiene problemas en dejar una partida y
ponerse a cenar. Aún así, no es este detalle el que quiero señalar. No puedes
comparar la complejidad de mis batallas de estrategia a disparar bolas de
colores para hacer una cadena de tres y destrozar la imagen dibujada. Pero sí
hubo algo que me enseñó ese videojuego para principiantes, que ahora mismo,
recién derrotado por ese jefecillo de tres al cuarto, me doy cuenta de la
lección que he ignorado como un novato: no te dejes despistar por lo que tengas
a mano. Si te confías en lo que tienes delante y pierdes la concentración de lo
que hay más allá, es posible que pierdas la batalla porque tú mismo te has
dejado rodear por el caos. Si me hubiera fijado en el Last Boss que
se acercaba a mí mientras luchaba con ese endemoniado armadillo, hubiese
escapado y recuperado fuerzas antes de lanzarme a una batalla suicida… Ese
elemento externo, mi dichosa madre, que me incordió en el momento menos
oportuno…
Puede que para mi madre todo esto sea una chorrada y
un desperdicio. Puede que mi hermana me llame friki. Puede que mi padre me mire
con cara extrañada porque me pase tanto tiempo encerrado en mi cuarto en vez de
lanzarme al terrorífico mundo real y hacer el ridículo queriendo buscar un
ligue…
Pero lo que opinen me da igual. Yo soy feliz con mis
enseñanzas. Porque estoy convencido de que detrás de tanto esfuerzo e
imaginación, hay un sentido. ¿Detrás de los videojuegos? Está claro: más
que fijarnos en lo más próximo, debemos fijar la atención, principalmente, en
el objetivo final.
viernes, 6 de julio de 2012
Yao el sabio dice esta vez...
- Desaprovechar la buena disposición de los que tienes a tu alrededor es un pecado tan grande como hacer daño a una persona. Es un pecado contra ti mismo.
MEMORIAS DE UNA TRAGEDIA.
Cap. 12. REENCUENTROS Y DESENCUENTROS
jueves, 5 de julio de 2012
Paciencia y cambio
Deja de esperar que aparezca de repente.
Todo tiene su momento y su lugar concreto, no porque lo desees obtendrás aquello que deseas. Tendrás que tener paciencia y luchar para conseguirlo.
Hazte amigo del tiempo.
Disfruta del momento.
Disfruta con tu propia compañía, mientras esperas a ese "amor".
Primero tendrás que cambiar.
De pensar, o de actuar, o de ser...
Cuando comiences a cambiar, llegará el cambio en tu vida.
La cuestión es no estancarte.
Simplemente, avanza.
martes, 3 de julio de 2012
Rabia de que la gente hable, se queje, maldiga y se revuelque en su miseria, pero que no ve la puta cruda realidad: la vida… ¡Es una mierda! ¡Afróntalo y continua adelante!
Quien no se consuela es porque no quiere. Te
pareceré cruel, pero es lo que pienso en este momento. Las personas se quejan
de sus vidas y se revuelven en su propia mierda, produciendo cada vez más hasta
que se ahogan en los desechos que ellos mismos han creado.
Llámame cínica. Admito que tienes razón. Pero la
rabia me corroe por dentro, como una serpiente venenosa que se retuerce poco a
poco y se queda enroscada en torno a mi estómago. Me amenaza con esos dientes
llenos de ponzoña. Y qué quieres que te diga, me dejo llevar por ella, porque
tengo miedo del daño que pueda producir en mí si no le hago caso.
Es sólo que en esta vida, es todo tan vago y tan
superficial que me de asco la gente que va de víctima. Una servidora camina con
su propio pie, tal vez demasiado despacio, pero siempre adelante. Repito,
lentamente. Demasiado, hasta el punto que te preguntas dónde quedó el resto y
por qué tú eres la única pringada que no ha conseguido lo que otros. Pero en cierto
sentido, no acelerarte tanto no te viene tan mal, porque al ir despacio puedes
ver las cosas con más calma.
Llámame egoísta. ¿Pero quién no lo es hoy en día?
Mucho se habla de la amistad, pero en la base de ese contrato social radica el
deseo de tener a la otra persona para tu propio beneficio para cuando a ti te
convenga. Se adornará todo lo que quieras, pero al fin y al cabo, es el
individuo contratante quien importa, no el objeto que se contrata en sí.
¿Serías capaz de sacrificar tu vida por la persona que te ha jurado lealtad? No
me vendas paparruchadas, porque no me las trago. Ni en la antigüedad, cuando se
luchaba en nombre de un señor, de un líder al que se idolatraba, éste no se rebajaba
a sacrificar su vida por un mero soldado, aunque fuera su más ferviente
seguidor. ¡Me río yo en las promesas de lealtad! Esos adorados partidos
políticos, que te prometen un trabajo y ahí sigues tú, siete meses después,
pagando para que te den nuevos estudios para intentar conseguirlo por tu
cuenta… Jajaja.
