domingo, 31 de marzo de 2013

Un adiós a la lucha eterna


Aunque los gritos que proveían fuera de aquella casucha eran lo suficientemente audibles, su mente estaba perdida en otro lugar. Abrazado a la mujer que amaba, desprovista de vida, sentía sus lágrimas recorrerle por las mejillas. La acariciaba como embrujado, sin ser consciente de que aquel gesto no iba a lograr nada. La vida ya había escapado de sus labios, el calor de su cuerpo hacía tiempo que había desaparecido. Ahora sólo le quedaba aquel precioso cuerpo del que llevaba toda su vida enamorado, con el pecho desangrado y frío como el hielo.
¿Por qué?, seguía repitiéndose una y otra vez. ¿Por qué los dioses la habían castigado arrebatándole la vida? Ella lo único que quería era ser libre, ser madre y criar a sus hijos a su lado. Y él lo único que quería era hacerla feliz y vivir a su lado. El destino les había puesto infinitos obstáculos en su camino, pero hasta aquel momento los habían conseguido sortear todos. Él era quien debía luchar por ella, quien debía protegerla, no al revés… Y cruel destino, una vez más, había hecho que se intercambiaran las tornas, siendo ella quien abandonaba primero aquel horrible mundo, justo cuando iban a huir de todo y él estaba dispuesto a otorgarle todos sus deseos. «Sólo quiero ser madre y que estés a mi lado. No quiero que sigas luchando en una guerra que jamás encontrará fin, que jamás logrará su propósito». Aquel había sido su grito, su último ruego. Él, que siempre había creído en la lucha que libraba para liberar al pueblo de las garras del infortunio promovido por los privilegiados, comprendió que no era lo que la haría feliz a ella. Por fin había sido franco con ella, le había abierto los ojos habiéndole gritado que lo odiaba, dándole aquel ultimátum que le instaba a abandonar las armas y concentrarse únicamente en el futuro de los dos… «Te odio», habían sido las dos palabras más hirientes que había oído salir de su boca, sobre todo porque sabía que eran mentira. Sólo el dolor y la rabia que sentía por no lograr sus sueños la habían llevado a decirle aquella barbarie, para que él entendiese por fin qué debía hacer por ella…
Y sin embargo, el destino había vuelto a girar la rueca y habían sido desprovistos del tan ansiado futuro que llevaban más de media vida esperando. Le arrancaron la vida y con ella, a él la única razón por la que luchar. Sus últimas palabras antes de expirar su último aliento fueron unas disculpas por ser egoísta, por decirle que lo odiaba. Y una última promesa de amor.
Cerró los ojos desesperanzado y apoyó la frente sobre la de su querida amante muerta. La había amado desde la primera vez que la vio en aquellos campos que había junto a la casucha en la que vivía de pequeño con su familia. La primera vez que sus miradas se cruzaron y ella agachó la cabeza en señal de respeto, sintió que algo se encendía en su interior. Le había hecho la vida imposible cuando eran críos, siempre con la intención de llamar su atención y obligarla a mantener un vínculo con él. Aquel amor que al principio parecía odio debido a las incesantes burlas hacia ella, afloró en su adolescencia, robándole su primer beso y su virtud. La había visto asustarse por sus arrebatos de pasión, pero jamás le había negado nada. Ni la decisión de él de querer unirse a la batalla para librar al pueblo, ni la obligación como mujer de contraer nupcias con otro hombre a causa de su ausencia les había impedido volver a reunirse, aunque no fueran en las mejores circunstancias. Ambos sabían que lo suyo estaba predestinado y que nada ni nadie los separaría, a excepción de la muerte. La muy desgraciada los había alcanzado antes de lo que ninguno de los dos se había esperado, justo aquella misma noche, dándole fin a su romance.
Sabía que era una vergüenza como guerrero dejarse matar. Pero no quería separarse de ella, dejar el cuerpo de la mujer que tantas buenas noches le había regalado, por la que rezaba a los dioses antes de la batalla queriendo volver a su lado. Besó sus labios congelados por una última vez y tomó aire por la nariz atorada. Dejó de acariciar su rostro y extendió la mano ahora libre buscando su espada. La encontró cerca de ellos, tirada en el suelo. La agarró con fuerza y se la acercó. La observó con pesadumbre, decidiendo cuál sería la forma más rápida para acabar con aquel sufrimiento. Un tajo en el vientre sería lo más rápido.
Observó durante mucho tiempo aquel precioso rostro pálido que siempre lo había cautivado.
-  Pronto te besaré como te mereces – susurró con la voz rota por la pesadumbre. Sorbió sus lágrimas y se acercó el filo de la hoja al estómago –. Vamos, tú puedes… Hazlo por los dos… – masculló para sí.
Vaciló un buen rato. Jamás se le había pasado por la cabeza que pudiera acabar así, pero no había otra opción. No podía vivir sin ella. Su mejor amigo había partido, la aldea estaba siendo atacada y sus razones para luchar descansaban en sus brazos. Había vivido feliz en aquellos veinticuatro años, dieciséis de los cuales había pasado junto a ella. No había otra opción.
Como si los dioses hubiesen oído sus plegarias, su mano se movió automáticamente y sus deseos se vieron cumplidos. La espada que tantas peleas había librado junto a él cortó su carne, traspasó sus órganos, provocando que la sangre brotara como un río escarlata. Extrañamente, el dolor no le pareció tan insufrible como la herida en su pecho al verla morir a ella. Con sumo cuidado, se recostó en aquella cama de paja. La colocó de tal manera en la que los dos pudiesen estar uno al lado del otro, frente contra frente. Le besó los labios helados y acarició su mejilla desprovista del color rojizo tan característico suyo. Cerró los ojos y se hundió en la oscuridad, sin dejar de acariciarla. Necesitaba su contacto, para sentir que así volvería a su lado una vez abandonado aquel mundo.
-  Espérame, Maki, enseguida volveré a tu lado – suspiró.
El tiempo no le hizo esperar demasiado. Mientras la noche se cerraba y las estrellas brillaban en el firmamento, la luz de la luna recibió la compañía de aquellos dos amantes, dándoles fin a su lucha eterna en aquella guerra por la libertad.
Por fin, podían descansar en paz y ser ellos dos.
Sólo, dos amantes enamorados.


