lunes, 30 de abril de 2012

Yo


Hay gente que dice que nosotras, las personas, damos muchas vueltas en la vida intentando encontrar quiénes somos. Unos tal vez nunca encuentran la respuesta del cómo son en realidad, otros, más tarde o más temprano en sus vidas, la encuentran. La respuesta de quiénes somos. De cómo somos. Qué nos hace ser así y por qué. Muchos tienen cualidades que otros no tienen, como poder hacerse amigo de otros en un mismo día cuando otros necesitan meses e incluso años en abrirse completamente a otra persona por temor a la traición o al dolor que podría causar una separación; o como ser buenos en los estudios. Todos tenemos cualidades o dones que nos distinguen de los demás, aunque muchas veces no nos demos cuenta del porqué, no nos retorcemos el cerebro para responder a la pregunta “¿por qué soy tan bueno en esto y tan malo en aquello?”, simplemente lo dejamos pasar porque, tal vez, no queremos saber la respuesta. Inconscientemente nos ocurren muchas cosas, como respirar: es una acción que hacemos sin darnos cuenta. Otras veces, evitamos escenas malas sin darnos cuenta, porque en nuestro subconsciente sabemos que no nos vendría bien hacerlo... Inconsciencia. Ésa es la palabra clave. Mente, nuestra mente puede hacer cosas maravillosas sin darnos cuenta, como pensar, actuar...

...

He empezado a pensar en mí. En cómo soy y por qué soy como soy. Soy cerrado, me cayo muchas cosas de mí y de mi vida, inconscientemente, hago cerrar mi corazón para que nada ni nadie me haga daño. No soy YO con la gente, sólo soy una marioneta controlada por un extraño cuando estoy con gente. Inconscientemente, me cambio para mostrar un YO más maduro y seguro de sí mismo, independiente y fuerte que puede depender de sí mismo sin la ayuda de nadie. Pero yo no soy así... Y lo que más me duele en esta vida es que nadie se da cuenta de esto, nadie de mi alrededor parece estar dispuesto a prestarme atención e intentar descubrir cómo soy, por qué hago unas cosas bien y otras las evito...  Yo soy bueno entendiendo, pero un desastre haciendo amigos. Todo lo que me explican lo cojo enseguida y lo almaceno en mi cabeza, porque sé que cuando necesite lo que busco o quiero hacer (como una fórmula matemática), estará ahí, almacenada con los recuerdos, los conocimiento. Sin embargo, sé que los amigos no se pueden llevar en la mente, que se pierden fácilmente y por eso, no puedo abrirme a nadie, al menos no totalmente, porque sé que los perderé y junto con ellos una parte de mí que he volcado en ellos, en intentar demostrarle cómo soy YO. Pero pasa que, cuando te vuelcas en esa persona, dispuesta a contarle todos tus secretos y pensamientos, esa persona te abandona, dejándote deshecho en mil pedazos, de los que vuelves a construirte tú solo, ya que no eres capaz ni de pedir ayuda a alguien para que se quede contigo, llorando o criticando a esa persona que te ha abandonado, porque tienes miedo de que ella también te deje tirado como un trapo sucio. Es entonces cuando te cierras en ti mismo, inconscientemente también esta vez, y construyes un muro a tu alrededor. Imitas a tu modelo ideal, seguro, maduro e independiente, cuando en realidad no eres más que una pequeño chiquillo asustado y dolido que sólo quiere protección, un hombro, un regazo o unos brazos en los que apoyarse para llorar, para desatar la carga del dolor que llevas dentro, como hacen la nubes cuando están cargadas de agua.

Protección, eso es lo que quiero. Me siento como una delicada y pequeña flor recién plantada sin nadie que la riegue ni le dé cariño.

Inconscientemente, todos tenemos algo especial, que hacemos bien. Todos tenemos costumbres que, inconscientemente, nos hacen hacer cosas diferentes a los demás. Todos tenemos algo especial que, inconscientemente, nos hace ser como somos, nos HACE a nosotros.

Ahora me paro a pensar y me doy cuenta de algo: ¿por qué intento ser tan perfecto en lo que hago?, como poner mucho cuidado en los detalles, en contarlo todo. Me concentro, inconscientemente, en los detalles, en los complementos que adornan los relatos y no en el contenido. ¿Por qué?

Detalle, complemento, eso es lo que YO soy. El detalle que complementa a otra persona, la persona que llene ese vacío que llevo dentro. YO soy la guinda, pero necesito el pastel para poderlo completar. Soy el detalle que complementa a aquél que sea más fuerte que yo para que me proteja del miedo de esa soledad que nos acecha todos los días; el detalle que complementa a  la persona que abra las puertas cerradas de mi triste corazón para que permanezca en él, haciéndome compañía.

Inconscientemente, TODOS necesitamos a nuestro complemento. Unos lo encuentran sin problemas, sin sufrir. Otros, sin en cambio, sufrimos en silencio, inconscientemente, cerrándonos en nosotros mismos para no dejar que el dolor siga, hasta que esa persona llegue y rompa los muros de nuestra invisible caja de cristal donde guardamos con cuidado nuestro apreciado corazón y a ese pequeño ser al que llamamos con mucho cariño:
YO.


sábado, 28 de abril de 2012

La imagen de la tristeza


Cuando tu mundo se desmorona y te encuentras sin saber quién eres, porque la imagen que tenías de ti se ha roto en más de mil pedazos, te sumerges en un mundo de oscuridad, perdido y solo. Y piensas que nada ni nadie puede ayudarte a volver a estar bien.

Entonces, ves una luz centelleante y ves una pequeña caja de cristal. Es tu corazón. Y ves que la luz de tu corazón está empezando a oscurecerse.

Y entonces, oyes a alguien llorar. Eres tú, tu esencia que no aguanta y necesita echar todo lo que tiene dentro. Y ves a un niño en una esquina. Y te acercas a él para poder consolarlo, decirle que no llore.

