viernes, 24 de mayo de 2013

Horas inciertas (Anónimo)


En estas horas inciertas en las que el silencio y sólo el silencio es el dueño de mi mundo, me pregunto dónde se refugian las palabras, dónde quedan los pensamientos del ser humano cuando se sumerge en un profundo sueño; dónde su sentido común, o su locura; dónde el ángel o el diablo que todos llevamos dentro. Cómo podemos, al fin, dormir, cerrar los ojos y navegar hacia el vacío cuando el mundo sigue girando, sigue llorando y lamiéndose sus millones de heridas abiertas… En estas horas inciertas en las que la casa está en silencio y sólo la rabia, suave, me acompaña, imagino qué ocurriría si el mundo un día decidiese largarse, si la tierra optase por sacudirse de nosotros, gemir desde lo más profundo de sus entrañas y dejarnos a todos vagando por el espacio infinito. Qué ocurriría si desapareciese su paciencia y su llanto inundase nuestras hermosas ciudades, o nuestros atroces campos de refugiados… Qué sucedería si, hastiada de nosotros, la tierra gritara alto, muy alto, con rabia…

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Nota: este relato no me pertenece. Desconozco el nombre de su autor original, ya que llegó a mis manos en una clase de Taller de Narrativa en el colegio. Las palabras captaron mi atención y lo guardé con interés, esperando algún día compartir la rabia que guardan sus palabras. 

lunes, 20 de mayo de 2013

"Sonríele a la vida y ésta te sonreirá"

Hoy estoy sentimental. No preguntéis por qué, la razón exacta no importa. Sólo recordar que, aunque sea cínica en mis escritos, aunque critique al ser humano por egoísta, hipócrita, individualista y cruel, muy en el fondo, es por ansias infinitas de querer creer en la bondad, la honestidad y el cariño de las personas.

No somos tan débiles como creemos. Los débiles son los cobardes que se esconden de quienes son, de quienes quieren ser. Los que intimidan a otros con la fuerza, con la grandeza de creerse superiores, son realmente los que no tienen esa estrella, los que no brillan, los que no tienen la capacidad de renacer de sus cenizas y tirar adelante. ¿Yo? Ni de lejos soy alguien fuerte. Pero tampoco me considero una enclenque.

Soy cínica, guardo un monstruo dentro de mí que crece de rabia cada X tiempo, que despotrica con mala sangre, que grita y destroza, pero que no tiende a dañar a quien no debe (salvo a las personas de excesiva confianza: la familia, pilar que siempre estará en mi vida como gran esqueleto sostenedor de mi coraje), pero también conservo la calma de saber jugar mis batallas, creo en la verdad, en la sabiduría y el cariño, la honestidad. Aunque me río de las razones de la humanidad para vivir, la verdad es que desearía morir por algo, desearía luchar por una razón, como los antiguos soldados que iban a combatir a la guerra y daban su vida por su país, por su familia, por su señor, por su ideología. Por algo.

Soy ilusa, crédula, boba, freak, estúpida, ingenua, excéntrica, loca, inteligente, nerd, pasota, egoísta (pero no mezquina), sentimental, fría, incrédula... Sí, una maraña y una contradicción de significados. Pero todo eso soy yo. Una pequeña estúpida que se despierta cada mañana, no se cuida, no busca nada de la vida, se ríe de lo que puede (incluso de sí misma), disfruta de los pequeños placeres de la vida, desconecta con música, anime, manga, libros, amistades, escritura, series, películas... Toda una sarta de hobbies que avanzan y cada vez se hace más extensa la lista de cosas que me crean como persona.

Me llamo Haizea. Hace... seis años, estaba descontenta de ser quién era. Conservo mis diarios en los que me decía a mí misma odiarme por quién era, por ser una cosa negativa, triste, depresiva, complicada, desconfiada, introvertida... Pero han pasado seis años, en los que he crecido. Tras hundirme en un hoyo, en el que prácticamente me metí yo sola, me aislé del mundo, empecé de cero y cambié. El cambio no fue repentino. Ha seguido un proceso de evolución, gracias a los encuentros con personas que han ido apareciendo en mi vida y que me han ido convirtiéndome en la persona de la que hoy día estoy orgullosa de ser. Tal vez siga sin ser lo que quiera por completo, no soy perfecta, no soy la mejor, no soy la más lista, ni la más amable, ni la más bella, ni la más encantadora... Pero ese prototipo de perfección no es lo que quiero. Quiero mis fallos, quiero mi ánimo de reírme de mis errores, quiero las ganas de seguir mejorando.

