lunes, 2 de septiembre de 2013

Un corazón entero, dividido en dos mitades

¿Dónde aguardas tan callado?, es lo que la mente inocente se preguntaba, temerosa de haber perdido de vista al muchacho que antes siempre la perseguía con la mirada. El monstruo de ojos penetrantes y sonrisa burlona, hasta el punto de resultar desquiciante, hacía días que no asomaba su cabeza por allí. Y estaba empezando a preocuparse.

Siempre intentaba eludirlo, huía de él, desde que se dio cuenta del interés que el muchacho que escondía una locura monstruosa tenía un especial interés en ella. Sin embargo, se había acostumbrado a estar en guardia, siempre teniéndolo a la vista. Sabía cómo actuaba, o eso creía, hasta el punto de creer tenerlo bajo control. Aquello la hacía sentirse segura.

En aquel momento, se sorprendió al darse cuenta de que había desaparecido de su radar. Se había esfumado sin darle ningún aviso de antemano. La mente inocente y racional había estado tan atareada con sus idas y venidas, que había aparcado a su némesis, o alma gemela, según desde el punto de vista desde el que se mirara.

Al principio se sentía aliviada de no tener que estar siempre en guardia. La alegría la había tocado con su vara mágica, la actividad era continua y acababa agotada al final del día. ¿Qué más se puede pedir de la vida, si no es energía, quehaceres y felicidad? Perder la sombra que era el monstruo de cuatro cabezas que la vigilaba con su mirada desquiciada era lo mejor que podía ocurrírsele. Llevaba tanto tiempo queriendo deshacerse de esa carga, que jamás se le había ocurrido que llegase el día que sientiese su falta.

Sí, sentía su falta. Tal vez porque era lo que le hacía recordarse que hay cosas de las que debe mantenerse en guardia y protegerse. Tal vez porque le hacía ver cuán brillante era ella al mantenerlo alejado. Tal vez porque le hacía sentirse humilde y de buen corazón por sentir lástima por él. O tal vez, porque lo sentía como la otra mitad de su alma, aquella teñida de oscuridad, rabia, odio y crueldad, tan malvada, pero que la completaba como ser humano.

Su otra mitad, aquel monstruo de ojos brillantes desquiciados, su locura personal, su corazón, sus ganas de luchar contra el mundo. Había desaparecido entre el gentío. Las idas y venidas de su mente, las ideas, las aventuras, las vivencias, las personas, la habían alejado de quién era ella, como ente completo. Y temía su ausencia. Porque aquello podía significar que si él había desaparecido, tal vez ella también desaparecería, mermaría su fuerza, se moldearía hasta ser como los demás, tan normales y poco especiales. Ella, orgullosa de ser ella misma, de luchar con sus propias fuerzas, de tirar del mundo con su orgullo y su inteligencia, temía que, sin la mitad que equilibraba su buena conducta, se descarriara y se dejase engullir por la nada.

Necesitaba alejarse de ese barullo, de ese remolino, para volver a encontrarlo.

¿Dónde estás, mi monstruo enloquecido? ¿Tan fuerte cantó la luna su nana que te dormiste profundamente y ya no quieres despertar? ¿O es que me has abandonado, porque ya no soy digna de tu compañía?

La mente inocente y racional, echa de menos a su otra mitad. Se pregunta cómo volver a encontrarla y se cuestiona si, si siendo paciente y recuperando su tiempo, será capaz de volver a encontrarla. Encontrarse una vez más, a sí misma.