En ese momento, entiendes que toda tu vida ha sido igual, que siempre se te ha repetido todo.

Y empiezas a recordar…

jueves, 26 de abril de 2012

¿Cómo te curas?


“Las heridas sanan… 
Lo doloroso es dejarlas abiertas. 
El remedio para que cicatricen es tener a alguien que te ayude a recomponerte”.

martes, 24 de abril de 2012

Ella. Un corazón desprotegido


Me detuve frente a él y alcé la mirada, encarando a aquellos hermosos ojos, reflejo de su sorpresa.
-  Mírame. ¿Qué es lo que ves? – le pregunté con voz segura. Lo vi titubear, indudablemente desconcertado por mi tono. Yo aguardé con los nervios templados, mientras que sentía el ritmo acelerado de mi corazón retumbando en el fondo de mi cabeza. De esto, sin embargo, él no era consciente.
-     ¿Cómo que qué veo? – musitó, haciendo palpable su turbación.

Inconscientemente, lancé un suspiro. Su pregunta no me cogió desprevenida. Sabía que mi interpelación sería extraña, pero estaba cansada de que tomara por hecho algo que no era.

A veces, parece que soy distante cuando en realidad soy cuidadosa. La gente me malinterpreta y cree que soy una persona dura. Pero en realidad, soy alguien muy frágil. Mi corazón se estremece con un leve soplo de viento y me hace temblar. Pero sólo en mi soledad me desplomo y dejo que todas esas sensaciones tomen forma y exploten como es debido. Cuando la gente piensa que soy fuerte, me cargan con mayores responsabilidades cuyo peso me hace caer de rodillas.

Otras veces parezco una persona agradable. Sin darme cuenta, me acerco a las personas y las trato con naturalidad, y esa inocente confianza y mi carácter a veces infantil, los hace confiar en mí. Vasto error. Al igual que yo no me vuelco en otra persona, no espero que otro confíe en mí. Simplemente, en mi indiferencia por la vida, me acerco y deambulo a mis anchas. La gente piensa que estaré a su lado, cuando ni siquiera he decidido luchar a su lado. ¿Por qué la gente da por hecho que actuaré como les convenga? Yo quiero ser libre como el viento. Mirar siempre adelante, que nada me preocupe. No soy capaz de cuidar de nadie, igual que no creo que nadie sea capaz de cuidar de mí. Pero la gente malinterpreta y da por hecho algo que no es. Soy egoísta, ¿y qué? Al menos, lo digo abiertamente.

Y ahí lo tenía a él, frete a mí. A la última persona que había malinterpretado todo. Con esa mirada sorprendida clavada en mí, como si no me reconociera.

Volví a suspirar, haciendo mano de mi rudeza, aquella arma de doble filo que tanto me servía de ofensa como de defensa.
-     ¿Por qué estás tan contento, cuando no somos nada? – dije con voz alta, serena.

Él entrecerró los ojos. No comprendía mi pregunta. O al menos, eso era lo que demostraba. Eso me puso de los nervios.
-  ¿Estás enfadada porque estoy contento por estar contigo? – me preguntó, ignorando así mi cuestión. Apreté mi mano, molesta por su estrategia. No respondí, lo que sin duda, lo dejó más estupefacto –. ¿A qué viene esa pregunta? ¿No estabas contenta tú también conmigo?

Debo admitir que sí lo estaba. Me gustaba estar con él. Era divertido, interesante y sobre todo, me lo pasaba bien hablando con él. Extrañamente, tenía facilidad para hacerme hablar. Y enfurecer. Hay gente que es más fácil de tratar escuchando, o bailando estando borracho, pero con él actuaba de forma diferente… De alguna forma, era como si destrozara mis defensas y me agarrara y tirara de mí con fuerza. Era agradable y doloroso al mismo tiempo, porque conocía el sentimiento que viene después. El viento te atrapa, te sacude. Te hace volar. Es dulce, cálido y agradable. Pero cuando te confías y crees que esa corriente de aire te ayudará a volar, te encuentras desprotegida y el vacío te arrastra al abismo y acabas estrellándote. Has desnudado tu corazón, tu alma, y ésta acaba en carne viva. Arde y escuece hasta tal punto que te preguntas por qué vives, si lo único que sientes es dolor.

Él esperaba una respuesta a su pregunta, pero no era capaz de decirle lo que pensaba en aquel momento. Era difícil. Y vergonzoso. Me mantuve firme, con esa expresión vacía, ruda, que llevaba tantos años perfeccionando. Con ella, la gente sabe que no debe acercarse más, como un perro al acecho de que su oponente de un paso en falso y así lanzársele al cuello para morderlo. Eso es, soy como un perro salvaje, enfurecido. O más bien, asustado. Pero hasta ese momento, nadie había conseguido ver la verdad detrás de la fachada. Y por eso no daba ningún paso, porque nadie quería acercarse a mí.

Curiosamente, pareció que reparara en algo, a juzgar por cómo fruncía el ceño. Su expresión me sorprendió. Resultaba extraño, pero sentí como si su cabeza pensara en algo y encontrara la explicación a aquella incógnita tan compleja. Me tensé, esperando para defenderme en cuanto diera un paso y se atreviese a acercarse a mí. Como ese perro en mi imaginación. Defiéndete antes de que te hagan daño. Antes de que te humillen…
-     ¿Por qué dices que no somos nada? – inquirió con tranquilidad –. ¿Acaso no somos amigos?

La cuestión me dejó helada, como si me tirase por encima un balde de agua fría. De repente, la tensión que se apoderaba de mi cuerpo desapareció. Sólo quedó un nudo, en lo más profundo de mi estómago, y un pinchazo agudo, ardiente, que tiraba de mi garganta.

El perro levantó la cabeza y bajó la guardia. Entonces, entró en juego algo que no me esperaba por nada del mundo: su sonrisa.