Me toca la moral, de verdad… Dan ganas de mandar
todo muy lejos. O incluso ser tú quien se vaya al Quinto Pino[1]
y espere a que el sentido común vuelva, mientras te tomas una cerveza.
Soy cruel, lo sé, con las palabras que te dirijo.
¿Pero no es la cruda realidad? Me gusta pensar en que todo es posible, en que
todo se puede superar, en que la gente cuida de quienes les importa, pero
cuando te cargas con tanta negatividad, pierdes de vista la filosofía con la
que intentas afrontar cada maldito día de tu dichosa vida, sólo para conseguir
dibujarte una sonrisa. Y me jode que la gente no sea capaz de seguir tu dichoso
ejemplo, buscar las mínimas cosas en la vida y encontrar algo positivo y que en
vez de ser tú quien tenga que correr para ponerse delante de ellos y tirar,
sean ellos capaces de hacerlos por sí mismos, para que te dejen a ti avanzar a
tu ritmo. Es agotador, cuando sientes que luchas solo.
Las palabras están para oírlas. Las notas están
para tocarlas. La música está para que reflexiones y encuentres el sentido en
toda la maraña de chascos que llevas encima y aprendas y evoluciones. La cabeza
existe por algún motivo. Se nos considera racionales y lógicos por algún
motivo… En vez de quedarte ahí tumbado, revolcándote en tu tristeza, ¿qué te
cuesta dejar pasar un poco el tiempo y una vez te hayas desahogado un poco,
levantar la cabeza y ver que el agua no cubre tanto como para que no puedas
salir de ahí?
Las respuestas sólo están en tu interior. Será crudo lo que tengas que hacer. Puede que
hagas daño a gente y puede que salgas tú perjudicado, pero para eso tienes tu
cabeza, para pensar en la mejor manera de hacer las cosas y sacar tu máximo
beneficio de ello.
Con todo esto sólo quiero destacar una cosa:
seamos realistas. Por mucho que la realidad apeste, es lo único verdadero que
tenemos en nuestra vida.
A toda esa miseria, a ese revolcarse en tu propio
lodo, sólo tengo unas palabras que decirle: sólo es un día. Un bache
momentáneo. Todo el mundo tiene su propios dramas, ya sean grandes o pequeños.
Pero todo pasa. Siempre que uno decida sobreponerse. Nadie tirará por ti. Estás
solo, amigo. Como mucho, si has sido alguien que ha dado algo a la persona
adecuada, puede que recibas la ayuda que pides a gritos. Pero eso es muy escaso.
¿Por qué lo pienso tan rotundamente? Porque la humanidad ha perdido su toque de
confianza. Hemos pasado de ser una sociedad en la que se mira por el bien común
a otra en la que sólo importa mi propio beneficio. Sólo tienes que mirar las
situaciones tan dispares en las que vivimos. En la época de la Revolución, la
gente se sacrificaba por un ideal, se alzaba para conseguir algo, si no era
para él, para las generaciones que vendrían después. Importaba lo que les
ocurría. Hoy día… ¿dónde queda ese sentimiento de empatía?
Estamos desperdigados, cada uno sigue su propio
camino, y pocos son los que realmente se detienen para esperar al que le viene
detrás. Puedes estar rodeado de gente, tener mil contactos en Facebook,
pero de entre todos esos: ¿quién es capaz de ver dentro de tu ser y discernir
qué es lo que te pasa? Somos payasos que van por la vida intentando hacer la
gracia, pero a veces el tiro nos sale por la culata. Tanta vana alegría no toca
fondo y todo se queda en el aire.
Como en el aire quedan estas palabras que te
dedico, amigo mío, aquel que sigue quejándose de cosas que algún remedio
tendrán, y que lo toma todo como si él fuera el único que sufre en este mundo
cruel en el que nosotros mismos nos hemos zambullido de cabeza. Pero bueno, no
voy a darte lecciones, porque como siempre ocurre: quien aprende es aquél que
quiere aprender. Y hoy día nadie quiere esforzarse. Así que, como tú lo haces,
yo también despotrico, me revuelvo en mi propia mierda y cuando me haya cansado
ya me levantaré y seguiré con mi camino, poco a poco, a paso lento. Prestaré
atención a lo que me rodea, me enamoraré del paisaje, me reiré del caminar
enrevesado de otros. Después de escupir toda la rabia que llevo dentro, volveré
a calmarme y retomaré mi estúpida pero confortable filosofía: encuentra un
sentido en lo más estúpido y pequeño de tu mundo y céntrate en ello. Quiérete
por encima de todo. Con todo eso en mente, sólo un detalle más. Sonríe.
“Sonríele a la vida y ésta te sonreirá”.
Estúpido consuelo para una estúpida que nada
espera de la vida, simplemente un caminar lento, tranquilo, con una meta
desconocida. Ambas partes, la oscura y la brillante, agarradas de la mano,
tirando de mí. Y ahí avanzo, poco a poco, a través de la estupidez humana.
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