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Prólogo de "Memorias de un fatídico destino"

martes, 19 de marzo de 2013

¿Patética? Yo debería hacer lo que yo quisiera, sin que tú me hagas sentir patética

¿Sabes por qué no te cuento nada? 
¿Saber por qué no puedo contarte lo que me pasa?

Porque me haces sentir que toda mi existencia es un chiste
Haces que me sienta ridícula.
Haces que me sienta fracasada, haciéndome sentir que todos mis intentos y filosofía con la que quiero ver el mundo son una estupidez.
No hay nada más humillante y doloroso que sentir que eres patética.

Por eso lo siento si no te cuento lo que pasa por mi cabeza, si no te cuento cuánto sufre mi corazón
No quiero que sigas hiriendo mi orgullo ya por sí herido por la falta de confianza

¿No se supone que debería hacer lo que yo quisiera
sin que me hagas sentirme una mierda por ello? 

Así que por favor, no digas nada sobre mí ni sobre las acciones que tomo en la vida... Si te parece estúpido que sea lenta, vacile tanto en cómo actuar, deja que sea yo quien marque mi ritmo y decida a dar el paso en el momento oportuno. Déjame que me queje si siento que debo hacerlo, o déjame que me trague mi rabia y mis lágrimas por haber sido yo, sólo yo, la culpable de mis errores, no porque tú me hayas obligado a hacer algo que ni siquiera me veía preparada a hacer. 

Sólo te pido... 
No me hagas sentir patética... 
Eso es lo más duro de todo.


lunes, 11 de marzo de 2013

Monstruo sin nombre

Envolverme en el barullo y dejarme tragar por el caos. La cabeza quiere pensar, pero no quiero dejarle. ¿No te ha pasado que hay días en los que, por mucho que quieras aplicar tu propia filosofía optimista, te vienen esos pensamientos retorcidos que parecen disfrutar de tus inquietudes? ¿No has tenido esa sensación de convivir con dos personalidades, que son tanto tu fuerza como tu debilidad?