¿Cuántas veces la había visto por el rabillo del ojo? ¿Cuántas veces le había lanzado una mirada fugaz y la había apartado no queriendo que descubriera la admiración detrás de aquel gesto que me hacía estremecer por completo, hasta el punto de hacerme olvidar de dónde se encontraba mi inquebrantable armadura?

Y por primera vez, tenía esa sonrisa justo delante de mí. No la podía eludir, me golpeaba de lleno y me atravesaba como una flecha, haciendo que sintiera calor. Y me temblaba todo el cuerpo.
-     ¿Crees que no me he dado cuenta de cómo eres realmente? – lo escuché decir, como un eco lejano, una brisa intensa que me sacudía.

Abrí los ojos de par en par, fijándome como nunca en él, atenta a sus palabras. Advertí que iba a decir algo que me rompería por siempre y me dejaría indefensa. Tenía miedo. Como nunca hasta entonces.
-     ¿Qué dices…? – musité como pude, con la voz quebrada.
-     Inconscientemente, en tu indiferencia, me has mostrado quién eres. Eres terca, descarada, idiota y una borde… pero también eres atenta, escuchas y comprendes. Por mucho que intentes disimularlo con tu impasibilidad, eres una persona dulce y aunque te muestras como alguien desconsiderado a quien sólo le importa su propia persona, tienes un gran corazón.

Y de repente, sentí que el mundo se detenía. No corría aire, ni ruido. El vacío atrapó todo lo que existía y nos envolvió.

Hechizada por ese dulce gesto de su rostro, dejé que esas palabras dirigidas a mí penetraran en mi coraza. Y recordé algo…

«Mi corazón es mío y de nadie más».

Una vez leí esa frase. De pequeña, me enamoré varias veces. Me acercaba a las personas, y yo, una niña inocente y confiada, pensaba que tenía una oportunidad de jugar en el juego del amor y daba el paso grande. Sin embargo, arriesgaba demasiado y mi dulce corazón no era suficiente apuesta y acababa perdiéndolo todo. Tan confiada como era, creía que tenía amigos y los seguía. Sólo para ver que nadie era capaz de escucharme cuando hablaba, que nadie me extendía una mano cuando me caía y que todos corrían hacia adelante, dejándome a mí atrás. Tantas veces me sentí herida, que de verdad me creí lo que aquella frase decía: mi corazón sólo me pertenecía a mí. Y ya no quería el de nadie más.

Y así, esa inocencia que seguía en mi interior quedó salvaguardada bajo kilos de acero, protegida por mi coraza personal: la indiferencia, la rudeza, la desconfianza… Ya no me importaba que nadie viera lo que tenía dentro de mí, porque ya no pensaba que alguien fuera capaz de notarlo.

Hasta ese mismo momento.

Sin darme cuenta, alguien confió en mí y me hizo confiar en él, sin que yo pudiera ponerle freno al asunto. Tan hecha como estaba a ser descuidada, descuidé hasta mi propio paso y metí la pata en una zanja a la que yo misma me dirigí. En algún momento, me dejé llevar por la brisa y mi corazón se descubrió… Y alguien apreció su luz…

En aquel instante, mi cara de póquer desapareció y las lágrimas se apoderaron de mí. Ya no podía esconderme, porque ciertamente, me había expuesto. Y así como no podía esconder mis lágrimas, tampoco el sonrojo de la vergüenza. Ni la tristeza ni la alegría de descubrir que había desnudado mi corazón delante de esa persona, que sin planearlo, entró en mi vida y me sacudió por completo…

Esta dulce niña que decidió proteger su corazón, sintió que alguien lo reclamaba…

Cerré los ojos, no atreviéndome a encarar a ese rostro que tenía delante. Me ahogué en mis propias lágrimas y lloré, intentando detener aquella locura. Pero no pude.

Tenía miedo de lo que pudiera pensar él, de que se riese y me hiciese daño; de que sintiese pena de mí y me hiciese daño; de que yo le hiciera daño…

Girando en medio de un remolino de sensaciones, sentí una mano cálida en mi cabeza. Otra mano en mi espalda. Como si el contacto hubiese pulsado un botón, mi llanto se detuvo y mi cuerpo dejó de temblar. Sólo mi corazón seguía latiendo a un ritmo acelerado. Aparté mis manos de mi cara y me atreví a mirar lo que tenía delante.

Entonces, distinguí su sonrisa y me sentí rodeada por sus brazos.

Y sólo un susurro, cercano, junto a mi oído:
-     No tengas miedo. Sé quién eres. Y me gusta.

Sólo entonces, bajé la guardia, cerré los ojos y sin querer me atreví a corresponder al abrazo. Y un fugaz pensamiento, que había ignorado con todas mis fuerzas, resplandeció en mi mente: “Estoy enamorada. Y aunq­ue me encanta cómo soy, tengo miedo de que me rechace y me humille hasta el punto de destrozarme”.

Pero en aquel momento, ese miedo me daba igual. Porque, aunque no sabía la respuesta a mis sentimientos, al menos, sabía que alguien me conocía. Alguien me comprendía. Y eso, ya era regalo suficiente…



lunes, 23 de abril de 2012

La vida


El significado de la vida no es dibujarte una sonrisa borrándosela a otros. 
Es dibujársela a otros, borrándoles las penas. 
Ellos te la dibujarán a ti. 


sábado, 21 de abril de 2012

Déjame ser idiota, si con eso consigo sonreír


-     Eres idiota, siempre con esa sonrisa en la cara… – le escucho decir a Marilee.
-     Parece que nada te importa – coincide Soledad.
-     A ver si maduras de una vez – conviene Mara a su vez.