Sin embargo, para ser esa persona de la que estar orgullosa, es necesario poder vivir en paz contigo mismo. A veces desearía romperme la crisma y destrozarme por completo. Eso desea el monstruo que llevo dentro, aunque cierto es que antes desearía destrozar a todos los demás. Gracias a los dioses, la música calma el espíritu y lo mantiene bajo control. Dulce nana. Pero por lo general, levanto la mirada al espejo y me alegro de ser quien soy. Imperfecta, pero perfecta a mi manera para quien quiero ser.

Que nadie se ría de ti. Se tú quien se ría de sí mismo. Pero que esa risa no sea una burla cruel contra ti. Sino una muestra de cariño hacia tu persona. Sonríe, porque sólo así, el mundo puede brillar para ti.

A veces lo olvido, pero siempre hay algo, o alguien, que me hace recordar mi lema. Por si aún no lo sabes, te lo repito, apréndelo, porque puede serte de ayuda algún día:

"Sonríele a la vida y ésta te sonreirá"

Nunca sabes quién puede salvarte de la oscuridad. Pero siempre puedes confiar en ti. Aprende a quererte. 


Haizea Luceño



A continuación adjunto un link a un vídeo (está en inglés, pero subtitulado al castellano) que me hizo llorar en su día y guardé porque me parece excepcional. No sólo el hombre que da el discurso lo pone todo de tal forma que puedas reírte (tal y como digo yo, reírse de uno mismo de sus propias desgracias), sino que dice frases, consejos, duros pero ciertos, de lo que miles de personas pasan y deben hacer para aceptarse a sí mismos. Me encandiló y si a alguien le encandila igual que a mí, bienvenido sea. 

http://www.ted.com/talks/shane_koyczan_to_this_day_for_the_bullied_and_beautiful.html?utm_campaign=&source=twitter&utm_source=t.co&awesm=on.ted.com_s7Iu&utm_medium=on.ted.com-twitter&utm_content=addthis-custom#.UU93ZDymUQt.twitter


To this day for the bullied (Al día de hoy)

Cuando era niño, escondía mi corazón en la cama porque mi mamá decía, «Si no eres cuidadoso, un día, alguien te lo romperá». Te lo digo yo. La cama no es un buen escondite. Lo sé porque he sido derribado tantas veces que me da vértigo defenderme por mí mismo. 

Pero eso es lo que nos dijeron. Defiéndete sólo. Y es duro hacerlo si no sabes quién eres. Esperamos definirnos a una edad temprana, y si no lo hicimos, otros lo hicieron por nosotros. Friki. Gordo. Puto. Marica. Y a la vez que nos estaban diciendo lo que éramos, nos preguntaban: “¿Qué quieres ser cuando seas mayor?”. 

Siempre pensé que era una pregunta improcedente. Supone que no podemos ser lo que ya somos. Éramos niños. Cuando era niños, quería ser hombre. Quería un plan de pensión, que me mantuviera suficientemente bien como para hacer dulce la vejez. Cuando era niño, quería afeitarme. Ahora – se ríe, haciendo alusión a su enorme barba –, no tanto. Cuando tenía ocho años, quería ser biólogo marino. Cuando tenía nueve, vi la película “Tiburón” y pensé: “No gracias”. Y cuando tenía diez, me dijeron que mis padres me abandonaron porque no me querían. Cuando tenía once, quería que me dejaran solo. Cuando tenía doce, quería morir. Cuando tenía trece, quería matar a un chico. Cuando tenía catorce, me pidieron que considerara seriamente una carrera. Dije «me gustaría ser escritor».  Y me dijeron: «elige algo realista». Entonces dije: «luchador profesional». Y me dijeron: «no seas estúpido». 