Como si fuera una muchacha caminando por el bosque que va a casa de su abuela a entregarle un par de emparedados que le ha encomendado su madre como recado, la mente sensata e ingenua se divierte con el trayecto. Ve las flores del campo y se divierte contemplando y catalogando aquello que ve. Sin embargo, desde la distancia, siente que hay alguien que la observa. La racional niña no ve nada que confirme sus sospechas, por lo que decide ignorar su instinto y sigue a lo suyo. No obstante, esa inquietante sensación no desaparece. Cuando se concentra en una tarea, se olvida por un momento de esa presencia, hasta que el camino pedregoso le permite oír unas pisadas a lo lejos tras de sí. Es entonces cuando se detiene y con disimulo gira un poco la cabeza. Ve una sombra esconderse corriendo tras unos matorrales, pero no consigue verle el rostro. La joven ingenua siente un escalofrío. Como es una curiosa, siente ganas de acercarse y descubrir quién es aquello que la persigue, pero temerosa como es, permanece quieta en su sitio. Duda. ¿Qué debería hacer? Repara en el peso de la cesta con los emparedados que debe entregar. Cierto, tiene una obligación que atender. No es momento para ponerse a buscar fantasmas. Aunque su naturaleza inquisitiva quiere investigar esa cosa que la persigue, su sentido de la responsabilidad es más importante. Aún le queda un buen tramo que recorrer. No puede permitirse interrupciones no planeadas.

Por el camino disfruta de la brisa de la mañana. A la distancia se fija en unos nubarrones. Espera que la tarea termine antes de que la tormenta la alcance. Mientras avanza, la muchacha inocente y racional se pone a analizar sus últimos días. Ha estado tan ocupada aprendiendo sobre el mundo que no se ha fijado en lo sola que ha pasado la semana. Está tan cansada al final del día que no es capaz de hacer balance de lo que está perdiendo en su vida. Las amistades que toman rumbos diferentes al suyo y no son capaces de seguirla. O al contrario, es ella la que por curiosidad tomó un camino y por torpeza avanza a un ritmo lento y se va quedando atrás. La van dejando atrás. Ella se esfuerza en correr, quiere acelerar su paso y alcanzar al resto, pero es patosa y siempre se tropieza y cae al suelo. Cuando levanta la cabeza, se fija en que el resto ha seguido adelante, quedando nuevamente rezagada. Normalmente eso le da igual, no teme a la soledad. Le gusta depender de sí misma, aprender por su cuenta. Tiene su orgullo bien forjado y no dejará que nadie le dé lecciones, cuando puede ser ella quien las redacte por su cuenta. Desde luego, ella puede hacer las cosas sola. Sin embargo... cuando el camino se le empieza a parecer tedioso e interminable, cuando ha tropezado tantas veces con las dichosas piedras del camino, comienza a sentirse idiota y echa de menos la ayuda de los demás. Entonces... sí, entonces, la mente se detiene. Un nuevo artefacto se pone en marcha en el fondo de su cabeza y los miedos la arrastran.

     - ¿Te has perdido? - escucha de repente la niña inocente y racional tras ella. Se sobresalta, como es lo más lógico en tal circunstancia. Estaba tan inmersa en sus cavilaciones que había olvidado la inquietud que le producía aquella extraña sombra que la estaba siguiendo. Se gira y se topa con un muchacho que la observa con ojos inquisitivos, iguales que los suyos propios. Tiene una expresión amigable, pero hay algo en él que la mantiene alerta. Son sus ojos curiosos. La escrutan con tanta intensidad que la hace sentir que no tiene buenas intenciones.
     - Eh... - musita ella. Está a punto de responderle con una negativa cuando se percata de dónde se encuentra. Ha ido varias veces a casa de la abuela, pero se fija en que no reconoce el camino en el que se halla. Se da cuenta de que ha estado tan absorta en sus pensamientos que apenas se ha fijado en el trayecto. En algún momento habrá tomado la intersección equivocada y se habrá desviado. Sí, eso habrá ocurrido. Se vuelve al joven que permanece impasible, a esperas de su respuesta. -. Sí, me he perdido. No estaba atenta al camino y me he equivocado...
    - ¿Te acompaño? - se ofrece el desconocido, apenas dándole tiempo a guardar silencio. La joven lo observa sorprendida. Ella que se considera despierta de mente, no consigue encontrar razón lógica alguna que le explique qué interés tiene él en ella. Cada vez está más convencida de que es él esa presencia que se había escondido tras los matorrales. Hay algo que no le cuadra. Habría jurado que la sombra era alguien más grande, más terrorífico que aquel que tiene enfrente.
    - No hace falta, tranquilo. Puedo arreglármelas sola - alega al fin. Sonríe queriendo mostrarse segura con su palabras. Bueno, en realidad, sabe que se las puede arreglar perfectamente sin la ayuda de nadie. Está acostumbrada a ello. Eso mismo era lo que estaba pensando antes de que la interrumpiera en sus cavilaciones aquella persona. Ella que siempre hacía las cosas sola, que avanzaba a su ritmo sola, sin nadie que la esperase.