Canteo la cabeza, no queriendo responder, y fijo la vista en la playa, a apenas unos metros de donde me encuentro sentada. Reparo en una pareja de ancianos paseando con un perro por la orilla del río. Siento envidia de su tranquilidad. Aquí me encuentro yo, en mi día de descanso, aguantando las negatividades de la gente que me rodea. Siempre pensando en el lado triste de la vida, siempre revolcándose en su miseria, siempre fijándose en la tristeza de la ciudad cuando a apenas unos palmos de su cara tienen la belleza del mar. Algo incomprensible para mí.


«Así que soy idiota, siempre con esta sonrisa en mi cara», pienso. Suspiro. Sonrío porque cuando sonríes, la gente te responde con amabilidad, y porque de alguna forma, es un hechizo que te hace olvidar, aunque sea por un breve momento, el pesar que llevas en el corazón. Si por sonreír parezco idiota, bienvenida sea la ignorancia. Es más bella que la amargura, la lucha interna entre lo que debo hacer y quiero hacer. Tú ya tienes un debate enorme dentro de tu cabeza queriendo descubrir qué es lo que debes hacer en tu vida, como para que yo me inmiscuya en tu encrucijada… A mí no me pasará. Prefiero dejarme llevar por la brisa marina; respirar hondo y saborear la tranquilidad que estremece mi corazón. Yo soy capaz de sentir paz, sonriendo como lo hago. Siendo idiota, como tú dices. Disfruto de la sonrisa dibujada en los rostros de esos dos ancianos, agarrados de la mano mientras llaman a su perro. Nada de preocupaciones… El mundo es demasiado complicado para que yo me complique aún más, ¿no te parece?

Quisiera hablar, pero como es costumbre en este mundo poblado por personas que no escuchan, mi voz no es capaz de alcanzar a quien no quiere oír. Al contrario, soy yo quien termina prestando atención a los testimonios de ese juicio contra la sensatez. Las críticas de cómo fulanita vestía el otro día, de cómo menganito se atrevió a salir con ella y de cómo el vendedor de la esquina le ha lanzado una mirada pícara a la vecina del quinto…

En este mundo de palabras vacías, ¿por qué debo yo pensar en su significado? «Parece que nada te importa», repaso para mis adentros. No es verdad. Las cosas me importan. Demasiado, diría yo. Me importa lo que la gente sufre en el mundo y lo poco que se hace para remediarlo. A la gente le importa más cómo le va en el terreno amoroso a ese cantante de cuyo nombre nunca me acuerdo, que el hambre que pasa ese niño de África cuyo nombre nunca se menciona. A esas cabezas vacías les importa más cuándo cobrarán la paga para poder comprarse un vestido bonito, ignorando por completo que en Japón miles de personas perdieron la vida por un ataque fortuito de nuestra madre tierra. Mientras que otros se recuperan de su pérdida como pueden, otros se quejan de lo que no tienen, sin darle importancia a lo que ya tienen en sus vidas. Frustrante. Doloroso. Me duele pensar en la pesadumbre de otras personas que no conozco… ¿Ves por qué no quiero pensar? Porque me obliga a vagar por senderos que me hacen daño. 

«A ver si maduras de una vez». Me siento como en esas películas de batallas en las que un pobre soldado es atravesado por una flecha. ¿Sabes? Siempre me he sentido como una cría. Sigo haciendo cosas que hacía cinco años atrás. Sigo escuchando la misma música. Sigo escuchando las mismas historias que me cuentan esas lindas voces y esos instrumentos que dibujan imágenes de todo tipo en mi mente: jóvenes poetas que dejaron palabras sabias que se mueren con el paso del tiempo[1], niños atados a un juramento y que por la protección de vidas ajenas no son capaces de hacer su vida[2], amigas que dan apoyo a quien en ese momento está triste[3], el himno de un guerrero que debe luchar por su propia libertad en un mundo controlado por otros[4]


Tal vez viva en un mundo de fantasía. Pero ese mundo me hace estar en paz conmigo misma. Olvido la frustración de lo que me rodea y respiro hondo. Admiro la frescura del día que me saluda, me dejo llevar por esas hermosas notas musicales y permito que esos desconocidos a quienes se les antojó escribir esa melodía hagan su magia. Tal vez no les preste atención a los grandes asuntos de la vida, y eso me hace sentir mal, pero al menos, no soy esa especie que se está reproduciendo cada vez más, que no hace más que quejarse por lo que no tiene importancia.

Hace años, le daba muchas vueltas a la cabeza. Todo lo que había a mi alrededor era un problema enorme. Sólo existíamos yo y mis problemas. Todo era oscuro. Enfrentarme al día a día y a las personas que existían en él era doloroso y tedioso. Mi cabeza funcionaba a una velocidad apabullante, no dejaba pasar ni un detalle, ninguna palabra, tono de voz, gesto en la cara… Era agotador. Hasta que una vez, alguien me dijo que dejara de pensar tanto. Y no sé cómo, pero aprendí a hacerlo. 

Cuando dejas de fijarte en un punto, como por ejemplo, tus propios pies, eres capaz de ver lo que te rodea. Comprendes que no sólo tú estás hundida hasta las trancas en una miseria. Hay miles de personas como tú. Unas nadan con soltura. Otras llevan cargas pesadas atadas a sus tobillos. Unos chapotean, queriendo sacar su cabeza del agua, intentando respirar. Les cuesta, pero lo hacen, de alguna forma u otra.

Yo no soy una persona que pelee. No sé luchar. Ni tengo meta alguna en mi vida. Pero en vez de quejarme por cada detalle insignificante en este vasto mundo, lo contemplo con los ojos abiertos, fascinada por cada nuevo regalo o lección que es capaz de darme. Lo miro con cariño, como a esa pareja de ancianos, sonrío emocionada porque en esta desdicha hay cosas que valen la pena. Ya no sea por el amor verdadero, ni la ambición de escalar alto, sino simplemente, la belleza de estar viva, de poder sentir como lo hago. Ser capaz de ver a las personas y vivir a través de sus historias, sentir la música, apreciar un abrazo de tu padre, la caricia de tu perro… Esos detalles, estúpidos como yo misma, son los que me hacen olvidar el enorme problema que acecha en mi vida, y son los que dibujan esta sonrisa en mi cara. Y gracias a esa sonrisa, la gente que quiere unirse a mí también sonríe.

