lunes, 2 de septiembre de 2013

Un corazón entero, dividido en dos mitades

¿Dónde aguardas tan callado?, es lo que la mente inocente se preguntaba, temerosa de haber perdido de vista al muchacho que antes siempre la perseguía con la mirada. El monstruo de ojos penetrantes y sonrisa burlona, hasta el punto de resultar desquiciante, hacía días que no asomaba su cabeza por allí. Y estaba empezando a preocuparse.

Siempre intentaba eludirlo, huía de él, desde que se dio cuenta del interés que el muchacho que escondía una locura monstruosa tenía un especial interés en ella. Sin embargo, se había acostumbrado a estar en guardia, siempre teniéndolo a la vista. Sabía cómo actuaba, o eso creía, hasta el punto de creer tenerlo bajo control. Aquello la hacía sentirse segura.

En aquel momento, se sorprendió al darse cuenta de que había desaparecido de su radar. Se había esfumado sin darle ningún aviso de antemano. La mente inocente y racional había estado tan atareada con sus idas y venidas, que había aparcado a su némesis, o alma gemela, según desde el punto de vista desde el que se mirara.

Al principio se sentía aliviada de no tener que estar siempre en guardia. La alegría la había tocado con su vara mágica, la actividad era continua y acababa agotada al final del día. ¿Qué más se puede pedir de la vida, si no es energía, quehaceres y felicidad? Perder la sombra que era el monstruo de cuatro cabezas que la vigilaba con su mirada desquiciada era lo mejor que podía ocurrírsele. Llevaba tanto tiempo queriendo deshacerse de esa carga, que jamás se le había ocurrido que llegase el día que sientiese su falta.

Sí, sentía su falta. Tal vez porque era lo que le hacía recordarse que hay cosas de las que debe mantenerse en guardia y protegerse. Tal vez porque le hacía ver cuán brillante era ella al mantenerlo alejado. Tal vez porque le hacía sentirse humilde y de buen corazón por sentir lástima por él. O tal vez, porque lo sentía como la otra mitad de su alma, aquella teñida de oscuridad, rabia, odio y crueldad, tan malvada, pero que la completaba como ser humano.

Su otra mitad, aquel monstruo de ojos brillantes desquiciados, su locura personal, su corazón, sus ganas de luchar contra el mundo. Había desaparecido entre el gentío. Las idas y venidas de su mente, las ideas, las aventuras, las vivencias, las personas, la habían alejado de quién era ella, como ente completo. Y temía su ausencia. Porque aquello podía significar que si él había desaparecido, tal vez ella también desaparecería, mermaría su fuerza, se moldearía hasta ser como los demás, tan normales y poco especiales. Ella, orgullosa de ser ella misma, de luchar con sus propias fuerzas, de tirar del mundo con su orgullo y su inteligencia, temía que, sin la mitad que equilibraba su buena conducta, se descarriara y se dejase engullir por la nada.

Necesitaba alejarse de ese barullo, de ese remolino, para volver a encontrarlo.

¿Dónde estás, mi monstruo enloquecido? ¿Tan fuerte cantó la luna su nana que te dormiste profundamente y ya no quieres despertar? ¿O es que me has abandonado, porque ya no soy digna de tu compañía?

La mente inocente y racional, echa de menos a su otra mitad. Se pregunta cómo volver a encontrarla y se cuestiona si, si siendo paciente y recuperando su tiempo, será capaz de volver a encontrarla. Encontrarse una vez más, a sí misma.


domingo, 30 de junio de 2013

Quien nada da, nada recibe

El momento más duro para ti fue aceptar que estabas harto de ellos. De cómo te trataban. De cómo te ignoraban y luego te reclamaban como si fuera tu culpa no haber preguntado por ellos.

Sí, harto estabas. Pero intentabas disimularlo por respeto. Porque así es cómo deberías responder ante ellos. No querías ser mal nieto, porque considerabas que tú eras una buena persona que no haría ningún feo a nadie. Pero llegaste a tu límite.

Harto estabas, efectivamente, de la ignorancia, de la falta de interés en tu persona, de la falta de recuerdos con esas personas que casi podrías llegar a pensar que eran más desconocidos que tu propia familia. Y más todavía, por los feos hechos a quien tanto había dado por ti, de tu gran héroe, de tu ejemplo a seguir. Jamás perdonarías a cualquiera que se atreviese a hacerle daño a quien tanto te había cuidado, a quien sacrificaría su mismísima vida y todo su orgullo por darte aquello que te merezcas. Y por eso, juegan con tu paciencia cuando los ves vacilar con los sentimientos de aquel a quien tanto respetas. Te dan ganas de romper esas reglas de cortesía, alzar la voz y reclamar lo que él nunca se atrevió a decir en voz alta, ya sea por simple cobardía, respeto, pasotismo o a saber el qué. Pero cada vez que dicen algo en su contra, cada vez que los ves tratarlo como si no fuera más que un simple peón, sientes que te clavan un puñal y morderte la lengua es cada vez más complicado, según tu cabeza que es capaz de pensar por sí misma. Granito a granito, el reloj de arena pierde segundos y poco va quedando hasta que el hueco vacío se llene de rabia. ¿Habrá alguna forma de darle la vuelta al recipiente y dejar que el tiempo siga corriendo por mucho más?

Una cosa es clara en este mundo, aunque luego las personas implicadas en esta realidad no son conscientes de que violan las leyes principales del contrato social: hay que dar cariño a un niño para que éste se sienta amado y corresponda al amor de sus padres. Lo mismo se aplica a cualquier ser humano. Si no seguimos esta pauta tan sencilla, ocurrirá lo siguiente: no habrá cercanía, será una relación fría y desconfiada. Habrá uno que tenga la delantera, que tenga el poder sobre el otro. Si el “controlado” es débil, vivirá bajo el mandato del fuerte, siempre agachará la cabeza en las discusiones y se rendirá sin proclamar la victoria en cualquier discusión que se le plantee. No se opondrá. Es posible que jamás exprese sus miedos, sus traumas del pasado debido a esa falta de amor, esa falta de preocupación.

Puede darse el caso de que incluso, esa relación quede tan vacía que no haya interacción entre las partes, o al menos, una de ellas puede pasar automáticamente de responder a la otra parte. Sin feedback, o retroalimentación, no hay comunicación posible. Sin mediar palabra, no hay forma de mantener contacto entre las partes. Sin mantener contacto, no hay cariño, no hay amor. No hay nada. Todo es vacío. Relaciones humanas establecidas únicamente por líneas de sangre (en caso de que los haya) pero desprovistas de significado verdadero. ¿De qué me sirve a mí tener a alguien que no pinta nada en mi vida? Estar por estar, vacía existencia.

La amistad es preciada porque quien decide ser amigo opta por luchar en esa relación, opta por entrar en el circuito de interacción. Tiene intención de dar cariño y recibirlo por la otra parte. La familia, sin embargo, uno no la elige. Nacemos donde nos dicta la suerte. El que se cree ese vínculo no está tanto en nuestras manos como en la del azar. Nos guiamos por unas reglas no escritas, de respeto, cariño y preocupación. Sin embargo, cuando algo falla y quien debe dar el primer paso (el fuerte, el patriarca) no conecta con el recién llegado... ¿qué se puede esperar de tal relación?

Nada más que vacío. Miramientos negativos y rabia acumulada... que algún día, puede que pronto, puede que tarde, explotará. Entonces, puede que la relación sea salvada o condenada al mismísimo olvido.

martes, 11 de junio de 2013

Silencio

A veces el silencio es un descanso para el corazón y la mente, que se permite tomar un respiro.
Otras veces, el silencio puede llegar a ser tan doloroso como mil cuchillas afiladas de cristal.

domingo, 9 de junio de 2013

(Anónimo): Se busca becaria...


…para adormecer la sádica mente de quien se hace llamar dueño del mundo. Para que los países ricos en cultura y el materias primas puedan descansar en paz.

Paz, palabra tantas veces escupida por los vacíos portadores de rifles que se enorgullecen de ser la llave que abre las puertas de la destrucción

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Nota: este relato no me pertenece. Desconozco el nombre de su autor original, ya que llegó a mis manos en una clase de Taller de Narrativa en el colegio. Las palabras captaron mi atención y lo guardé con interés, esperando algún día compartir la rabia que guardan sus palabras. 

miércoles, 5 de junio de 2013

¿Ser bueno o malo?

A veces pienso que los hechos de mi vida me quieren hacer aprender que debo ser más agradable con los que tengo a mi alrededor.

Pero otras veces pienso que lo que quieren enseñarme es que hay que ser cruel con otros. El monstruo que llevo dentro esboza una escalofriante pero excitante sonrisa sólo con pensarlo.


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La mente inocente y racional sigue intentando ignorar la presencia de la locura, pero aún persiste en su intento por arrastrarla a su terreno. De vez en cuando se encuentran cara a cara cuando sale a hacer algún recado y se aparta de la muchedumbre, cuando las ideas dejan de rondarle por la cabeza y la inactividad la lleva a buscar intereses lejos de lo ordinario.

Pero hay algo en él que ha cambiado últimamente. Antes, la mente inocente y racional había captado la desesperación por convencerla y hacerla pasar al lado oscuro. Sin embargo, ahora no parece tan persistente. Es como si supiera que llegaría el tiempo en que desistiera de su ensimismamiento y algo la arrastraría sin que él tuviera que hacer nada. Sentía que algo tramaba. Pero no podía hacer nada, aparte de estar cautelosa.