Es entonces cuando se fija en la sonrisa que se dibuja en el rostro del muchacho. Parece extrañamente divertido. La muchacha se pregunta qué es lo que le hace tanta gracia. Los dos permanecen callados. Un pensamiento se le cruza por la cabeza. Es ella misma, como personaje pintoresco que es, la que le hace gracia al desconocido. Tiene la sensación de que la lleva observando mucho tiempo, más de lo que ella piensa. La había observado entretenida con las flores, con los pájaros, con las maravillas que se le presentaban por el camino. Sin embargo, hasta que la mente no había cambiado el rumbo a esos pensamientos negativos, no se había dejado ver. ¿Por qué?, se pregunta en silencio. Ahora, teniéndola delante de él, mirándolo por fin, permanecía callado, con esos ojos fijos en ella, curioso y divertido, como si supiese lo que estaba cruzando por su mente. Como si la conociera. Como si esperara a algo que sabía que iba a ocurrir. La joven inocente y racional siente un enorme nudo en el estómago.
 
    - ¿Qué quieres de mí? - titubea. El mozo ladea levemente la cabeza. Se encoge de hombros.
    - Pasear un rato contigo - dice como si nada. La niña vacila. Sabe perfectamente que no es verdad, o al menos, tiene alguna intención oculta. Da un paso atrás y se aleja de él. Se fija en el camino que tiene delante de ella, por el que venía hasta que él la detuvo. Se pone a caminar, de vuelta al punto en el que debía de haberse confundido. Lo ignorará y encontrará el cruce en el que se desvió y retomará el camino correcto, se dice. Tras ella, reconoce las pisadas del desconocido que la sigue. Esta vez, a diferencia de antes, al menos no se esconde de ella.
    - ¿Vas a seguirme? - inquiere algo molesta. Ladea la cabeza y observa al muchacho por el rabillo del ojo. Éste sonríe complacido al ver que le presta atención.
    - Llevo mucho tiempo observándote y me pareces interesante. No eres como todas las demás. Eres especial.

La niña inocente y racional se sorprende. ¿Cuánto tiempo lleva observándola? ¿Ella es interesante? ¿No es como todas las demás? ¿Quiénes son todas las demás? ¿Especial? Mil preguntas se le atropellan en la cabeza, pero no es capaz de formular ninguna en voz alta. Se fija en que él parece saber lo que piensa. Efectivamente, es como si la conociera perfectamente. Ella se siente ofuscada y se concentra en el camino que tiene delante. No quiere ver esa sonrisa divertida que seguramente se ha vuelto a dibujar en su rostro. Esta vez, lo acompaña una divertida y maquiavélica carcajada que le pone los pelos de punta, pero que, extrañamente, la cautiva. Siente un cosquilleo en el estómago, fascinada por ese puro regocijo. El desconocido, aunque la inquieta, al mismo tiempo tiene un efecto seductor. Siente curiosidad de saber más de él, que parece saber tanto sobre ella.

    - ¿Por qué dices que no soy como todas las demás? - pregunta al fin, no pudiendo aguantar más las ganas de querer oír su voz.
    - Por fin pareces sincera - la ignora él, satisfecho de que por fin le dirija la palabra. Ella gruñe por lo bajo, pero no responde. Amaina el paso, permitiéndole caminar a su lado. Los dos cruzan la mirada y se observan mutuamente.

Ahora que lo ve más de cerca, se fija en que es un muchacho atractivo. No es que sea galán, pero tiene algo en su rostro que le parece atractivo. Son sus ojos, esa mirada avispada e intensa. Y su sonrisa, cautivadora. Pícara y desconcertante, que oculta secretos tras ella. Aún así, es su voz, suave y profunda, la que más le ha impactado. Es sensual. Cada sílaba que pronuncia es como una dulce caricia en su oído. Quiere volver a oírlo hablar. Así pues, opta por volver a hacerle la misma cuestión que él había decidido ignorar.

    - ¿Cómo es que soy diferente a las demás? ¿En qué me diferencio al resto? ¿Y a quién te refieres?
    - Muchas cosas quieres saber - la detiene él, antes de que siga escupiendo preguntas. Ella guarda silencio, esperando a que finalmente se decante a saciar su curiosidad. Al menos, se contenta, ha vuelto a oír su voz -. Me refiero al resto de mentes, pequeña. Tú que tanto te detienes a mirarlo todo, tú que observas los detalles que tienes alrededor, pero que al mismo tiempo eres tan ingenua que ignoras los detalles que más deberías desentrañar.