¿Eres capaz de hacer tú lo mismo? ¿Eres capaz de usar esta magia?

Me encantaría poder alzar la voz. Pero como de costumbre, guardo silencio. Es una lucha dura hacer cambiar de parecer a esas mentes que no son capaces de ver más allá de sí mismas. No soy una persona luchadora. Suficiente tengo con mi propia lucha, queriendo seguir nadando en este mar de dudas, como para tirar de gente que no quiere nadar por sí misma. ¿De qué me serviría, si no fuera para hundirme con ellas?

En este mundo, se ha perdido el espíritu de la inocencia. Ya no hay cariño. Ya no hay ternura. Todo es rudo, duro y egoísta. Brillante más no poder, hasta el punto en el que te ciega. ¿Dónde está la luz tenue y cálida que te empuja a seguirla? Todo ha desaparecido. El sentido de la vida se ha difuminado con las nuevas formas de vivir. Ahora, sólo el individuo importa. Ni siquiera importa el mundo. La Tierra. ¿Dónde quedó la preocupación por aquello que nos creó? La pisoteamos, la maltratamos, la despreciamos. Ya no el ser humano, porque demostrado queda que estamos corrompidos, sino esta hermosa tierra que pisamos… ¿Vamos a corromperla por completo como lo estamos haciendo con nosotros mismos?

La vida es triste… Es cruel… Dura… Fría…

¿Ves por qué no quiero pensar?

Esto me hace olvidar mi sonrisa. Y si no soy yo quién me la dibujo a mí misma, nadie lo hará por mí… Así que, por favor, cállate un momento y escúchame. Sólo te pido unos segundos de silencio. Escucha tu corazón, que a gritos pide que dejes de cargar con tanto pesar y le des un poco de tranquilidad… Olvida el rencor, entierra el hacha de guerra y enfréntate al mundo. ¿Ves lo bonita que es esa imagen que tienes a escasos metros de ti? ¿Ves la sonrisa de esos dos ancianos agarraditos de la mano? Aprende a sonreír desde el fondo de tu corazón y ayuda a que otros sonrían contigo. Haz el idiota si es necesario. Mientras hagas feliz a alguien, aunque sea a ti misma, ¿no crees que es suficiente?

Smiling like a clown until the show has come to an end[5]. Puede que sea una payasa… Pero al menos, así, soy feliz.


Déjame ser ignorante y revolcarme en mi estupidez si con eso, al menos, consigo verle el lado positivo a este mundo condenado a la miseria.




[1] Dead Boy’s Poem  (Nightwish)
[2] Hand of Sorrow (Within Temptation)
[3] Keep Holding on (Avril Lavinge)
[4] Knights of Cydonia (Muse)
[5]Sonriendo como un payaso hasta que la función llega a su final”. Song of Myself (Nightwish)

viernes, 20 de abril de 2012

Fragmento Memorias de una Tragedia

Capítulo 15. LUZ Y OSCURIDAD


Huan la observó desconfiado. Mei lo miró con los ojos entrecerrados, preguntándose si habría llegado a intuir algo. A juzgar por su expresión, sin embargo, parecía ignorante de la identidad de quien hablaba.
-   ¿Acaso estás celoso? – preguntó con socarronería, queriendo tomarle el pelo.
-   ¿Celoso? ¿Yo? – exclamó Huan, notablemente avergonzado –. ¿Por qué tendría que estarlo…?

Mei se echó a reír. Le encantaba su ingenuidad. Aunque ardía en deseos de que aquel patán se diera cuenta de la realidad y fuera consciente de los sentimientos que guardaba hacia él, le encantaba verlo comportarse como un crío. Huan aguardó a que dejara de reír, mientras preparaba otra pregunta.
-    ¿Y cómo es?
-    ¿Cómo es qué?
-    Estar enamorado…

Mei se pensó la respuesta. Tras cavilar por un rato, le respondió lo primero que se le pasó por la mente, pensando en lo que él le hacía sentir.
-   Es sentirse ilusionado por ver la cara de la otra persona. Escuchar sus tonterías y querer reír con él… Disfrutar cada momento con esa persona. Estremecerte por cada caricia o mirada… Sentir que tu mundo brilla y tiene sentido estando con esa persona…

Huan la escuchó atentamente, maravillado con cada palabra que pronunciaba, emocionada imaginando algo que él no podía ver. Sintió unas inquietantes cosquillas en el estómago, que lo ponían nervioso. Le hubiese gustado poder comprender sus palabras. Le daba envidia no saber cómo se sentía aquello que decía… Le daba envidia aquella expresión tan emocionada de su rostro. 

jueves, 19 de abril de 2012

Observadora

Siempre observas a la gente jugar,
tú nunca participas en el juego.
Temes que si lo haces, lo harás mal y
harás perder a tus compañeros…

Los observas continuamente,
sin entrar en el juego,
intentando encontrar alguna forma,
algún truco,
que ta hará dejar bien al equipo,
que los ayude a ganar.

La pelota ha salido del campo
y cae a tu lado.
Te incita a entrar en el juego,
a unirte a tus compañeros.


La observas.
Alguien procedente del campo de juego te nombra.
Observas la pelota
y al compañero, que espera.

Tu mente duda.
El tiempo pasa.

¿Juegas o no?



martes, 17 de abril de 2012

Autoestima

Algunos momentos son duros para aquellos que no saben qué hacer.
Los momentos del día en los que se dan cuenta de que no tienen nada que los caracterice.
 Cuando se dan cuenta de que no tienen nada especial a comparación de los demás.