¿Ven? Me preguntaron qué quería ser, y entonces me dijeron qué no ser. Y yo no era el único. Se nos dice que de alguna manera debemos ser lo que no somos, sacrificar lo que somos para heredar la máscara de lo que seremos. Me dijeron que aceptara la identidad que otros me darían. Y me preguntaba: ¿qué hace mis sueños tan fáciles de desechar? Claramente, mis sueños son débiles, tímidos, porque son canadienses (broma de Canadienses). Mis sueños son autoconscientes y excesivamente cabizbajos. Están a solas en el baile de la secundaria, y nunca han sido besados. Verán, mis sueños también fueron calificados. Bobo, estúpido, imposible. Pero seguí soñando. Iba a ser un luchador. Lo tenía todo pensado. Iba a ser el Hombre Basura. Mi golpe final iba a ser El Compactador de Basura. Mi lema iba a ser: “¡estoy sacando la basura!”. Y entonces este tipo, Duke “Contenedor” Droese, robó todo mi número. Estaba aplastado, como por un compactador de basura. Y pensé: ¿y ahora qué? ¿Qué hago? ¿A qué acudo?

Poesía.  Como un bumerán, lo que adoraba regresó a mí. Una de las primeras líneas de poesía que recuerdo haber escrito fue en respuesta a un mundo que me exigía odiarme. De los 15 a los 18 años, me odié por convertirme en lo que detestaba: un abusón. Cuando tenía 19, escribí:

“Me amaré a pesar de mi dócil inclinación a lo contrario” (“I will love myself despite the ease with which I lean towards the opposite”)

Defenderse solo no implica adoptar la violencia. Cuando era niño, negociaba tareas escolares por amistad, luego les daba un pase (give them a late slip) por no llegar nunca a tiempo y en la mayoría de las veces ni eso. Me di un permiso para afrontar cada promesa rota. Y recuerdo ese plan, nacido de la frustración de un niño que llamaban “Yogi”, y luego señalaban mi barriga y decían: “Demasiadas cestas de picnic”. Resulta que no es tan difícil engañar a alguien, y un día antes de clase dije; “Sí, puedes copiar mi tarea”, y les di a todos las respuestas incorrectas que había escrito la noche anterior. Entregó su hoja esperando una puntuación casi perfecta y no podía creer cuando me miró al otro lado del aula y sostenía un cero. Yo sabía que no tenía que mostrar mi hoja de 28/30 , pero mi satisfacción fue completa cuando él me miró, desconcertado, y pensé: “más inteligente que el oso promedio, hijo de puta”.

Este soy yo. Así es como me defiendo. 

Cuando era un niño, solía pensar que las chuletas de cerdo y las chuletas de karate (karate chop) eran lo mismo. Pensé que las dos eran chuletas de cerdo. Y como mi abuela pensaba que era lindo, y como eran mis favoritos, me dejó seguir haciéndolo. No es una cosa importante. Un día, antes de que comprendiera que los niños gordos no están hechos para trepar. Me caí de un árbol y me magullé el lado derecho de mi cuerpo. Temí contarle a mi abuela que me había metido en problemas por jugar donde no debía. Unos días después, el profesor de gimnasia notó el hematoma y me envió a la oficina del Director. De ahí a otra habitación pequeña con una señora muy agradable que me hizo todo tipo de preguntas sobre mi vida en casa. No vi ninguna razón para mentir. Hasta donde me concernía, la vida era bastante buena, le dije. Cuando estoy triste, mi abuela me da chuletas de karate (haciendo referencia a las de cerdo, que llama incorrectamente). Esto llevó a una investigación profunda, y me sacaron de casa por tres días, hasta que finalmente decidieron preguntarme cómo me había hecho los moratones. Noticias de esta pequeña historia tonta se extendieron rápidamente por la escuela y gané mi primer apodo: “chuleta de cerdo” (prokchop). Al día de hoy, odio las chuletas de cerdo.

No soy el único niño que creció así, rodeado de gente que decía esa rima de los palos y las piedras, como si los huesos rotos dolieran más que los nombre con los que nos llamaban, y nos decían de todo. Así, crecimos creyendo que nadie se enamoraría de nosotros, que estaríamos solos por siempre, que nunca conoceríamos a alguien que nos hiciera sentir que el sol era algo hecho para nosotros en su taller. Cuerdas rotas del corazón sangraron nostalgia y tratamos de vaciarnos para no sentir nada. No me digan que duele menos que un hueso roto, que una vida encarnada es algo que los cirujanos pueden quitar, que no hay forma de que haga metástasis; lo hace.