De momento, nada iba mal. Y conservaba la esperanza de que por el tiempo venidero todo siguiese igual. Lo mantendría a la vista, pero lejos de ella. Allí, sentado en su esquina de siempre, observándola interesado. Pero a distancia. Siempre a distancia. Donde ella pudiera verlo.

Porque, efectivamente, algo había que no la permitía apartarse de él. Era como si, igual que él parecía necesitarla a ella, ella lo necesitaba para recordarle dónde debía estar, quién era y por qué era como era.

Dos entes completamente diferentes, pero relativamente parecidas.

Luz y oscuridad.

Estabilidad y descontrol.

Inocencia y monstruosidad.

Quimera y Ángel.


sábado, 1 de junio de 2013

Banco de la confianza

Más de una vez ocurre que, cuando estás dispuesto a dar tu confianza a alguien, se te quitan los ánimos de dar el paso. ¿Por qué pasa esto?

Hum... Secretos. Mentiras. Información no compartida. Palabras y promesas una vez expresadas que no se cumplen, o que se contradicen con las acciones llevadas a cabo. Tantas veces se repite esta historia, que a estas alturas ya deberías haber aprendido la lección. Eso es lo que te recrimina tu sentido común, pero aún así, sigues ignorando el hecho y dando oportunidades una y otra vez, pero nunca llegan a su puerto de destino. La mercancía nunca es entregada. La confianza se traspapela en la oficina de correos, porque el transporte que se utiliza para entregarlo no es lo suficientemente seguro. A falta de un repartidor fiable, no habrá entrega que llegue a su destino.

Lo peor de la aventura de la confianza, radica en que si una vez confiaste en alguien, creíste ser su todo y recibir lo correspondiente a lo que dabas, cuando tu consciencia se da cuenta de que todo era una mera ilusión, la imagen tan apreciada que tenías se rompe en mil pedacitos, tan débil como un marco con cristal. Podrás volver a colgarlo en su sitio, pero sin cristal, pegarlo con los trozos fragmentados o cambiarlo. No seguirá siendo lo mismo de antes. Cambiará. Será más pobre, faltarán trocitos del cristal hecho polvo que no pudiste recoger con la escoba y el recogedor y volver a pegarlo. O... bueno, tal vez me equivoque y consigas repararlo, cambiar el marco y poner uno más bonito y resistente. Puedes incluso colgarlo en un mejor sitio para que no vuelva a caerse y dure aún más. Quien sabe. Pero por lo general, los humanos somos tan vagos que optamos por lo más fácil: decidimos volver a colgarlo en su antiguo sitio en vez de buscar una mejor localización; intentamos reconstruir los pedazos destrozados en vez de comprar un nuevo marco (ya que como somos así de austeros, decidimos ahorrar nuestras monedas de paciencia para posibles nuevas fotos, en vez de mejorar lo ya existente).

Fotografías. Recuerdos. Personas y paisajes. Pedacitos de nuestra vida, de nuestro corazón, de nosotros mismos. Amores, familiares, amistades, conocidos... Cada cual tiene su propio cuadro en la pared que es nuestro afecto. La calidad de cada imagen será correspondiente al entusiasmo que empleaste en aquel momento de sacar la foto, al cuidado que le des a la restauración de las propiedades que va perdiendo.

Siempre digo que lo necesario de esta vida es poder mirarte al espejo y que te guste el reflejo de lo que ven tus ojos. Poder pasar un rato a solas y no querer escapar de tu propia compañía. Poder tumbarte y repasar cada segundo de tu día y no recriminarte nada de lo que hayas hecho, dicho, pensado. Aceptarte y amarte por encima de todo, sentirte orgullosa tanto de tus virtudes como de tus errores. Porque nadie es perfecto.

Sin embargo, en esta sociedad, no podemos sobrevivir completamente sin otros. Necesitamos a los demás, bien sea para estar contento contigo mismo por ayudar a otro, bien sea por la tranquilidad que te hace sentir recibir ayuda de los demás, la felicidad que te hacen sentir las buenas noticias que le ocurren a tus elegidos, las bromas y caricias que te hacen sonreír, los malos tragos y penurias que te hacen crecer y cambiar... Necesitamos ese contacto. Porque nos complementan como personas.

Y he aquí el rompecabezas
Inviertes tus esfuerzos en creer en alguien cuando tu inversión está siendo deficientemente usada por bancos que ignoran las necesidades de sus depositantes y buscan sus propias expectativas de negocios; ocultándote información de las acciones que llevan a cabo, que malversan sus fondos y por tanto te esconden la verdad de lo que está ocurriendo con tu inversión, tus esfuerzos, tu confianza... ¿No se dan cuenta esos bancos que, ocultando sus secretos, hace que sea más dolorosa la caída cuando todo salga a la luz? ¿No temen volver a perder el capital? 

En este mercado tan fluctuante, en el que la amistad ha elevado tanto el tipo de interés efectivo, me da miedo hacer entrega de mis ingresos, por temor de que mi derecho de convertibilidad de la moneda desaparezca, por temor de que llegue el día en el que toda mi apuesta se convierta en polvo y vuelva a arruinarme como tantas veces me ha ocurrido. 

¿No sientes tú lo mismo? 

Por otro lado, es posible que encontremos un mercado en auge y consigamos beneficios extraordinarios que hagan que nuestros negocios y nuestro bienestar aumenten en gran cuantía, y seamos mucho más felices en ese exquisito mundo de la opulencia... 

Aún así... en este mercado tan volátil e incierto... ¿qué es lo que debemos hacer

¿Apuestas o pasas turno?

...

Pasapalabra. 

...

No sabe, no contesta. 




viernes, 24 de mayo de 2013

Horas inciertas (Anónimo)


En estas horas inciertas en las que el silencio y sólo el silencio es el dueño de mi mundo, me pregunto dónde se refugian las palabras, dónde quedan los pensamientos del ser humano cuando se sumerge en un profundo sueño; dónde su sentido común, o su locura; dónde el ángel o el diablo que todos llevamos dentro. Cómo podemos, al fin, dormir, cerrar los ojos y navegar hacia el vacío cuando el mundo sigue girando, sigue llorando y lamiéndose sus millones de heridas abiertas… En estas horas inciertas en las que la casa está en silencio y sólo la rabia, suave, me acompaña, imagino qué ocurriría si el mundo un día decidiese largarse, si la tierra optase por sacudirse de nosotros, gemir desde lo más profundo de sus entrañas y dejarnos a todos vagando por el espacio infinito. Qué ocurriría si desapareciese su paciencia y su llanto inundase nuestras hermosas ciudades, o nuestros atroces campos de refugiados… Qué sucedería si, hastiada de nosotros, la tierra gritara alto, muy alto, con rabia…

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Nota: este relato no me pertenece. Desconozco el nombre de su autor original, ya que llegó a mis manos en una clase de Taller de Narrativa en el colegio. Las palabras captaron mi atención y lo guardé con interés, esperando algún día compartir la rabia que guardan sus palabras. 

lunes, 20 de mayo de 2013

"Sonríele a la vida y ésta te sonreirá"

Hoy estoy sentimental. No preguntéis por qué, la razón exacta no importa. Sólo recordar que, aunque sea cínica en mis escritos, aunque critique al ser humano por egoísta, hipócrita, individualista y cruel, muy en el fondo, es por ansias infinitas de querer creer en la bondad, la honestidad y el cariño de las personas.

No somos tan débiles como creemos. Los débiles son los cobardes que se esconden de quienes son, de quienes quieren ser. Los que intimidan a otros con la fuerza, con la grandeza de creerse superiores, son realmente los que no tienen esa estrella, los que no brillan, los que no tienen la capacidad de renacer de sus cenizas y tirar adelante. ¿Yo? Ni de lejos soy alguien fuerte. Pero tampoco me considero una enclenque.

Soy cínica, guardo un monstruo dentro de mí que crece de rabia cada X tiempo, que despotrica con mala sangre, que grita y destroza, pero que no tiende a dañar a quien no debe (salvo a las personas de excesiva confianza: la familia, pilar que siempre estará en mi vida como gran esqueleto sostenedor de mi coraje), pero también conservo la calma de saber jugar mis batallas, creo en la verdad, en la sabiduría y el cariño, la honestidad. Aunque me río de las razones de la humanidad para vivir, la verdad es que desearía morir por algo, desearía luchar por una razón, como los antiguos soldados que iban a combatir a la guerra y daban su vida por su país, por su familia, por su señor, por su ideología. Por algo.

Soy ilusa, crédula, boba, freak, estúpida, ingenua, excéntrica, loca, inteligente, nerd, pasota, egoísta (pero no mezquina), sentimental, fría, incrédula... Sí, una maraña y una contradicción de significados. Pero todo eso soy yo. Una pequeña estúpida que se despierta cada mañana, no se cuida, no busca nada de la vida, se ríe de lo que puede (incluso de sí misma), disfruta de los pequeños placeres de la vida, desconecta con música, anime, manga, libros, amistades, escritura, series, películas... Toda una sarta de hobbies que avanzan y cada vez se hace más extensa la lista de cosas que me crean como persona.