Nos duele creer eso.
Nos duele verlo.
Duele en el alma sentir los celos y luego oír que son estupideces.
Darnos cuenta de que lo que pensamos y creemos son estupideces nos hace sentir que lo somos.
Sentir que lo somos nos hace convencernos de que lo somos.
Y creyendo eso de nosotros, no nos valoramos…

jueves, 12 de abril de 2012

Desordena

Amak jostailu guztiak gorde zedin agindu zion haurrari. Behin eta berriz errepikatzen zion, bost minuturo gelan sartzen zenean, dena nahastua ikusita. Pilota txikiak, handiak, panpinak eta peluxeak lurrean zehar sakabanaturik utzi zituen berriz ere, haize zirimola batek pasa balitz bezala. Hainbeste kostatzen al zitzaion lau urteko ume bati bere amaren eskaerak betetzea? Bazekien oraindik ere txikia zela, baina zituen urterekin jada amari kasu egin zezakeen eta bere jostailuak jaso jolasten ez zegoenean, behintzat. Senarra laster iritsiko zen lanetik eta etxea txukuna ikusi nahi zuen. Nekaturik, gelara sartu zen berriro, ea haurrak zerbait egin zuela ikusteko. Dena lehen bezala zegoen.

«Ez al dizut bada esan jostailuak lurretik jasotzeko?», galdetu zion emakumeak haserreturik. Semea telebista ikusten jarraitu zuen, amari kasu zipitzik egin gabe. Trataera horrek ama haserretu eta mindu egin zuen. «Ez al didazu entzuten?», galdetu zuen berriz, haurrak berari begiratzea espero zuelarik. Semea, aldiz, ez zen bueltatu. «Nik hitz egitean, aurpegira begira iezadazu», esan zuen ahots minduaz, umeari hurbiltzen zitzaion bitartean. Halako batean, ibiltzen zihoala, lurrean botata zegoen dinosauro jostailu batekin estropezu egin eta lurrera erori zen, buruan kolpe izugarria hartuz super-heroi baten base sekretuarekin.


Esnatu zenean dinosauroa han zegoen oraindik. Lurrean botata, jostailuz inguratuta. Bera ere lurrean etzanda zegoen, min izugarria buruan sentitzen zuelarik, buruz behera. Semearen ahotsa entzun zuen orduan, bere ondoan, negarrez. Buelta eman zen, semea ikusteko. Bere “haur txikiaren” aurpegi kezkatuak hunkitu egin zuen oso.

«Barkatu, amatxo, dena gorde behar nuen... ez haserretu... eta ez hil!», negar egin zuen txikiak. Amak hunkiturik barre egin zuen. Kolpea hartzerakoan amestu zuen eguna gogorarazi zion, ama galdu zuenekoa, bere ohearen ondoan negar egin zuenekoa. Medikuek bizitzeko gutxi falta zitzaionean esan zioenean hainbeste negar egin zuen eguna. Seme batek amagatik sentitzen duen kezka ikusi zuen aurpegi polit horretan. Nahiz eta bere semetxoa gaiztoa izan batzuetan, amak asko maite zuen, berak bere ama maite zuen bezalaxe.

«Lasai, seme, ongi nago eta» murmurikatu zuen amak, altxatzen zelarik. Semea ama begiratzen zuen, urduri. Honek, belauniko jarri zen semearen parean. Pozik, muxu bat eman zion haurrari, buruan. Txikiak barre egin zuen.

Egun hartatik aurrera, semeak beti jostailu guztiak gordetzen zituen jolasten bukatzen zuenean. Bitxiena zera zen, haurrak dinosauroa kaxa baten barruan gordeta utzi zuela, ama lurrera botatzeagatik zigortuta.


martes, 10 de abril de 2012

Amnesia


El sonido del piano retumba en mis oídos mientras recuerdo los pasajes más vívidos de mi infancia. Los paseos por el monte con mi padre. Las tardes después del colegio cuando mi madre me ayudaba a repasar lo estudiado aquel día en clase. Las peleas con mi hermano mayor cuando me robaba mis golosinas favoritas. Las mañanas de domingo yendo a la iglesia junto con mi abuela y mis primos pequeños. Las cenas familiares en torno a la mesa. Momentos llenos de calidez y de ternura.

Y sin embargo, todo aquellos recuerdos se desvanecen poco a poco en el olvido, como la nota tocada en el piano, y son sustituidos por otra clave que sigue componiendo la melodía que es la vida.

Los paseos por el monte fueron acabando según mi padre envejecía. Según tengo entendido, incluso el propio camino que tomábamos fue sustituido por una carretera, que conducía a un terreno particular. La última vez que pasé por allí, no había padres e hijos paseando. Ni siquiera personas paseando a sus animales. Todo estaba desolado. Nadie parecía darse cuenta que a apenas unos minutos de la ciudad les esperaba algo tan bonito y estremecedor como la naturaleza. Pero ésta, igual que la memoria, se ha ido empobreciendo y deteriorando hasta quedar en el olvido.

Las tardes que pasaba con mi madre se fueron convirtiendo en discusiones por cómo debía vivir mi vida. Su frustración por no haber conseguido seguir el planteamiento que tenía de su vida recayó en mí y nuestra relación se maldijo hasta tal punto en la que los consejos de cómo debía despejar una incógnita se convirtieron en encantamientos ponzoñosos de los que quería huir para que no me consumieran igual que a ella. Sus ganas de enseñar fueron derrocadas por las ganas de controlar mi futuro. Igual que la de los idealistas que una vez alcanzado el poder pierden de vista sus intenciones de empujar el mundo hacia adelante, de cambiarlo, de mejorarlo, y se instalan en sus sitios cómodamente, queriendo controlar todo lo que tienen a su alrededor, por el simple hecho de querer sentirse poderosos. La bondad y los ideales se convirtieron en avaricia y dominio.