Su lengua viperina sigue soltando frases y palabras bonitas, envenenando los oídos de la muchacha con halagos que la hacen sentirse grande e importante. La autoestima y la confianza que había ido perdiendo los últimos días se ve elevada gracias a las vitaminas lingüísticas que escupe el muchacho de sus perfectos labios, arqueados en una linda y cautivadora sonrisa. La muchacha se siente sonrojar y su estómago se comprime, emocionada por la descripción tan alentadora que está recibiendo sobre su persona. La mente acepta orgullosa el veredicto tan positivo que dictan sobre ella, aunque no conozca las credenciales de quien lo recita.

El camino se hace ameno, según van intercambiando frases. Una vez que ha ganado su confianza, el muchacho le habla del mundo. Le muestra su desconformidad por cómo se rige, la monotonía de la igualdad y los estándares poco distintivos de la felicidad. La muchacha no entiende muy bien a qué se refiere, pero escucha atentamente a los argumentos que le plantea y reflexiona. Lo que le dice parece retorcido y negativista, pero ciertamente, la lógica con la que lo expone es firme y contundente. Él piensa que hay algo más en la vida, más de lo que la gente espera de ella. Más de lo que la gente dice que hay. No todo gira en torno a conseguir esa supuesta "felicidad". Hay algo más profundo. Un significado más grande. Algo que hay que hacer y que no todos pueden conseguir. Pero que ellos pueden lograr. Porque ellos son diferentes al resto. Son más que el resto. Son especiales. Son brillantes. La muchacha se siente cautivada por su forma de expresarse.

En su fuero interno, la muchacha reflexiona por lo que le está diciendo aquel muchacho que la llevaba observando desde a saber cuándo. Un pensamiento recorre de un lado a otro de su cabeza. La mente cae en la cuenta de que ella misma piensa que es genial, superior a otros. Ella es fuerte, por eso camina por su cuenta, no se deja ayudar por los demás, porque ella es autosuficiente. Ella puede luchar sola, porque es imponente, formidable, inigualable. Nadie hace las cosas como ella las hace. Sonríe para sí, orgullosa. Se siente envalentonada, más de lo que pueda siquiera recordar haber sentido antes. Lanza una mirada furtiva al joven que la ha hecho sentirse así, agradecida por haberlo encontrado en su camino. Sus ojos se encuentran. La niña inocente y racional se avergüenza por ser pillada de infraganti, aunque a él no parece importarle. Es más, sus ojos se cierran un poco y sonríe abiertamente.

Un ruido en el camino los saca de su ensimismamiento. Atraídos por un murmullo giran la cabeza y se fijan en unos bichejos extraños que hay en medio del camino. La niña curiosa e inocente se detiene, preguntándose qué es lo que son. Nunca ha visto seres tan raros. Sus cuerpos son alargados, blanquecinos, y se retuercen de lo largos que son, formando nudos como los de un cordón. Sus torsos le recuerdan a los gusanos. Gigantes gusanos blancos. Aún así, su cabeza no es la de un gusano. Es alargada, con pico y ojos negros a ambos lados de la cabeza. Tiene unos pequeños brazos a cada lado del cuerpo. ¿Qué demonios son?, vuelve a preguntarse, asqueada de la imagen de tales cosas, a falta de ponerles un nombre.

Sus cuerpos enredados le hacen complicada la tarea de contar cuántas de esas... cosas hay. Se guía por las cabezas-hocicos y enumera un total de cinco. Están tan cerca los unos de los otros que resulta difícil saber qué hacen, aunque la mente racionaliza y llega a la conclusión de que están enzarzados en una pelea. Uno de ellos, al menos, parece estar mordiendo el cuerpo de otro de ellos, aunque resulta difícil descubrirlo, porque no sabe si realmente es el cuerpo de otro de esos gusanos o el cuerpo del mismo al que pertenece tal cabeza... La mente se desconcierta con tal juego de imagen.