Me llamo Haizea. Hace... seis años, estaba descontenta de ser quién era. Conservo mis diarios en los que me decía a mí misma odiarme por quién era, por ser una cosa negativa, triste, depresiva, complicada, desconfiada, introvertida... Pero han pasado seis años, en los que he crecido. Tras hundirme en un hoyo, en el que prácticamente me metí yo sola, me aislé del mundo, empecé de cero y cambié. El cambio no fue repentino. Ha seguido un proceso de evolución, gracias a los encuentros con personas que han ido apareciendo en mi vida y que me han ido convirtiéndome en la persona de la que hoy día estoy orgullosa de ser. Tal vez siga sin ser lo que quiera por completo, no soy perfecta, no soy la mejor, no soy la más lista, ni la más amable, ni la más bella, ni la más encantadora... Pero ese prototipo de perfección no es lo que quiero. Quiero mis fallos, quiero mi ánimo de reírme de mis errores, quiero las ganas de seguir mejorando.

Sin embargo, para ser esa persona de la que estar orgullosa, es necesario poder vivir en paz contigo mismo. A veces desearía romperme la crisma y destrozarme por completo. Eso desea el monstruo que llevo dentro, aunque cierto es que antes desearía destrozar a todos los demás. Gracias a los dioses, la música calma el espíritu y lo mantiene bajo control. Dulce nana. Pero por lo general, levanto la mirada al espejo y me alegro de ser quien soy. Imperfecta, pero perfecta a mi manera para quien quiero ser.

Que nadie se ría de ti. Se tú quien se ría de sí mismo. Pero que esa risa no sea una burla cruel contra ti. Sino una muestra de cariño hacia tu persona. Sonríe, porque sólo así, el mundo puede brillar para ti.

A veces lo olvido, pero siempre hay algo, o alguien, que me hace recordar mi lema. Por si aún no lo sabes, te lo repito, apréndelo, porque puede serte de ayuda algún día:

"Sonríele a la vida y ésta te sonreirá"

Nunca sabes quién puede salvarte de la oscuridad. Pero siempre puedes confiar en ti. Aprende a quererte. 


Haizea Luceño



A continuación adjunto un link a un vídeo (está en inglés, pero subtitulado al castellano) que me hizo llorar en su día y guardé porque me parece excepcional. No sólo el hombre que da el discurso lo pone todo de tal forma que puedas reírte (tal y como digo yo, reírse de uno mismo de sus propias desgracias), sino que dice frases, consejos, duros pero ciertos, de lo que miles de personas pasan y deben hacer para aceptarse a sí mismos. Me encandiló y si a alguien le encandila igual que a mí, bienvenido sea. 

http://www.ted.com/talks/shane_koyczan_to_this_day_for_the_bullied_and_beautiful.html?utm_campaign=&source=twitter&utm_source=t.co&awesm=on.ted.com_s7Iu&utm_medium=on.ted.com-twitter&utm_content=addthis-custom#.UU93ZDymUQt.twitter


To this day for the bullied (Al día de hoy)

Cuando era niño, escondía mi corazón en la cama porque mi mamá decía, «Si no eres cuidadoso, un día, alguien te lo romperá». Te lo digo yo. La cama no es un buen escondite. Lo sé porque he sido derribado tantas veces que me da vértigo defenderme por mí mismo. 

Pero eso es lo que nos dijeron. Defiéndete sólo. Y es duro hacerlo si no sabes quién eres. Esperamos definirnos a una edad temprana, y si no lo hicimos, otros lo hicieron por nosotros. Friki. Gordo. Puto. Marica. Y a la vez que nos estaban diciendo lo que éramos, nos preguntaban: “¿Qué quieres ser cuando seas mayor?”. 

Siempre pensé que era una pregunta improcedente. Supone que no podemos ser lo que ya somos. Éramos niños. Cuando era niños, quería ser hombre. Quería un plan de pensión, que me mantuviera suficientemente bien como para hacer dulce la vejez. Cuando era niño, quería afeitarme. Ahora – se ríe, haciendo alusión a su enorme barba –, no tanto. Cuando tenía ocho años, quería ser biólogo marino. Cuando tenía nueve, vi la película “Tiburón” y pensé: “No gracias”. Y cuando tenía diez, me dijeron que mis padres me abandonaron porque no me querían. Cuando tenía once, quería que me dejaran solo. Cuando tenía doce, quería morir. Cuando tenía trece, quería matar a un chico. Cuando tenía catorce, me pidieron que considerara seriamente una carrera. Dije «me gustaría ser escritor».  Y me dijeron: «elige algo realista». Entonces dije: «luchador profesional». Y me dijeron: «no seas estúpido». 

¿Ven? Me preguntaron qué quería ser, y entonces me dijeron qué no ser. Y yo no era el único. Se nos dice que de alguna manera debemos ser lo que no somos, sacrificar lo que somos para heredar la máscara de lo que seremos. Me dijeron que aceptara la identidad que otros me darían. Y me preguntaba: ¿qué hace mis sueños tan fáciles de desechar? Claramente, mis sueños son débiles, tímidos, porque son canadienses (broma de Canadienses). Mis sueños son autoconscientes y excesivamente cabizbajos. Están a solas en el baile de la secundaria, y nunca han sido besados. Verán, mis sueños también fueron calificados. Bobo, estúpido, imposible. Pero seguí soñando. Iba a ser un luchador. Lo tenía todo pensado. Iba a ser el Hombre Basura. Mi golpe final iba a ser El Compactador de Basura. Mi lema iba a ser: “¡estoy sacando la basura!”. Y entonces este tipo, Duke “Contenedor” Droese, robó todo mi número. Estaba aplastado, como por un compactador de basura. Y pensé: ¿y ahora qué? ¿Qué hago? ¿A qué acudo?

Poesía.  Como un bumerán, lo que adoraba regresó a mí. Una de las primeras líneas de poesía que recuerdo haber escrito fue en respuesta a un mundo que me exigía odiarme. De los 15 a los 18 años, me odié por convertirme en lo que detestaba: un abusón. Cuando tenía 19, escribí:

“Me amaré a pesar de mi dócil inclinación a lo contrario” (“I will love myself despite the ease with which I lean towards the opposite”)

Defenderse solo no implica adoptar la violencia. Cuando era niño, negociaba tareas escolares por amistad, luego les daba un pase (give them a late slip) por no llegar nunca a tiempo y en la mayoría de las veces ni eso. Me di un permiso para afrontar cada promesa rota. Y recuerdo ese plan, nacido de la frustración de un niño que llamaban “Yogi”, y luego señalaban mi barriga y decían: “Demasiadas cestas de picnic”. Resulta que no es tan difícil engañar a alguien, y un día antes de clase dije; “Sí, puedes copiar mi tarea”, y les di a todos las respuestas incorrectas que había escrito la noche anterior. Entregó su hoja esperando una puntuación casi perfecta y no podía creer cuando me miró al otro lado del aula y sostenía un cero. Yo sabía que no tenía que mostrar mi hoja de 28/30 , pero mi satisfacción fue completa cuando él me miró, desconcertado, y pensé: “más inteligente que el oso promedio, hijo de puta”.

Este soy yo. Así es como me defiendo. 

Cuando era un niño, solía pensar que las chuletas de cerdo y las chuletas de karate (karate chop) eran lo mismo. Pensé que las dos eran chuletas de cerdo. Y como mi abuela pensaba que era lindo, y como eran mis favoritos, me dejó seguir haciéndolo. No es una cosa importante. Un día, antes de que comprendiera que los niños gordos no están hechos para trepar. Me caí de un árbol y me magullé el lado derecho de mi cuerpo. Temí contarle a mi abuela que me había metido en problemas por jugar donde no debía. Unos días después, el profesor de gimnasia notó el hematoma y me envió a la oficina del Director. De ahí a otra habitación pequeña con una señora muy agradable que me hizo todo tipo de preguntas sobre mi vida en casa. No vi ninguna razón para mentir. Hasta donde me concernía, la vida era bastante buena, le dije. Cuando estoy triste, mi abuela me da chuletas de karate (haciendo referencia a las de cerdo, que llama incorrectamente). Esto llevó a una investigación profunda, y me sacaron de casa por tres días, hasta que finalmente decidieron preguntarme cómo me había hecho los moratones. Noticias de esta pequeña historia tonta se extendieron rápidamente por la escuela y gané mi primer apodo: “chuleta de cerdo” (prokchop). Al día de hoy, odio las chuletas de cerdo.

No soy el único niño que creció así, rodeado de gente que decía esa rima de los palos y las piedras, como si los huesos rotos dolieran más que los nombre con los que nos llamaban, y nos decían de todo. Así, crecimos creyendo que nadie se enamoraría de nosotros, que estaríamos solos por siempre, que nunca conoceríamos a alguien que nos hiciera sentir que el sol era algo hecho para nosotros en su taller. Cuerdas rotas del corazón sangraron nostalgia y tratamos de vaciarnos para no sentir nada. No me digan que duele menos que un hueso roto, que una vida encarnada es algo que los cirujanos pueden quitar, que no hay forma de que haga metástasis; lo hace.