Las inocentes peleas entre hermanos evolucionaron. Los celos que afloraron en la niñez perdieron fuerza. El cariño y la comprensión dieron sus frutos en la adolescencia. Personas de diferentes edades que ven que siguen pasos similares. El mayor que ayuda al pequeño a encontrar su lugar en el mundo. O, al menos, enseñarle qué es lo que no quiere ser y dónde no quiere acabar. Cómplices de las rebeldías de la juventud, prófugos de las condenas de los padres. Amigos de sangre. Hermanos. La divina unión familiar que nada podrá romper. Y aún así, cuyos caminos se separan nada más partir del nido. Aquellos dulces recuerdos, manchados por moratones y gritos, embellecidos por palmaditas en la espalda y palabras de consuelo. Una película cuyo fin no llega ni a la mitad de la existencia.

Los viajes a la iglesia, donde ni queriendo un niño era capaz de prestar atención al cura que daba su sermón. Esperando la hora de levantarse para comerse la hostia, para ser por fin libre y que la abuela nos diera la paga semanal. Ahora se han quedado en inquietantes recuerdos borrados por el cinismo y la incredulidad. La fe perdió poder según la crueldad del mundo destruía la inocencia que cargaba sobre la espalda. Las maldades del mundo que forjaron aquellas pesadas cadenas que te ataron por siempre a la cruda realidad, a tierra firme condenada a la desolación. ¿Dónde quedaron los sueños? ¿Las esperanzas de la infancia? ¿Dónde quedó la dulce sonrisa de aquellos bellos momentos?

La risa de la madre. Las carcajadas del hermano. La sonrisa afable del padre cargando contigo sobre sus hombros. La fuerza de aquella familia, ¿dónde quedó?

Como una bella melodía, que llega a su apogeo y se tensa según llega al final de la sonata, la vida llega a un final. El piano hace sonar sus notas más agudas mientras los instrumentos de cuerda aumentan el tempo, dando por finalizada la pieza, terminándola con el profundo silencio que lo atrapa todo con sus enormes fauces.

Los recuerdos, como esa hermosa melodía, se van atenuando hasta desaparecer, según la mente se hace más débil, según la persona que una vez sonreía comienza a perder el sentido de lo que fue y se va apagando.

Aquellos recuerdos del cálido verano que pasábamos con la familia en el pueblo. Aquellas visitas a la abuela, la alegría de cuando nos entregaban los regalos en nuestro cumpleaños. El primer beso robado por el primer amor. Las felicitaciones de nuestros padres cuando llegábamos a casa con buenas notas… ¿A dónde para todo eso? Cuando nuestra mente flaquea y la partitura de aquella sonata para piano se va pudriendo, ¿qué ocurre con la melodía que una vez se creó?

Mientras escucho esta melodía de piano, recuerdo mi infancia. Recuerdo a mi madre. Recuerdo a mi padre. Hasta a mi hermano. Pero no sé quién es el niño que toca esa hermosa pieza musical. Ese niño tiene la misma edad con la que recuerdo a mi hermano, aquellos días en los que peleaba conmigo. Pero no lo reconozco. Tampoco al hombre que le explica cómo debe tocarlo, igual que mi madre me enseñaba a mí cómo hacer las ecuaciones matemáticas. Hay una mujer que me trae una bandeja, con la sonrisa afable con la que mi padre me hablaba cuando íbamos juntos a pasear por el monte. Pero ninguno de ellos está en mi memoria.

Esta melodía es extraña y estremecedora. Es como si no tuviera fin. No conozco su argumento. Esta pieza que tengo delante, que nada se asemeja a lo que conozco, me da miedo.

Los recuerdos se pierden. Se deterioran.

Siento la necesidad de recuperar una parte de mí que he perdido. Y no sé cómo recuperarla.

Sólo el sonido de este piano me hace sentir que pertenezco a este sitio desconocido. Y tengo ganas de llorar.

En esta vida, se dice que tememos la muerte. Pero lo que más miedo nos da es que no tengamos a nadie que nos recuerde. Al mismo tiempo, nos aterra olvidar quiénes somos.

El sonido del piano retumba en mis oídos mientras recuerdo los pasajes más vívidos de mi infancia. Pero no sé cuál es mi presente. Dividida entre dos conceptos, me pregunto, desesperada como el tocar del niño sentado frente al piano de cola, qué es lo que me hace ser quién soy. Y me pregunto si alguna vez recuperaré los recuerdos que estoy segura que he perdido.


domingo, 8 de abril de 2012

Ez dut promesarik nahi. Ez dut damurik nahi. Maitasun keinu bat besterik ez

HABE-ko azterketa prestatzen ari nintzen bitartean, hurrengo grabazioak nire kuriositatea piztu zuen. 




Heroina larrua jotzea bezain gozoa zela esaten zuen garai batean. Medikuek esaten dute okerrera ez duela egin eguna joan eta eguna etorri. Eta lasai hartzeko. Hilabetea da berriro esnatu ez dela azken ebakuntzaz geroztik. Hala ere, egunero egiten diogu bisita arreta intentsiboko unitateko seigarren boxera. Aurreko oheko gaixoa negar batean aurkitu dugu gaur. Inor ez zaiola bisitara agertu diotsu erizainari.
Hilabetea arrebaren hitzik entzun ez dugula. «Ez dut lehen bezala bizitza osoa aurretik ikusten», esaten zigun. «Ez dut promesarik nahi. Ez dut damurik nahi. Maitasun keinu bat besterik ez».
Amak eta biok soilik hitz egiten diogu. Anaiak lehen ez zion gauza handirik esaten eta orain agertu ere ez da egiten. Aita atean geratzen da, isilik.
«Ez dut gauez lorik egiten», esaten zigun arrebak. «Beldur diot loak hartzeari, beldur amets gaiztoei. Orratzek min egiten didate eta hotz naiz. Hotza zabaltzen dit sueroak zainetan zehar. Gorputz ustel honi ihes egingo banio…». Bitartean “heldu eskutik” eskatzen zigun. «Ez dut promesarik nahi. Ez dut damurik nahi. Maitasun keinu bat besterik ez». 