El muchacho, a su lado, parece haber llegado a la misma conclusión que ella. Lo ve acercarse a los seres, posiblemente con intenciones de intervenir entre ellos. Lo sigue, animada. Intentará ayudarlo, ella que se considera buena niña, responsable y trabajadora, veladora de la paz. Odia las peleas y no le gusta ver que alguien salga herido. Los dos llegan hasta los bichejos. La muchacha agarra la cabeza que muerde el cuerpo e intenta tirar de ella, pero se encuentra con la dificultad de que su mandíbula se aferra con extremada fuerza a la carne del otro. Tira y tira, pero no logra hacer que lo suelte. Se gira al muchacho, esperando su ayuda. Él la está observando con curiosidad, pero al cabo de un rato descubre que por sí sola no puede con la situación y opta por intervenir. Lo ve tomar un palo del suelo y antes de que la mente procese lo que se dispone a hacer, siente el golpe del arma improvisada golpear la cabeza del gusano. Un ruido sordo, como si algo se rompiese dentro del cráneo, la asusta. Suelta al bichejo y retrocede, analizando lo que está ocurriendo delante de sus narices. El muchacho alza el palo en el aire y asesta un nuevo golpe en el torso del bichejo, una y otra vez, una y otra vez...

   - ¡PARA! - grita la muchacha, aterrada. Oye los gritos ahogados del bichejo, su cuerpo alargado y retorcido contorsionándose del dolor. Los demás gusanos parecen temblar, compartiendo el miedo de la cría -. Ya es suficiente - implora -, ha aprendido la lección.

Su voz parece alcanzar la atención del joven, porque se detiene y se gira a observarla. La muchacha siente alivio, pero esa sensación se congela en cuanto repara en los ojos oscuros, encendidos por la malicia, del muchacho.

   - ¿Qué lección? - inquiere él, no comprendiendo a lo que se refiere.
   - No va a seguir haciendo daño al resto - masculla la inocente niña.

Lo ve parpadear, incomprensible de lo que le dice. Aún así, no sigue en su cesante intento de golpear al bicho. Ella suspira aliviada, creyendo que por fin vuelve en sí. Se alegra de que haya querido ayudar a la fea criatura, aunque no tenía por qué excederse. Le sonríe en forma de agradecimiento. Pero su sonrisa se enfría cuando vuelve a cruzar la mirada con la de él.

Tiene una expresión enfadada, fría. Ella se pregunta qué le pasa. La criatura se retuerce en el suelo. Atrae la atención de los dos, que se vuelven a él. Los demás gusanos se han alejado y sólo él permanece cerca de ellos, lanzando gruñidos y jadeos desesperados, seguramente queriendo respirar. Deben de dolerle mucho los golpes que le ha asestado. La niña, compasiva, siente lástima por él. Se acerca, queriendo tocarlo y tranquilizarlo, pero antes de poder alcanzarlo, el palo que sujetaba el muchacho vuelve a descansar con un ruido seco en medio del cráneo de la criatura, que grita de dolor.

   - ¡Basta! - grita ella desesperada. Aún así, él ignora sus súplicas y sigue apaleando al extraño ser. Lo observa aterrorizada. No entiende qué le pasa. Lo que antes había interpretado como preocupación por el resto de bichejos, ahora comprende que es diversión. Se está divirtiendo asestando esos golpes a la indefensa criatura. Está disfrutando de su sufrimiento. Eso la asusta.

Cierra los ojos, a punto de echarse a llorar. No es posible que sea verdad, no puede ser tan cruel, quiere creer.

    - Por favor para - solloza.
    -¿Por qué debería? - lo oye preguntar. Abre los ojos de golpe y le clava la mirada. Tiene una extasiada sonrisa dibujada en el rostro que hace poco le había parecido atractivo. Ahora le parece la viva imagen de la locura.
    - ¿Por qué disfrutas con eso? - murmura, temerosa por la posible respuesta.
    - ¿Acaso tú no? - es lo que recibe a cambio, con tono incrédulo.
    - ¡Por supuesto que no! - exclama, desesperada.

La sonrisa desaparece del rostro del muchacho y se convierte en una mueca de desprecio. Se ha enfadado, comprende la cría.

   - Somos superiores - proclama el joven, solemne -. Somos mejores que estos adefesios a los que intentas salvar. Ellos son escoria, basura que no sirve para nada. Tú y yo somos grandiosos, únicos en este mundo...

La joven inocente y racional no encuentra lógica a lo que está escuchando. ¿Acaso por ser superiores tienen derecho a destrozar a aquellas criaturas, por muy horrendas y abominables que sean? La simple idea hace que un escalofrío le recorra la espalda. Niega con la cabeza.

    - No... - masculla.
    - No, ¿qué?
    - No voy a escucharte.

Decide darle la espalda y se pone a andar con paso firme y rápido. Esto llama la atención del chico, que se pone a andar, dejando atrás al bicho, que se retuerce en el suelo, pero no suelta el palo con el que lo ha arremetido. Se lo carga sobre el hombro y la sigue, entretenido por su reacción. Disfruta viéndola "sufrir" a ella también, piensa la muchacha.