Ella tenía 8 años. Nuestro primer día en tercero la llamaron fea. Ambos nos pasamos para atrás del salón y así paramos el bombardeo de bolas de papel. Pero los pasillos de la escuela eran un campo de batalla. Nos vimos superados día tras miserable día. Solíamos no salir a los recreos, porque afuera era peor. Afuera, había que echar a correr, o aprender a permanecer quietos como estatuas, para no dar ninguna pista de que estábamos allí. En quinto grado, grabaron un cartel al frente de su escritorio que decía: “cuidado con el perro”. Al día de hoy, a pesar de un esposo amoroso, no cree que sea hermosa debido a una marca de nacimiento que cubre un poco menos de la mitad de su rostro. Los niños solían decir: “parece como una respuesta incorrecta, que alguien intentó borrar pero que no pudo hacerlo”. Y nunca entenderá que ella está criando a dos niños cuya definición de belleza comienza con la palabra “mamá”, porque ven su corazón antes que su piel, porque ella siempre ha sido increíble.

Él, era una rama rota injertada en un árbol familiar diferente. Adoptado, no porque sus padres optaron por un destino diferente. Tenía tres años cuando se convirtió en una mezcla de una parte de abandono y dos de tragedia. Inició terapia en octavo grado, tenía una personalidad formada por exámenes y pastillas, su vida era cuesta arriba montañas, cuesta abajo, acantilados, cuatro quintos suicida, una pleamar de antidepresivos, y una adolescencia en que lo llamaban “Drogo”. Una parte por las pastillas, 99 porciento por la crueldad. Intentó suicidarse en 10º grado cuando un niño que aún podía ir a casa de sus padres tuvo la osadía de decirle: “supéralo”. Como si la depresión fuera algo que se pudiera remediar con algo sacado de un kit de primeros auxilios. Hoy día, es un taco de dinamita encendido en ambos extremos, podría describirles con detalle la forma en que el cielo se curva en el momento anterior a su caída, y a pesar de un ejército de amigos que lo llaman una inspiración, sigue siendo una pieza de conversación entre personas que no pueden entender que a veces estar libre de drogas tiene menos que ver con adicción y más con cordura.

No fuimos los únicos niños que crecimos así. Al día de hoy, los niños todavía reciben apodos. Los clásicos: hola estúpido, hola imbécil. Parece que cada escuela cuenta con un arsenal de apodos que logra actualizarse cada año, y si un niño irrumpe en una escuela y nadie alrededor decide escuchar, ¿acaso se inmutan? Son solo ruido de fondo de una banda sonora atascada que repite cuando la gente dice cosas como: “los niños pueden ser crueles”. Todas las escuelas eran una carpa de circo, y la jerarquía iba de acróbatas a domadores de león, de payasos a feriantes, todas estas leguas por delante a las que iríamos. Fuimos raros, niños garra de langosta y señoras barbudas, extraños malabares de depresión y soledad, jugadores solitarios, girando la botella, tratando de besar las partes heridas de nosotros mismos y sanar, pero por la noche, mientras los demás dormían, seguíamos caminando por la cuerda floja. Era práctica, y sí, algunos de nosotros caímos.

Pero quiero decirles que todo esto son sólo escombros que quedan cuando por fin decidimos romper todas las cosas que pensamos solíamos ser, y si no ves algo hermoso en ti, busca un mejor espejo, mira un poco más cerca, mira un poco más, porque hay algo dentro de ti que te hizo seguir intentándolo a pesar de todos los que dijeron que abandonaras. Creaste una armadura alrededor de tu corazón roto y lo firmaste. Firmaste: “están equivocados”. Porque tal vez no perteneces a un grupo o a una pandilla. Tal vez fuiste el último que decidieron escoger para baloncesto o para todo. Tal vez solías traer moratones y dientes rotos, para presentar en clase, pero nunca lo dijiste, porque ¿cómo puedes mantenerte firme cuando todos a tu alrededor quieren enterrarte? Tienes que creer que estaban equivocados. Tienen que estar equivocados

¿Cómo sino podríamos aún estar aquí?

Crecimos aprendiendo a animar a los desvalidos porque nos vemos en ellos. Somos tallo de una raíz sembrada en la creencia de que no somos lo que nos apodaron. No somos autos abandonados varados y atorados en alguna carretera, y si de alguna manera lo estamos, no se preocupen, solo salimos en busca de gasolina para repostar.

Somos graduados de la clase de “lo logramos”, no los ecos desvanecidos de voces clamando: “los apodos nunca me hieren”. Claro que lo hicieron. Pero nuestras vidas siempre continúan siendo un acto de equilibrio que tiene menos que ver con dolor y más que ver con la belleza.

Palabras bonitas, actuaciones mediocres, sentimientos impuros. Lo que hace una buena persona, vaya.

Palabras bonitas.
Esas que te hacen querer creer en lo que escuchas.
Sin embargo, lo que lo acompaña son hechos vacíos que hablan por sí solos...

¡Cuánto valoramos a los demás! ¡Cuánto queremos a nuestros amigos! ¿Cuántas veces te has encontrado escuchando estas palabras, leyéndolas, creyéndotelas, y minutos, horas, días después escuchando de esos mismos labios barbaridades, críticas o vilipendios sobre la persona a la que admiraba como su propia persona?

Cuánto actor en teatros sin fronteras. Se abre el telón de la función en cuanto salen de sus casas y se disfrazan con máscaras de cerámica que cubren por completo sus defectos. O eso creen. O quieren creer. Muchas veces esas máscaras no se cuidan como deberían y están tan resquebrajadas que dejan ver los desperfectos detrás del disfraz. El atrezzo no es suficiente, al menos no siempre, para esconder las deficiencias de una barata actuación. Trucos de saldo para parecer una buena persona, lindas palabras adornadas con lazos de terciopelo, pero que no tienen la aptitud necesaria para pasar el control de calidad.

¿Hoy en día cuántas veces nos encontramos con actores amateur? Amateurs, sí, porque se creen profesionales, capaces de engañar a todos con su actuación de pacotilla, pero no consiguen creerse su papel y representarlo coherentemente. Quiero decir... una joven hermosa que representa el papel de mejor amiga. Te regala los oídos con alabanzas, ánimos y promesas de que estará a tu lado cuando lo necesites. Pero... en cuanto el público pierde de vista a la actriz en cuestión, olvida las líneas de su guión ya interpretado y se transforma en la persona débil y egoísta que intenta ocultar con ese antifaz no muy convincente, como he dicho, por la falta de cohesión. Graciosamente, la actriz, amateur una vez más, no es consciente de la cantidad de críticos de cine que la observan tras el telón. Comete ese error de novata: se cree tan excelente que olvida que al crítico no se le escapan los detalles, y demuestra que esas "muestras de cariño" no son más que un engaño, conocido comunmente como: "interés humano". Dicho de otro modo, señor amigo lector: miedo a la soledad, necesidad de aceptación y creencia de ser buena persona por decir palabras bonitas y encantadoras a los demás. Una servidora se ríe en voz tan alta que los decibelios podrían romper los cristales de cualquier iglesia.

Este crítico de cine, como es lo normal, querrá publicar sus descubrimientos, ya sea por advertir al público de la mala actuación que ofrece el teatro, ya sea por preocupación por la inversión que esté a punto de hacer el público en una mala obra, o ya sea por gozo propio de destrozar a la actriz en cuestión. Sí, señores, ninguno en esta representación nos libramos de nuestros intereses impuros. ¿Buenas personas? Permítanme volver a echarme a reír. Humanos. Ésa es la traducción que se nos debería asociar. Especialmente, a los aficionados al teatro de mala calidad, que es la sociedad en la que estamos sumergidos en estos momentos. En otros anfiteatros, llenos de personajes con otros valores, es posible encontrarse con actores que, efectivamente, representen su papel con lógica y convicción y sean así, tal y como son ellos, lo que presentan al público. Venden palabras bonitas y las enfatizan, porque efectivamente, así las sienten, así las viven, así las creen.

Pero por lo general, esa actriz que es criticada, cuya crítica pasa del crítico en cuestión a la persona que ha sido víctima de la mala actuación, se esconde tras el telón de terciopelo rojo, alegando dolo a su propia imagen. Una vez más, actriz amateur. En vez de aprender de la crítica - no siempre construcciva, porque nos gusta dañar, ver sangre, quedar por encima de los demás -, la intérprete atribuye su mala actuación a la falta de capacidad de los espectadores de comprenderla, no a su falta de calidad y consistencia.