viernes, 6 de abril de 2012

Fragmento Memorias de una Tragedia

Cap. 15.  LUZ Y OSCURIDAD


Mei levantó la mirada.
-   ¿Por qué eres siempre tan bueno? – masculló, derrotada.
-   Soy bueno con las personas que se lo merecen. No olvides que yo también soy, como tú lo llamas, un “monstruo”.
-  Un “monstruo” con buen corazón – replicó Mei –. Me parece injusto que con todo lo que haces, no puedas encontrar la felicidad.
-   La vida no es justa. Y la felicidad no existe, Li – expuso Yao con crudeza –. Sólo son momentos, pequeños rayos de luz que iluminan el camino que es nuestra vida, siempre sumida en la oscuridad. Nadie dice que avanzar en ese camino sea fácil. Pero siempre encontraremos rayos de luz en nuestro sendero, y siempre y cuando estemos dispuestos a aceptar ese brillo, entonces podremos seguir avanzando hacia nuestra meta final.

Mei lo contempló asombrada. Jamás lo había visto hablar así. Siempre había sido una persona más bien callada, y nada poética, pero la forma en la que relataba la vida le pareció preciosa. Así que la vida era un camino a oscuras… Sin duda, el suyo así lo era. Y los pequeños rayos de luz eran los que se consideraban los momentos de felicidad… Indudablemente, ella había encontrado esa luz que le había hecho sentir que había una salida de aquella oscuridad. Había decidido que tenía tres caminos a seguir. Pero tal vez fuera posible avanzar por los tres, convergiendo entre uno y otro… Todos tenían, al final, la misma meta: la muerte. Cómo avanzaba hasta ella, era su propia elección. ¿Seguiría por el camino que había elegido, sumida en esa oscuridad, o volvería atrás y retomaría cualquier otro?
-    ¿Has encontrado tú esa luz, Yao? – preguntó a su amigo. Yao le sonrió con dulzura.
-    La encontré, gracias a ti – respondió con melancolía –. Por muy difícil que sea mi vida, sé que tengo a alguien preciado junto con el que quiero volver. Aunque ese sentimiento no sea mutuo… Lucharé por ello.

Mei se sintió enternecida. Sabía perfectamente lo que quería decirle. Él tenía razones para seguir por el camino que ella podría seguir. Pero, ¿cuáles eran las suyas?
-   Siempre me ayudas y yo no puedo hacer nada para compensarte… – se quejó alicaída.
-    Me has dado el mayor regalo de toda mi vida, Li… – discrepó Yao –. Gracias a ti, tengo una razón para sobrevivir.

Mei sonrió con cariño. Sabía a quién se refería. Le emocionaba ver el cariño que aguardaba en sus palabras. Era un hombre hecho y derecho, y aún así se mostraba tierno como un crío.
Se miraron a los ojos y permanecieron callados durante un rato. La decisión estaba tomaba, entonces. Mei caminó hacia adelante, hasta colocarse frente a él. Aun sentirse incómoda con lo que iba a hacer, sentía que quería hacerlo. Con su inexperiencia, se acercó a su viejo camarada y le dio un abrazo.
-    Eres mi mejor amigo – le susurró. Yao le acarició el pelo con delicadeza.
-    Lo sé.
-    Desde aquella primera vez que nos obligaron a pelear, hemos sabido lo que pensaba el otro. Esta conexión, no creo tenerla con nadie que no seas tú.
-    Lo que nos convierte en especiales – comentó Yao. Mei deshizo el abrazo y lo miró a los ojos.
-    Te echaré de menos.
-   Y yo. Es agradable tener a alguien con quien no tener que esconder nada. Nuestra vida es muy dura… – se aquejó. Mei rió.
-   Tendremos que disfrutarla lo máximo posible, según tú – le recordó Mei, parafraseando sus propias palabras –. Al fin y al cabo, los dos acabaremos en el infierno.

Dio media vuelta, encaró al camino que había recorrido y que ahora debía retomar.
-    Li – la llamó Yao. Mei se dio la vuelta, sorprendida. Yao vaciló antes de decirle por última vez: –. Prométeme que pase lo que pase, seguirás siendo Mei-Ling. No dejes que te controle el pasado.

Mei comprendió perfectamente lo que quería decirle con ello.
-    Lo intentaré – le aseguró. Se acercó a él por última vez y le extendió una mano –. Dale recuerdos de mi parte a Tai.
-    Así lo haré – le respondió Yao. Le estrechó la mano –. Aunque espero volver a verte antes de un año…

Mei no respondió a esa última petición. Eso sólo lo decidiría el destino. Deshicieron el apretón de manos. Lanzándose un último vistazo, los dos enfrentaron sus propios caminos.
-  Hasta pronto, Yao – se despidió finalmente Mei, sin atreverse a mirarlo a la cara. Tras ella, consiguió escuchar la voz de su mejor amigo respondiéndole:
-    Hasta siempre, Li. 

jueves, 5 de abril de 2012

Tirar adelante

Nunca hay que perder la esperanza. Incluso en la oscuridad total, siempre habrá una luz que nos alumbre el camino. Nunca estaremos solos, siempre recordaremos a alguien que nos acompañará mientras queramos, siempre que deseemos su compañía.



miércoles, 4 de abril de 2012

Poema

El mundo comenzó a tener sentido cuando te conocí.
            Yo tuve ganas de luchar cuando supe de ti.
            El mundo recuperó su color la primera vez que te vi.
            Yo quise seguir viviendo para que tú te fijaras en mí.

            Pero no pudo ser verdad,
            porque nuestra edad
            nos impedía esa libertad,
            y me tuve que conformar con tu amistad.
           
            Aunque ahora que han pasado varios años,
            y nos volvemos a encontrar,
            espero que puedas abrir los ojos,
            y que me puedas amar.