   - ¿Te has enfadado? - lo oye preguntar. Ella lo ignora, acelerando el paso, queriendo alejarse de él. Esto parece irritarlo, aunque a juzgar por el tono burlón, es difícil de decir -. No escondas que una parte de ti ha sentido excitación al verme hacer eso.
   - ¡No! - exclama ella, queriendo hacerlo callar. Lo oye carcajearse, con esa voz tan cautivadora y a la vez tan sádica. Acelera el paso. Se concentra en el camino que tiene delante, queriendo que llegue al pueblo de una vez. Necesita ver más gente, perderse entre ella... Alejarse de ese muchacho tan extraño y tan peligroso.

Sus súplicas parecen ser escuchadas, ya que consigue vislumbrar unas casas no muy lejos. Sí, allí encontrara el confort de otros. Sus pasos se hacen cada vez más rápidos, el miedo que la azota es el combustible que la apremia a alcanzar el pueblo. Se relaja un poco al ver el tumulto de personas. Tras ella, oye al muchacho gruñir.

   - Y ahí tenemos a la plebe - murmura irritado. Extrañamente, la niña se siente atraída por su comentario y duda en si detenerse o seguir en su huida -. Todos iguales, en la misma dirección. Unos atropellando a otros... El caos. No sé cómo puedes convivir con ellos.

Ella gira la cabeza y lo observa. Él enarca una ceja.

   - Crees que estoy mal de la cabeza - comenta, sin perder la calma. La muchacha se sorprende de su serenidad, pero especialmente porque parece haber vuelto la cordura a él -. Sé que es lo que parece, pero no es así. Yo soy la razón. Soy superior a todos ellos. Y en el fondo, tú lo sabes. Sé que has sentido lo que te decía. Sé que tú también lo piensas.
   - No soy como tú. Tú eres cruel...
   - Soy fuerte. Soy quien sobrevive. Soy quien nos mantiene vivos...
   - ¡Cállate! - le espeta, no queriendo oírle hablar más. Da un paso adelante. Necesita internarse en el bullicio, alejarse de él. Tuvo que haber seguido sus instintos cuando lo vio por primera vez y protegerse de él. Es peligroso...
   - No lo hagas - la amenaza. No hay dureza en su voz, sino que es calmado.

Ella duda, pero no se deja engañar por su preciosa voz. Toma fuerzas y echa a correr en dirección al tropel de personas que se golpea en la ciudad. El muchacho, al contrario de lo que temía, no la persigue en su intento por detenerla.

    - Corre mientras puedas - lo oye decir tras de sí. Curiosamente, se sorprende al ver que no la sigue -. Escóndete entre la gente. Ahoga tus miedos. Ahoga tus pensamientos. Mientras puedas, ignórame cuanto quieras.

Lo sigue oyendo a lo lejos, su voz cada vez más alejada, pero aún sigue persistiendo entre los murmullos de la gente. Quiere alejarse de su voz, de esa inquietud que le suscita su dulce y maquiavélica voz.

    - ¡Mente! - lo oye gritar. La niña vacila al pisar, pero ni siquiera el temor de caer de bruces al suelo la detiene -. ¡Ignórame cuanto quieras, yo siempre te buscaré!

Jadeante, con el corazón latiendo a mil por hora, sigue corriendo, queriendo alejarse de él. Ha perdido la razón por la que emprendió el viaje, los emparedados que le había dado su madre para su abuela han desaparecido. Pero ya no importa. No le preocupa no cumplir su tarea. Sólo quiere correr, huir de la locura. Huir del miedo que le causa. Quiere estar a salvo entre la gente normal. Sumergirse en el bullicio y no escuchar su voz. Por muy bonita que sea, por mucha curiosidad que sintiera por descubrir qué era lo que le ofrecía, le causaba demasiado pavor como para dejarse seducir... No... Ella era una buena niña, inocente y racional. No era malvada. Ni intensa. Ni libre...

Ah... De repente siente el cuerpo más ligero. El corazón sigue palpitando intensamente, pero ya no importa. Una gota fría le cae en la cabeza. Levanta la mirada al cielo y observa los nubarrones que se concentran sobre ella.

Vaya... él le había asegurado conocer un lugar donde siempre hacía sol. Por un momento, siente remordimiento por haberse separado de él. Mira hacia el camino. La gente se congrega cada vez más a su alrededor, pero las nubes no parecen tener fin. No hay forma de eludir la lluvia. Abandonado al único conocedor del lugar soleado, ella debería enfrentarse a ese tiempo desequilibrado.