Actuaciones baratas. Papeles mal elaborados. Roles mal estructurados.
Palabras bonitas.
Esas que te hacen querer creer en lo que escuchas.
Sin embargo, lo que lo acompaña son hechos vacíos que hablan por sí solos...


domingo, 31 de marzo de 2013

Un adiós a la lucha eterna


Aunque los gritos que proveían fuera de aquella casucha eran lo suficientemente audibles, su mente estaba perdida en otro lugar. Abrazado a la mujer que amaba, desprovista de vida, sentía sus lágrimas recorrerle por las mejillas. La acariciaba como embrujado, sin ser consciente de que aquel gesto no iba a lograr nada. La vida ya había escapado de sus labios, el calor de su cuerpo hacía tiempo que había desaparecido. Ahora sólo le quedaba aquel precioso cuerpo del que llevaba toda su vida enamorado, con el pecho desangrado y frío como el hielo.
¿Por qué?, seguía repitiéndose una y otra vez. ¿Por qué los dioses la habían castigado arrebatándole la vida? Ella lo único que quería era ser libre, ser madre y criar a sus hijos a su lado. Y él lo único que quería era hacerla feliz y vivir a su lado. El destino les había puesto infinitos obstáculos en su camino, pero hasta aquel momento los habían conseguido sortear todos. Él era quien debía luchar por ella, quien debía protegerla, no al revés… Y cruel destino, una vez más, había hecho que se intercambiaran las tornas, siendo ella quien abandonaba primero aquel horrible mundo, justo cuando iban a huir de todo y él estaba dispuesto a otorgarle todos sus deseos. «Sólo quiero ser madre y que estés a mi lado. No quiero que sigas luchando en una guerra que jamás encontrará fin, que jamás logrará su propósito». Aquel había sido su grito, su último ruego. Él, que siempre había creído en la lucha que libraba para liberar al pueblo de las garras del infortunio promovido por los privilegiados, comprendió que no era lo que la haría feliz a ella. Por fin había sido franco con ella, le había abierto los ojos habiéndole gritado que lo odiaba, dándole aquel ultimátum que le instaba a abandonar las armas y concentrarse únicamente en el futuro de los dos… «Te odio», habían sido las dos palabras más hirientes que había oído salir de su boca, sobre todo porque sabía que eran mentira. Sólo el dolor y la rabia que sentía por no lograr sus sueños la habían llevado a decirle aquella barbarie, para que él entendiese por fin qué debía hacer por ella…
Y sin embargo, el destino había vuelto a girar la rueca y habían sido desprovistos del tan ansiado futuro que llevaban más de media vida esperando. Le arrancaron la vida y con ella, a él la única razón por la que luchar. Sus últimas palabras antes de expirar su último aliento fueron unas disculpas por ser egoísta, por decirle que lo odiaba. Y una última promesa de amor.
Cerró los ojos desesperanzado y apoyó la frente sobre la de su querida amante muerta. La había amado desde la primera vez que la vio en aquellos campos que había junto a la casucha en la que vivía de pequeño con su familia. La primera vez que sus miradas se cruzaron y ella agachó la cabeza en señal de respeto, sintió que algo se encendía en su interior. Le había hecho la vida imposible cuando eran críos, siempre con la intención de llamar su atención y obligarla a mantener un vínculo con él. Aquel amor que al principio parecía odio debido a las incesantes burlas hacia ella, afloró en su adolescencia, robándole su primer beso y su virtud. La había visto asustarse por sus arrebatos de pasión, pero jamás le había negado nada. Ni la decisión de él de querer unirse a la batalla para librar al pueblo, ni la obligación como mujer de contraer nupcias con otro hombre a causa de su ausencia les había impedido volver a reunirse, aunque no fueran en las mejores circunstancias. Ambos sabían que lo suyo estaba predestinado y que nada ni nadie los separaría, a excepción de la muerte. La muy desgraciada los había alcanzado antes de lo que ninguno de los dos se había esperado, justo aquella misma noche, dándole fin a su romance.
Sabía que era una vergüenza como guerrero dejarse matar. Pero no quería separarse de ella, dejar el cuerpo de la mujer que tantas buenas noches le había regalado, por la que rezaba a los dioses antes de la batalla queriendo volver a su lado. Besó sus labios congelados por una última vez y tomó aire por la nariz atorada. Dejó de acariciar su rostro y extendió la mano ahora libre buscando su espada. La encontró cerca de ellos, tirada en el suelo. La agarró con fuerza y se la acercó. La observó con pesadumbre, decidiendo cuál sería la forma más rápida para acabar con aquel sufrimiento. Un tajo en el vientre sería lo más rápido.
Observó durante mucho tiempo aquel precioso rostro pálido que siempre lo había cautivado.
-  Pronto te besaré como te mereces – susurró con la voz rota por la pesadumbre. Sorbió sus lágrimas y se acercó el filo de la hoja al estómago –. Vamos, tú puedes… Hazlo por los dos… – masculló para sí.
Vaciló un buen rato. Jamás se le había pasado por la cabeza que pudiera acabar así, pero no había otra opción. No podía vivir sin ella. Su mejor amigo había partido, la aldea estaba siendo atacada y sus razones para luchar descansaban en sus brazos. Había vivido feliz en aquellos veinticuatro años, dieciséis de los cuales había pasado junto a ella. No había otra opción.
Como si los dioses hubiesen oído sus plegarias, su mano se movió automáticamente y sus deseos se vieron cumplidos. La espada que tantas peleas había librado junto a él cortó su carne, traspasó sus órganos, provocando que la sangre brotara como un río escarlata. Extrañamente, el dolor no le pareció tan insufrible como la herida en su pecho al verla morir a ella. Con sumo cuidado, se recostó en aquella cama de paja. La colocó de tal manera en la que los dos pudiesen estar uno al lado del otro, frente contra frente. Le besó los labios helados y acarició su mejilla desprovista del color rojizo tan característico suyo. Cerró los ojos y se hundió en la oscuridad, sin dejar de acariciarla. Necesitaba su contacto, para sentir que así volvería a su lado una vez abandonado aquel mundo.
-  Espérame, Maki, enseguida volveré a tu lado – suspiró.
El tiempo no le hizo esperar demasiado. Mientras la noche se cerraba y las estrellas brillaban en el firmamento, la luz de la luna recibió la compañía de aquellos dos amantes, dándoles fin a su lucha eterna en aquella guerra por la libertad.
Por fin, podían descansar en paz y ser ellos dos.
Sólo, dos amantes enamorados.


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Prólogo de "Memorias de un fatídico destino"

martes, 19 de marzo de 2013

¿Patética? Yo debería hacer lo que yo quisiera, sin que tú me hagas sentir patética

¿Sabes por qué no te cuento nada? 
¿Saber por qué no puedo contarte lo que me pasa?

Porque me haces sentir que toda mi existencia es un chiste
Haces que me sienta ridícula.
Haces que me sienta fracasada, haciéndome sentir que todos mis intentos y filosofía con la que quiero ver el mundo son una estupidez.
No hay nada más humillante y doloroso que sentir que eres patética.

Por eso lo siento si no te cuento lo que pasa por mi cabeza, si no te cuento cuánto sufre mi corazón
No quiero que sigas hiriendo mi orgullo ya por sí herido por la falta de confianza

¿No se supone que debería hacer lo que yo quisiera
sin que me hagas sentirme una mierda por ello? 

Así que por favor, no digas nada sobre mí ni sobre las acciones que tomo en la vida... Si te parece estúpido que sea lenta, vacile tanto en cómo actuar, deja que sea yo quien marque mi ritmo y decida a dar el paso en el momento oportuno. Déjame que me queje si siento que debo hacerlo, o déjame que me trague mi rabia y mis lágrimas por haber sido yo, sólo yo, la culpable de mis errores, no porque tú me hayas obligado a hacer algo que ni siquiera me veía preparada a hacer. 

Sólo te pido... 
No me hagas sentir patética... 
Eso es lo más duro de todo.


lunes, 11 de marzo de 2013

Monstruo sin nombre

Envolverme en el barullo y dejarme tragar por el caos. La cabeza quiere pensar, pero no quiero dejarle. ¿No te ha pasado que hay días en los que, por mucho que quieras aplicar tu propia filosofía optimista, te vienen esos pensamientos retorcidos que parecen disfrutar de tus inquietudes? ¿No has tenido esa sensación de convivir con dos personalidades, que son tanto tu fuerza como tu debilidad?

Como si fuera una muchacha caminando por el bosque que va a casa de su abuela a entregarle un par de emparedados que le ha encomendado su madre como recado, la mente sensata e ingenua se divierte con el trayecto. Ve las flores del campo y se divierte contemplando y catalogando aquello que ve. Sin embargo, desde la distancia, siente que hay alguien que la observa. La racional niña no ve nada que confirme sus sospechas, por lo que decide ignorar su instinto y sigue a lo suyo. No obstante, esa inquietante sensación no desaparece. Cuando se concentra en una tarea, se olvida por un momento de esa presencia, hasta que el camino pedregoso le permite oír unas pisadas a lo lejos tras de sí. Es entonces cuando se detiene y con disimulo gira un poco la cabeza. Ve una sombra esconderse corriendo tras unos matorrales, pero no consigue verle el rostro. La joven ingenua siente un escalofrío. Como es una curiosa, siente ganas de acercarse y descubrir quién es aquello que la persigue, pero temerosa como es, permanece quieta en su sitio. Duda. ¿Qué debería hacer? Repara en el peso de la cesta con los emparedados que debe entregar. Cierto, tiene una obligación que atender. No es momento para ponerse a buscar fantasmas. Aunque su naturaleza inquisitiva quiere investigar esa cosa que la persigue, su sentido de la responsabilidad es más importante. Aún le queda un buen tramo que recorrer. No puede permitirse interrupciones no planeadas.

