sábado, 7 de noviembre de 2015

Estandarte hacia la victoria

Los momentos en los que te detienes y sientes son escasos, cada vez más. Así lo sientes según vas viviendo en este mundo de locos. Recuerdas la época en la que esos momentos de silencio en tu cuarto eran habituales de cada fin de semana, de cada hora suelta tras acabar las clases... Quedarte sólo contigo mismo era lo que estabas acostumbrado. Tan acostumbrado que pensabas que esa soledad te acompañaría toda la vida, que serías tú contra el mundo. 

Esa tirante desde lo más profundo de tu cuerpo, un extraño recoveco que serían incapaz de señalar... algo que se estruja, doloroso y triste, pero dulce y emotivo a la vez. Como una voz inocente que te llama con el corazón en la mano, queriendo que le escuches y que grites con ella. 

Extraños momentos de soledad. Acompañado por música que pretendías que acallara el silencio, que te hiciera olvidar la pena que sentías por pertenecer al otro bando del mundo. 

Sin embargo, esos días lejos quedan. Adiós la inocencia de la niñez, bienvenida la presión de esos años de adolescencia. Pero al igual que los siglos, esa época que parece interminable también pasa, se arrancan las hojas del calendario y nos graduamos de esos años que parecen eternos. Comienza la lucha interminable de encontrar tu lugar en el mundo, y en esa eterna batalla, las tristezas por no encajar van perdiendo poder, porque demasiado esfuerzo te requiere escalar para obtener un grado, obtener un conocimiento, obtener un puesto, definir tu futuro, tanto que a veces olvidamos el presente. Y pierdes la noción del tiempo. 

Según vas tejiendo pedazos de tela con el que vas definiéndote, el tiempo en tus manos también se ve estrujado, tanto tienes que vivir, tanto necesitas hacer... Ya no eres el despojo de lágrimas y tristeza que una vez fuiste. Ahora eres un matojo de mil y una ideas y trozos de carácter que intentas que encaje en un mismo ser. Creces y creces, hasta que ya por fin, como el vaso que colma con la última gota, te estancas. Para permitir algo nuevo, algo viejo debe dejarse marchar, algo debe evolucionar o debe desecharse. La regla de la selva. El campo de batalla. A estas alturas has aprendido lecciones, algún que otro consejo valioso que te hace ser consciente que en este mundo tienes que ser dinámico, tienes que amoldarte. Es por eso, que algunos mimetizan con su entorno y para seguir con el trayecto ajetreado y lleno de ruido esconden partes, pero sin llegar a desecharlas. Y avanzan y avanzan, sin tomarse el tiempo para revivir esos viejos cánticos de tiempos pasados que te hacían sentirte fuera del mundo, lejos de los demás. Ahora eres feliz, te dices a ti mismo, ahora formas parte del mundo. ¿Por qué querer detener el ajetreo, por qué dejar de disfrutar de la diversión?

No eres el único que vive corriendo sin detenerse, no te sientas mal. En eso radica nuestra vida, avanzar y avanzar, jamás quedarnos atrás. Ya no es momento de sentarte y quejarte, ni llorar como lo hacías en tu adolescencia. Ahora cuentas con la fuerza suficiente como para permitirte ser independiente, tener un buen par de huevos y no tener que agachar la cabeza. 

Pero en este caminar tan rápido, sin rumbo fijo, a veces nos topamos con otros que nos hacen detenernos un momento. Es en ese instante, cuando te ves reflejada tu imagen en los ojos de esa otra persona cuando te preguntas quién eres en este mismo momento, qué te llevó allí y qué te hace ser quien eres. Es entonces, cuando sacas un poquito de tiempo para inspeccionar qué es lo que te hace ser especial a esos ojos que se han detenido en ti, cuando te pones a pensar qué quieres ser, y vuelves a sentirte inmerso en ese especial momento, como cuando eras aún un cachorro perdido, que intentaba sobresalir de esa marabunta de espectros. Y es entonces, cuando quieres volver a recuperarte, no seguir siendo arrastrado por la corriente, querer plantarte ahí mismo y recuperar el mantón que has terminado tejiendo y mostrarlo al mundo como tu propia bandera y símbolo de quién eres. Y con el estandarte recuperado, con ello tus fuerzas y el orgullo de volver a encarar una nueva batalla.