La mente, que huye de la locura, se interna en el barullo de ideas. La mente, rodeada de tantas distracciones, intenta alejarse de la locura. Quiere poner distancia entre ellos. Quiere acallarlo. Se interna en un mundo desequilibrado en el que nada es seguro, en el que el tiempo cambia sin esperarlo y en el que el resultado jamás puede controlarse y donde no es seguro ganar o perder. En ese mundo de incertidumbre, la mente intenta alejarse de esa sombra que jura que jamás la perderá de vista. Él sabe dónde está. Sabe quién es ella. Y esperará y esperará hasta que ella baje su guardia y volverá a tentarla. Ella lo sabe. Temerosa de ello es por lo que quiere dejar de ser tan interesante a sus ojos, quiere ser como las demás. Sólo así, él perderá interés en ella y la dejará en paz. ¿No?



Mientras la mente está ocupada, no se da cuenta de su existencia. Conviven tranquilamente. A la sombra insana le parece divertido verla desperdiciar sus días con tareas insignificantes que no la satisfacen por completo, pero mientras no haya signos de tormenta prefiere ahorrar sus fuerzas y la persigue con la mirada.

¿Nunca has sentido a esa sombra?

En los momentos en los que los sentimientos son tan intensos que quieres explotar, algo se remueve en mi interior. ¿No has vivido nada parecido? Yo lo llamo rabia. La ira que te consume. El fuego que amenaza con comerte por dentro. Una oscuridad que tira desde lo más fondo de ti, llamando tu atención. Hay momentos en los que esa sombra que se oculta en lo más profundo me da miedo. Roza la locura. Es terrorífica. Siento que me observa desde una esquina, apoyada contra la pared, la cabeza ladeada y con una media sonrisa que me deja ver sus dientes. Es esa sonrisa de pequeño demonio, que intenta ser amigable pero que esconde algo siniestro, la que me pone los pelos de punta. Como si fuera a cambiar con el más leve soplo de viento y ese gesto se transforme en una mueca de desprecio y de rabia.

Su presencia se hace más fuerte esos días en los que sólo tienes ganas de gritar. En los que te sientes sola, una vez como cualquier otro más. Esos momentos de debilidad en los que sientes que luchas contra el tiempo, que apremia sin corazón, y tú luchas sola, sin mano a la que aferrarte. El demonio, por muchas máscaras que se ponga, no dejará de ser un demonio. De la misma forma, por muchas capas con la que intentes enterrarla, la rabia y la locura siempre persistirá ahí, arraigada a tus entrañas. En el fondo, sabes que es parte de ti. Es lo que te diferencia de otros. Es lo que te hace. Hermosa quimera. Inocente demonio. Dulce y cruel, todo al mismo tiempo. Te atrapa.

Hasta que por fin... sus gruñidos no pueden acallarse por más tiempo y esa hermosa bestia destroza los barrotes que la mantenían presa. Y grita con toda la energía con la que le has permitido alimentarse. Sus gritos persistirán hasta que se agoten sus fuerzas. Destrozarán todo lo que puedan por su paso.

Sólo entonces, pasado su apogeo, perderá algo de fuerzas. Alguna dulce nana la aliviará y la pondrá a dormir una vez más. Volverá a su esquina, volverá a sentarse, volverá a apoyar su espalda contra la pared. Descansará la cabeza y te observará con esa media sonrisa. Aguardará. Aguardará hasta que quieras escucharla. Podrás armarte de un escudo y podrás luchar contra él. Monstruo que se te presenta como reflejo oscuro de tu alma. Pero jamás te dejará.

Lucha infinita, hasta que unáis fuerzas.

domingo, 10 de marzo de 2013

Cerrar los ojos y ver esa estúpida cara con esa sonrisa y reirte sin proponértelo.
No sabes si es amor o qué, pero ya ha cumplido su cometido: sonríes.
Al menos por un día, o un instante, eres feliz.

domingo, 3 de marzo de 2013

Avanzar sin arrepentirte de lo que tú decides

Lo que yo piense te tiene que dar igual. Tú eres tú y vive como quieras. Yo haré lo mismo.

Mientras seas feliz y no me hagas daño con las decisiones incorrectas que tomes, no tienes porqué temer mi reacción, porque nada tiene que afectar en tu rumbo. Mientras estés seguro de que optas por aquello en lo que crees y no te arrepientas de ello, estaré feliz de que caminemos juntos por el mismo sendero.