Por el camino disfruta de la brisa de la mañana. A la distancia se fija en unos nubarrones. Espera que la tarea termine antes de que la tormenta la alcance. Mientras avanza, la muchacha inocente y racional se pone a analizar sus últimos días. Ha estado tan ocupada aprendiendo sobre el mundo que no se ha fijado en lo sola que ha pasado la semana. Está tan cansada al final del día que no es capaz de hacer balance de lo que está perdiendo en su vida. Las amistades que toman rumbos diferentes al suyo y no son capaces de seguirla. O al contrario, es ella la que por curiosidad tomó un camino y por torpeza avanza a un ritmo lento y se va quedando atrás. La van dejando atrás. Ella se esfuerza en correr, quiere acelerar su paso y alcanzar al resto, pero es patosa y siempre se tropieza y cae al suelo. Cuando levanta la cabeza, se fija en que el resto ha seguido adelante, quedando nuevamente rezagada. Normalmente eso le da igual, no teme a la soledad. Le gusta depender de sí misma, aprender por su cuenta. Tiene su orgullo bien forjado y no dejará que nadie le dé lecciones, cuando puede ser ella quien las redacte por su cuenta. Desde luego, ella puede hacer las cosas sola. Sin embargo... cuando el camino se le empieza a parecer tedioso e interminable, cuando ha tropezado tantas veces con las dichosas piedras del camino, comienza a sentirse idiota y echa de menos la ayuda de los demás. Entonces... sí, entonces, la mente se detiene. Un nuevo artefacto se pone en marcha en el fondo de su cabeza y los miedos la arrastran.

     - ¿Te has perdido? - escucha de repente la niña inocente y racional tras ella. Se sobresalta, como es lo más lógico en tal circunstancia. Estaba tan inmersa en sus cavilaciones que había olvidado la inquietud que le producía aquella extraña sombra que la estaba siguiendo. Se gira y se topa con un muchacho que la observa con ojos inquisitivos, iguales que los suyos propios. Tiene una expresión amigable, pero hay algo en él que la mantiene alerta. Son sus ojos curiosos. La escrutan con tanta intensidad que la hace sentir que no tiene buenas intenciones.
     - Eh... - musita ella. Está a punto de responderle con una negativa cuando se percata de dónde se encuentra. Ha ido varias veces a casa de la abuela, pero se fija en que no reconoce el camino en el que se halla. Se da cuenta de que ha estado tan absorta en sus pensamientos que apenas se ha fijado en el trayecto. En algún momento habrá tomado la intersección equivocada y se habrá desviado. Sí, eso habrá ocurrido. Se vuelve al joven que permanece impasible, a esperas de su respuesta. -. Sí, me he perdido. No estaba atenta al camino y me he equivocado...
    - ¿Te acompaño? - se ofrece el desconocido, apenas dándole tiempo a guardar silencio. La joven lo observa sorprendida. Ella que se considera despierta de mente, no consigue encontrar razón lógica alguna que le explique qué interés tiene él en ella. Cada vez está más convencida de que es él esa presencia que se había escondido tras los matorrales. Hay algo que no le cuadra. Habría jurado que la sombra era alguien más grande, más terrorífico que aquel que tiene enfrente.
    - No hace falta, tranquilo. Puedo arreglármelas sola - alega al fin. Sonríe queriendo mostrarse segura con su palabras. Bueno, en realidad, sabe que se las puede arreglar perfectamente sin la ayuda de nadie. Está acostumbrada a ello. Eso mismo era lo que estaba pensando antes de que la interrumpiera en sus cavilaciones aquella persona. Ella que siempre hacía las cosas sola, que avanzaba a su ritmo sola, sin nadie que la esperase.

Es entonces cuando se fija en la sonrisa que se dibuja en el rostro del muchacho. Parece extrañamente divertido. La muchacha se pregunta qué es lo que le hace tanta gracia. Los dos permanecen callados. Un pensamiento se le cruza por la cabeza. Es ella misma, como personaje pintoresco que es, la que le hace gracia al desconocido. Tiene la sensación de que la lleva observando mucho tiempo, más de lo que ella piensa. La había observado entretenida con las flores, con los pájaros, con las maravillas que se le presentaban por el camino. Sin embargo, hasta que la mente no había cambiado el rumbo a esos pensamientos negativos, no se había dejado ver. ¿Por qué?, se pregunta en silencio. Ahora, teniéndola delante de él, mirándolo por fin, permanecía callado, con esos ojos fijos en ella, curioso y divertido, como si supiese lo que estaba cruzando por su mente. Como si la conociera. Como si esperara a algo que sabía que iba a ocurrir. La joven inocente y racional siente un enorme nudo en el estómago.
 
    - ¿Qué quieres de mí? - titubea. El mozo ladea levemente la cabeza. Se encoge de hombros.
    - Pasear un rato contigo - dice como si nada. La niña vacila. Sabe perfectamente que no es verdad, o al menos, tiene alguna intención oculta. Da un paso atrás y se aleja de él. Se fija en el camino que tiene delante de ella, por el que venía hasta que él la detuvo. Se pone a caminar, de vuelta al punto en el que debía de haberse confundido. Lo ignorará y encontrará el cruce en el que se desvió y retomará el camino correcto, se dice. Tras ella, reconoce las pisadas del desconocido que la sigue. Esta vez, a diferencia de antes, al menos no se esconde de ella.
    - ¿Vas a seguirme? - inquiere algo molesta. Ladea la cabeza y observa al muchacho por el rabillo del ojo. Éste sonríe complacido al ver que le presta atención.
    - Llevo mucho tiempo observándote y me pareces interesante. No eres como todas las demás. Eres especial.

La niña inocente y racional se sorprende. ¿Cuánto tiempo lleva observándola? ¿Ella es interesante? ¿No es como todas las demás? ¿Quiénes son todas las demás? ¿Especial? Mil preguntas se le atropellan en la cabeza, pero no es capaz de formular ninguna en voz alta. Se fija en que él parece saber lo que piensa. Efectivamente, es como si la conociera perfectamente. Ella se siente ofuscada y se concentra en el camino que tiene delante. No quiere ver esa sonrisa divertida que seguramente se ha vuelto a dibujar en su rostro. Esta vez, lo acompaña una divertida y maquiavélica carcajada que le pone los pelos de punta, pero que, extrañamente, la cautiva. Siente un cosquilleo en el estómago, fascinada por ese puro regocijo. El desconocido, aunque la inquieta, al mismo tiempo tiene un efecto seductor. Siente curiosidad de saber más de él, que parece saber tanto sobre ella.

    - ¿Por qué dices que no soy como todas las demás? - pregunta al fin, no pudiendo aguantar más las ganas de querer oír su voz.
    - Por fin pareces sincera - la ignora él, satisfecho de que por fin le dirija la palabra. Ella gruñe por lo bajo, pero no responde. Amaina el paso, permitiéndole caminar a su lado. Los dos cruzan la mirada y se observan mutuamente.

Ahora que lo ve más de cerca, se fija en que es un muchacho atractivo. No es que sea galán, pero tiene algo en su rostro que le parece atractivo. Son sus ojos, esa mirada avispada e intensa. Y su sonrisa, cautivadora. Pícara y desconcertante, que oculta secretos tras ella. Aún así, es su voz, suave y profunda, la que más le ha impactado. Es sensual. Cada sílaba que pronuncia es como una dulce caricia en su oído. Quiere volver a oírlo hablar. Así pues, opta por volver a hacerle la misma cuestión que él había decidido ignorar.

    - ¿Cómo es que soy diferente a las demás? ¿En qué me diferencio al resto? ¿Y a quién te refieres?
    - Muchas cosas quieres saber - la detiene él, antes de que siga escupiendo preguntas. Ella guarda silencio, esperando a que finalmente se decante a saciar su curiosidad. Al menos, se contenta, ha vuelto a oír su voz -. Me refiero al resto de mentes, pequeña. Tú que tanto te detienes a mirarlo todo, tú que observas los detalles que tienes alrededor, pero que al mismo tiempo eres tan ingenua que ignoras los detalles que más deberías desentrañar.

Su lengua viperina sigue soltando frases y palabras bonitas, envenenando los oídos de la muchacha con halagos que la hacen sentirse grande e importante. La autoestima y la confianza que había ido perdiendo los últimos días se ve elevada gracias a las vitaminas lingüísticas que escupe el muchacho de sus perfectos labios, arqueados en una linda y cautivadora sonrisa. La muchacha se siente sonrojar y su estómago se comprime, emocionada por la descripción tan alentadora que está recibiendo sobre su persona. La mente acepta orgullosa el veredicto tan positivo que dictan sobre ella, aunque no conozca las credenciales de quien lo recita.

El camino se hace ameno, según van intercambiando frases. Una vez que ha ganado su confianza, el muchacho le habla del mundo. Le muestra su desconformidad por cómo se rige, la monotonía de la igualdad y los estándares poco distintivos de la felicidad. La muchacha no entiende muy bien a qué se refiere, pero escucha atentamente a los argumentos que le plantea y reflexiona. Lo que le dice parece retorcido y negativista, pero ciertamente, la lógica con la que lo expone es firme y contundente. Él piensa que hay algo más en la vida, más de lo que la gente espera de ella. Más de lo que la gente dice que hay. No todo gira en torno a conseguir esa supuesta "felicidad". Hay algo más profundo. Un significado más grande. Algo que hay que hacer y que no todos pueden conseguir. Pero que ellos pueden lograr. Porque ellos son diferentes al resto. Son más que el resto. Son especiales. Son brillantes. La muchacha se siente cautivada por su forma de expresarse.