Ella tenía 8 años. Nuestro primer día en tercero la llamaron fea. Ambos nos pasamos para atrás del salón y así paramos el bombardeo de bolas de papel. Pero los pasillos de la escuela eran un campo de batalla. Nos vimos superados día tras miserable día. Solíamos no salir a los recreos, porque afuera era peor. Afuera, había que echar a correr, o aprender a permanecer quietos como estatuas, para no dar ninguna pista de que estábamos allí. En quinto grado, grabaron un cartel al frente de su escritorio que decía: “cuidado con el perro”. Al día de hoy, a pesar de un esposo amoroso, no cree que sea hermosa debido a una marca de nacimiento que cubre un poco menos de la mitad de su rostro. Los niños solían decir: “parece como una respuesta incorrecta, que alguien intentó borrar pero que no pudo hacerlo”. Y nunca entenderá que ella está criando a dos niños cuya definición de belleza comienza con la palabra “mamá”, porque ven su corazón antes que su piel, porque ella siempre ha sido increíble.

Él, era una rama rota injertada en un árbol familiar diferente. Adoptado, no porque sus padres optaron por un destino diferente. Tenía tres años cuando se convirtió en una mezcla de una parte de abandono y dos de tragedia. Inició terapia en octavo grado, tenía una personalidad formada por exámenes y pastillas, su vida era cuesta arriba montañas, cuesta abajo, acantilados, cuatro quintos suicida, una pleamar de antidepresivos, y una adolescencia en que lo llamaban “Drogo”. Una parte por las pastillas, 99 porciento por la crueldad. Intentó suicidarse en 10º grado cuando un niño que aún podía ir a casa de sus padres tuvo la osadía de decirle: “supéralo”. Como si la depresión fuera algo que se pudiera remediar con algo sacado de un kit de primeros auxilios. Hoy día, es un taco de dinamita encendido en ambos extremos, podría describirles con detalle la forma en que el cielo se curva en el momento anterior a su caída, y a pesar de un ejército de amigos que lo llaman una inspiración, sigue siendo una pieza de conversación entre personas que no pueden entender que a veces estar libre de drogas tiene menos que ver con adicción y más con cordura.

No fuimos los únicos niños que crecimos así. Al día de hoy, los niños todavía reciben apodos. Los clásicos: hola estúpido, hola imbécil. Parece que cada escuela cuenta con un arsenal de apodos que logra actualizarse cada año, y si un niño irrumpe en una escuela y nadie alrededor decide escuchar, ¿acaso se inmutan? Son solo ruido de fondo de una banda sonora atascada que repite cuando la gente dice cosas como: “los niños pueden ser crueles”. Todas las escuelas eran una carpa de circo, y la jerarquía iba de acróbatas a domadores de león, de payasos a feriantes, todas estas leguas por delante a las que iríamos. Fuimos raros, niños garra de langosta y señoras barbudas, extraños malabares de depresión y soledad, jugadores solitarios, girando la botella, tratando de besar las partes heridas de nosotros mismos y sanar, pero por la noche, mientras los demás dormían, seguíamos caminando por la cuerda floja. Era práctica, y sí, algunos de nosotros caímos.

Pero quiero decirles que todo esto son sólo escombros que quedan cuando por fin decidimos romper todas las cosas que pensamos solíamos ser, y si no ves algo hermoso en ti, busca un mejor espejo, mira un poco más cerca, mira un poco más, porque hay algo dentro de ti que te hizo seguir intentándolo a pesar de todos los que dijeron que abandonaras. Creaste una armadura alrededor de tu corazón roto y lo firmaste. Firmaste: “están equivocados”. Porque tal vez no perteneces a un grupo o a una pandilla. Tal vez fuiste el último que decidieron escoger para baloncesto o para todo. Tal vez solías traer moratones y dientes rotos, para presentar en clase, pero nunca lo dijiste, porque ¿cómo puedes mantenerte firme cuando todos a tu alrededor quieren enterrarte? Tienes que creer que estaban equivocados. Tienen que estar equivocados

¿Cómo sino podríamos aún estar aquí?

Crecimos aprendiendo a animar a los desvalidos porque nos vemos en ellos. Somos tallo de una raíz sembrada en la creencia de que no somos lo que nos apodaron. No somos autos abandonados varados y atorados en alguna carretera, y si de alguna manera lo estamos, no se preocupen, solo salimos en busca de gasolina para repostar.