En su fuero interno, la muchacha reflexiona por lo que le está diciendo aquel muchacho que la llevaba observando desde a saber cuándo. Un pensamiento recorre de un lado a otro de su cabeza. La mente cae en la cuenta de que ella misma piensa que es genial, superior a otros. Ella es fuerte, por eso camina por su cuenta, no se deja ayudar por los demás, porque ella es autosuficiente. Ella puede luchar sola, porque es imponente, formidable, inigualable. Nadie hace las cosas como ella las hace. Sonríe para sí, orgullosa. Se siente envalentonada, más de lo que pueda siquiera recordar haber sentido antes. Lanza una mirada furtiva al joven que la ha hecho sentirse así, agradecida por haberlo encontrado en su camino. Sus ojos se encuentran. La niña inocente y racional se avergüenza por ser pillada de infraganti, aunque a él no parece importarle. Es más, sus ojos se cierran un poco y sonríe abiertamente.

Un ruido en el camino los saca de su ensimismamiento. Atraídos por un murmullo giran la cabeza y se fijan en unos bichejos extraños que hay en medio del camino. La niña curiosa e inocente se detiene, preguntándose qué es lo que son. Nunca ha visto seres tan raros. Sus cuerpos son alargados, blanquecinos, y se retuercen de lo largos que son, formando nudos como los de un cordón. Sus torsos le recuerdan a los gusanos. Gigantes gusanos blancos. Aún así, su cabeza no es la de un gusano. Es alargada, con pico y ojos negros a ambos lados de la cabeza. Tiene unos pequeños brazos a cada lado del cuerpo. ¿Qué demonios son?, vuelve a preguntarse, asqueada de la imagen de tales cosas, a falta de ponerles un nombre.

Sus cuerpos enredados le hacen complicada la tarea de contar cuántas de esas... cosas hay. Se guía por las cabezas-hocicos y enumera un total de cinco. Están tan cerca los unos de los otros que resulta difícil saber qué hacen, aunque la mente racionaliza y llega a la conclusión de que están enzarzados en una pelea. Uno de ellos, al menos, parece estar mordiendo el cuerpo de otro de ellos, aunque resulta difícil descubrirlo, porque no sabe si realmente es el cuerpo de otro de esos gusanos o el cuerpo del mismo al que pertenece tal cabeza... La mente se desconcierta con tal juego de imagen.

El muchacho, a su lado, parece haber llegado a la misma conclusión que ella. Lo ve acercarse a los seres, posiblemente con intenciones de intervenir entre ellos. Lo sigue, animada. Intentará ayudarlo, ella que se considera buena niña, responsable y trabajadora, veladora de la paz. Odia las peleas y no le gusta ver que alguien salga herido. Los dos llegan hasta los bichejos. La muchacha agarra la cabeza que muerde el cuerpo e intenta tirar de ella, pero se encuentra con la dificultad de que su mandíbula se aferra con extremada fuerza a la carne del otro. Tira y tira, pero no logra hacer que lo suelte. Se gira al muchacho, esperando su ayuda. Él la está observando con curiosidad, pero al cabo de un rato descubre que por sí sola no puede con la situación y opta por intervenir. Lo ve tomar un palo del suelo y antes de que la mente procese lo que se dispone a hacer, siente el golpe del arma improvisada golpear la cabeza del gusano. Un ruido sordo, como si algo se rompiese dentro del cráneo, la asusta. Suelta al bichejo y retrocede, analizando lo que está ocurriendo delante de sus narices. El muchacho alza el palo en el aire y asesta un nuevo golpe en el torso del bichejo, una y otra vez, una y otra vez...

   - ¡PARA! - grita la muchacha, aterrada. Oye los gritos ahogados del bichejo, su cuerpo alargado y retorcido contorsionándose del dolor. Los demás gusanos parecen temblar, compartiendo el miedo de la cría -. Ya es suficiente - implora -, ha aprendido la lección.

Su voz parece alcanzar la atención del joven, porque se detiene y se gira a observarla. La muchacha siente alivio, pero esa sensación se congela en cuanto repara en los ojos oscuros, encendidos por la malicia, del muchacho.

   - ¿Qué lección? - inquiere él, no comprendiendo a lo que se refiere.
   - No va a seguir haciendo daño al resto - masculla la inocente niña.

Lo ve parpadear, incomprensible de lo que le dice. Aún así, no sigue en su cesante intento de golpear al bicho. Ella suspira aliviada, creyendo que por fin vuelve en sí. Se alegra de que haya querido ayudar a la fea criatura, aunque no tenía por qué excederse. Le sonríe en forma de agradecimiento. Pero su sonrisa se enfría cuando vuelve a cruzar la mirada con la de él.

Tiene una expresión enfadada, fría. Ella se pregunta qué le pasa. La criatura se retuerce en el suelo. Atrae la atención de los dos, que se vuelven a él. Los demás gusanos se han alejado y sólo él permanece cerca de ellos, lanzando gruñidos y jadeos desesperados, seguramente queriendo respirar. Deben de dolerle mucho los golpes que le ha asestado. La niña, compasiva, siente lástima por él. Se acerca, queriendo tocarlo y tranquilizarlo, pero antes de poder alcanzarlo, el palo que sujetaba el muchacho vuelve a descansar con un ruido seco en medio del cráneo de la criatura, que grita de dolor.

   - ¡Basta! - grita ella desesperada. Aún así, él ignora sus súplicas y sigue apaleando al extraño ser. Lo observa aterrorizada. No entiende qué le pasa. Lo que antes había interpretado como preocupación por el resto de bichejos, ahora comprende que es diversión. Se está divirtiendo asestando esos golpes a la indefensa criatura. Está disfrutando de su sufrimiento. Eso la asusta.

Cierra los ojos, a punto de echarse a llorar. No es posible que sea verdad, no puede ser tan cruel, quiere creer.

    - Por favor para - solloza.
    -¿Por qué debería? - lo oye preguntar. Abre los ojos de golpe y le clava la mirada. Tiene una extasiada sonrisa dibujada en el rostro que hace poco le había parecido atractivo. Ahora le parece la viva imagen de la locura.
    - ¿Por qué disfrutas con eso? - murmura, temerosa por la posible respuesta.
    - ¿Acaso tú no? - es lo que recibe a cambio, con tono incrédulo.
    - ¡Por supuesto que no! - exclama, desesperada.

La sonrisa desaparece del rostro del muchacho y se convierte en una mueca de desprecio. Se ha enfadado, comprende la cría.

   - Somos superiores - proclama el joven, solemne -. Somos mejores que estos adefesios a los que intentas salvar. Ellos son escoria, basura que no sirve para nada. Tú y yo somos grandiosos, únicos en este mundo...

La joven inocente y racional no encuentra lógica a lo que está escuchando. ¿Acaso por ser superiores tienen derecho a destrozar a aquellas criaturas, por muy horrendas y abominables que sean? La simple idea hace que un escalofrío le recorra la espalda. Niega con la cabeza.

    - No... - masculla.
    - No, ¿qué?
    - No voy a escucharte.

Decide darle la espalda y se pone a andar con paso firme y rápido. Esto llama la atención del chico, que se pone a andar, dejando atrás al bicho, que se retuerce en el suelo, pero no suelta el palo con el que lo ha arremetido. Se lo carga sobre el hombro y la sigue, entretenido por su reacción. Disfruta viéndola "sufrir" a ella también, piensa la muchacha.

   - ¿Te has enfadado? - lo oye preguntar. Ella lo ignora, acelerando el paso, queriendo alejarse de él. Esto parece irritarlo, aunque a juzgar por el tono burlón, es difícil de decir -. No escondas que una parte de ti ha sentido excitación al verme hacer eso.
   - ¡No! - exclama ella, queriendo hacerlo callar. Lo oye carcajearse, con esa voz tan cautivadora y a la vez tan sádica. Acelera el paso. Se concentra en el camino que tiene delante, queriendo que llegue al pueblo de una vez. Necesita ver más gente, perderse entre ella... Alejarse de ese muchacho tan extraño y tan peligroso.

Sus súplicas parecen ser escuchadas, ya que consigue vislumbrar unas casas no muy lejos. Sí, allí encontrara el confort de otros. Sus pasos se hacen cada vez más rápidos, el miedo que la azota es el combustible que la apremia a alcanzar el pueblo. Se relaja un poco al ver el tumulto de personas. Tras ella, oye al muchacho gruñir.

   - Y ahí tenemos a la plebe - murmura irritado. Extrañamente, la niña se siente atraída por su comentario y duda en si detenerse o seguir en su huida -. Todos iguales, en la misma dirección. Unos atropellando a otros... El caos. No sé cómo puedes convivir con ellos.

Ella gira la cabeza y lo observa. Él enarca una ceja.

   - Crees que estoy mal de la cabeza - comenta, sin perder la calma. La muchacha se sorprende de su serenidad, pero especialmente porque parece haber vuelto la cordura a él -. Sé que es lo que parece, pero no es así. Yo soy la razón. Soy superior a todos ellos. Y en el fondo, tú lo sabes. Sé que has sentido lo que te decía. Sé que tú también lo piensas.
   - No soy como tú. Tú eres cruel...
   - Soy fuerte. Soy quien sobrevive. Soy quien nos mantiene vivos...
   - ¡Cállate! - le espeta, no queriendo oírle hablar más. Da un paso adelante. Necesita internarse en el bullicio, alejarse de él. Tuvo que haber seguido sus instintos cuando lo vio por primera vez y protegerse de él. Es peligroso...
   - No lo hagas - la amenaza. No hay dureza en su voz, sino que es calmado.