Somos graduados de la clase de “lo logramos”, no los ecos desvanecidos de voces clamando: “los apodos nunca me hieren”. Claro que lo hicieron. Pero nuestras vidas siempre continúan siendo un acto de equilibrio que tiene menos que ver con dolor y más que ver con la belleza.

Palabras bonitas, actuaciones mediocres, sentimientos impuros. Lo que hace una buena persona, vaya.

Palabras bonitas.
Esas que te hacen querer creer en lo que escuchas.
Sin embargo, lo que lo acompaña son hechos vacíos que hablan por sí solos...

¡Cuánto valoramos a los demás! ¡Cuánto queremos a nuestros amigos! ¿Cuántas veces te has encontrado escuchando estas palabras, leyéndolas, creyéndotelas, y minutos, horas, días después escuchando de esos mismos labios barbaridades, críticas o vilipendios sobre la persona a la que admiraba como su propia persona?

Cuánto actor en teatros sin fronteras. Se abre el telón de la función en cuanto salen de sus casas y se disfrazan con máscaras de cerámica que cubren por completo sus defectos. O eso creen. O quieren creer. Muchas veces esas máscaras no se cuidan como deberían y están tan resquebrajadas que dejan ver los desperfectos detrás del disfraz. El atrezzo no es suficiente, al menos no siempre, para esconder las deficiencias de una barata actuación. Trucos de saldo para parecer una buena persona, lindas palabras adornadas con lazos de terciopelo, pero que no tienen la aptitud necesaria para pasar el control de calidad.

¿Hoy en día cuántas veces nos encontramos con actores amateur? Amateurs, sí, porque se creen profesionales, capaces de engañar a todos con su actuación de pacotilla, pero no consiguen creerse su papel y representarlo coherentemente. Quiero decir... una joven hermosa que representa el papel de mejor amiga. Te regala los oídos con alabanzas, ánimos y promesas de que estará a tu lado cuando lo necesites. Pero... en cuanto el público pierde de vista a la actriz en cuestión, olvida las líneas de su guión ya interpretado y se transforma en la persona débil y egoísta que intenta ocultar con ese antifaz no muy convincente, como he dicho, por la falta de cohesión. Graciosamente, la actriz, amateur una vez más, no es consciente de la cantidad de críticos de cine que la observan tras el telón. Comete ese error de novata: se cree tan excelente que olvida que al crítico no se le escapan los detalles, y demuestra que esas "muestras de cariño" no son más que un engaño, conocido comunmente como: "interés humano". Dicho de otro modo, señor amigo lector: miedo a la soledad, necesidad de aceptación y creencia de ser buena persona por decir palabras bonitas y encantadoras a los demás. Una servidora se ríe en voz tan alta que los decibelios podrían romper los cristales de cualquier iglesia.

Este crítico de cine, como es lo normal, querrá publicar sus descubrimientos, ya sea por advertir al público de la mala actuación que ofrece el teatro, ya sea por preocupación por la inversión que esté a punto de hacer el público en una mala obra, o ya sea por gozo propio de destrozar a la actriz en cuestión. Sí, señores, ninguno en esta representación nos libramos de nuestros intereses impuros. ¿Buenas personas? Permítanme volver a echarme a reír. Humanos. Ésa es la traducción que se nos debería asociar. Especialmente, a los aficionados al teatro de mala calidad, que es la sociedad en la que estamos sumergidos en estos momentos. En otros anfiteatros, llenos de personajes con otros valores, es posible encontrarse con actores que, efectivamente, representen su papel con lógica y convicción y sean así, tal y como son ellos, lo que presentan al público. Venden palabras bonitas y las enfatizan, porque efectivamente, así las sienten, así las viven, así las creen.

Pero por lo general, esa actriz que es criticada, cuya crítica pasa del crítico en cuestión a la persona que ha sido víctima de la mala actuación, se esconde tras el telón de terciopelo rojo, alegando dolo a su propia imagen. Una vez más, actriz amateur. En vez de aprender de la crítica - no siempre construcciva, porque nos gusta dañar, ver sangre, quedar por encima de los demás -, la intérprete atribuye su mala actuación a la falta de capacidad de los espectadores de comprenderla, no a su falta de calidad y consistencia.

Actuaciones baratas. Papeles mal elaborados. Roles mal estructurados.
Palabras bonitas.
Esas que te hacen querer creer en lo que escuchas.
Sin embargo, lo que lo acompaña son hechos vacíos que hablan por sí solos...