Ella duda, pero no se deja engañar por su preciosa voz. Toma fuerzas y echa a correr en dirección al tropel de personas que se golpea en la ciudad. El muchacho, al contrario de lo que temía, no la persigue en su intento por detenerla.

    - Corre mientras puedas - lo oye decir tras de sí. Curiosamente, se sorprende al ver que no la sigue -. Escóndete entre la gente. Ahoga tus miedos. Ahoga tus pensamientos. Mientras puedas, ignórame cuanto quieras.

Lo sigue oyendo a lo lejos, su voz cada vez más alejada, pero aún sigue persistiendo entre los murmullos de la gente. Quiere alejarse de su voz, de esa inquietud que le suscita su dulce y maquiavélica voz.

    - ¡Mente! - lo oye gritar. La niña vacila al pisar, pero ni siquiera el temor de caer de bruces al suelo la detiene -. ¡Ignórame cuanto quieras, yo siempre te buscaré!

Jadeante, con el corazón latiendo a mil por hora, sigue corriendo, queriendo alejarse de él. Ha perdido la razón por la que emprendió el viaje, los emparedados que le había dado su madre para su abuela han desaparecido. Pero ya no importa. No le preocupa no cumplir su tarea. Sólo quiere correr, huir de la locura. Huir del miedo que le causa. Quiere estar a salvo entre la gente normal. Sumergirse en el bullicio y no escuchar su voz. Por muy bonita que sea, por mucha curiosidad que sintiera por descubrir qué era lo que le ofrecía, le causaba demasiado pavor como para dejarse seducir... No... Ella era una buena niña, inocente y racional. No era malvada. Ni intensa. Ni libre...

Ah... De repente siente el cuerpo más ligero. El corazón sigue palpitando intensamente, pero ya no importa. Una gota fría le cae en la cabeza. Levanta la mirada al cielo y observa los nubarrones que se concentran sobre ella.

Vaya... él le había asegurado conocer un lugar donde siempre hacía sol. Por un momento, siente remordimiento por haberse separado de él. Mira hacia el camino. La gente se congrega cada vez más a su alrededor, pero las nubes no parecen tener fin. No hay forma de eludir la lluvia. Abandonado al único conocedor del lugar soleado, ella debería enfrentarse a ese tiempo desequilibrado.

La mente, que huye de la locura, se interna en el barullo de ideas. La mente, rodeada de tantas distracciones, intenta alejarse de la locura. Quiere poner distancia entre ellos. Quiere acallarlo. Se interna en un mundo desequilibrado en el que nada es seguro, en el que el tiempo cambia sin esperarlo y en el que el resultado jamás puede controlarse y donde no es seguro ganar o perder. En ese mundo de incertidumbre, la mente intenta alejarse de esa sombra que jura que jamás la perderá de vista. Él sabe dónde está. Sabe quién es ella. Y esperará y esperará hasta que ella baje su guardia y volverá a tentarla. Ella lo sabe. Temerosa de ello es por lo que quiere dejar de ser tan interesante a sus ojos, quiere ser como las demás. Sólo así, él perderá interés en ella y la dejará en paz. ¿No?



Mientras la mente está ocupada, no se da cuenta de su existencia. Conviven tranquilamente. A la sombra insana le parece divertido verla desperdiciar sus días con tareas insignificantes que no la satisfacen por completo, pero mientras no haya signos de tormenta prefiere ahorrar sus fuerzas y la persigue con la mirada.

¿Nunca has sentido a esa sombra?

En los momentos en los que los sentimientos son tan intensos que quieres explotar, algo se remueve en mi interior. ¿No has vivido nada parecido? Yo lo llamo rabia. La ira que te consume. El fuego que amenaza con comerte por dentro. Una oscuridad que tira desde lo más fondo de ti, llamando tu atención. Hay momentos en los que esa sombra que se oculta en lo más profundo me da miedo. Roza la locura. Es terrorífica. Siento que me observa desde una esquina, apoyada contra la pared, la cabeza ladeada y con una media sonrisa que me deja ver sus dientes. Es esa sonrisa de pequeño demonio, que intenta ser amigable pero que esconde algo siniestro, la que me pone los pelos de punta. Como si fuera a cambiar con el más leve soplo de viento y ese gesto se transforme en una mueca de desprecio y de rabia.

Su presencia se hace más fuerte esos días en los que sólo tienes ganas de gritar. En los que te sientes sola, una vez como cualquier otro más. Esos momentos de debilidad en los que sientes que luchas contra el tiempo, que apremia sin corazón, y tú luchas sola, sin mano a la que aferrarte. El demonio, por muchas máscaras que se ponga, no dejará de ser un demonio. De la misma forma, por muchas capas con la que intentes enterrarla, la rabia y la locura siempre persistirá ahí, arraigada a tus entrañas. En el fondo, sabes que es parte de ti. Es lo que te diferencia de otros. Es lo que te hace. Hermosa quimera. Inocente demonio. Dulce y cruel, todo al mismo tiempo. Te atrapa.

Hasta que por fin... sus gruñidos no pueden acallarse por más tiempo y esa hermosa bestia destroza los barrotes que la mantenían presa. Y grita con toda la energía con la que le has permitido alimentarse. Sus gritos persistirán hasta que se agoten sus fuerzas. Destrozarán todo lo que puedan por su paso.

Sólo entonces, pasado su apogeo, perderá algo de fuerzas. Alguna dulce nana la aliviará y la pondrá a dormir una vez más. Volverá a su esquina, volverá a sentarse, volverá a apoyar su espalda contra la pared. Descansará la cabeza y te observará con esa media sonrisa. Aguardará. Aguardará hasta que quieras escucharla. Podrás armarte de un escudo y podrás luchar contra él. Monstruo que se te presenta como reflejo oscuro de tu alma. Pero jamás te dejará.

Lucha infinita, hasta que unáis fuerzas.

domingo, 10 de marzo de 2013

Cerrar los ojos y ver esa estúpida cara con esa sonrisa y reirte sin proponértelo.
No sabes si es amor o qué, pero ya ha cumplido su cometido: sonríes.
Al menos por un día, o un instante, eres feliz.

domingo, 3 de marzo de 2013

Avanzar sin arrepentirte de lo que tú decides

Lo que yo piense te tiene que dar igual. Tú eres tú y vive como quieras. Yo haré lo mismo.

Mientras seas feliz y no me hagas daño con las decisiones incorrectas que tomes, no tienes porqué temer mi reacción, porque nada tiene que afectar en tu rumbo. Mientras estés seguro de que optas por aquello en lo que crees y no te arrepientas de ello, estaré feliz de que caminemos juntos por el mismo sendero.

sábado, 23 de febrero de 2013

Monstruo y Dios de la Muerte

- Veo que ha llegado la hora de pagar por mis pecados - susurró.
- Puedes considerarme tu dios de la muerte - comentó la joven con sarcasmo. El contrabandista volvió a toser, esta vez escupiendo sangre. Miró fijamente a aquel matojo desprovisto de sentimientos. No había disculpa en su mirada. No se arrepentía de lo que había hecho.
- Quiero saber el nombre de la persona responsable de mi muerte.

Ella lo miró por un largo rato. Vio la sangre resbalarle por las heridas, creando un charco cada vez más grande. Por último, lo miró a los ojos.
- ¿Es ésa tu última voluntad?
- Al menos quiero saberlo para llevarte conmigo al infierno.

Ella rió.
- Sólo te devuelvo el favor - puntualizó el contrabandista.

Esta vez, los dos se rieron.
- Es lo mínimo que me espera, supongo - aceptó ella -. A cambio, dime el tuyo, para saber de mano de quién voy.
- Te lo diré cuando acabes. Cortesía de un moribundo.

Ella suspiró.
- Mi nombre verdadero es Xiao-Sheng.
- Risa... curioso nombre...

Ella rió con sarcasmo. Se levantó. Los dos se observaron con detenimiento. La mirada de la muchacha denotaba tranquilidad. Cruel y ruda entereza. El hombre pensó que era demente sentirse tan serena en un momento como aquél. Tal vez estuviera loca. Con elegancia, ella lo apuntó con el filo de su espada.
- ¿A quién tengo el honor de matar hoy? - preguntó con serenidad.
- Jiuzhu - respondió el contrabandista -. Recuérdalo.
- Lo recordaré.
- Gracias - susurró Jiuzhu. Cerró los ojos y suspiró -. Mi dios de la muerte...

Le sonrió por última vez. Pálido. Desangrado. Derrotado. Frío. Moribundo.

Agarró la empuñadura de la espada con ambas manos. Se la llevó a un costado y atacó. Fue un corte limpio al corazón. Lo atravesó, de modo que la hoja de la espada se empapó de sangre. La empuñadura rozaba contra el pecho del hombre, que exhalaba por última vez. La sangre le cubrió las manos. Sintió la cabeza del contrabandista caer sobre su hombro.
- Que los dioses se apiaden de ti, Jiuzhu - musitó.

Se demoró unos segundos con él apoyado sobre ella. Con cuidado, retiró la hoja de la espada. Le cortó las ataduras que lo sujetaban a los árboles y lo ayudó a caer al suelo. Le acarició el rostro con delicadeza. Unas lágrimas cayeron sobre sus mejillas sin vida.
- Hasta pronto, Jiuzhu - sollozó -. Nos veremos en el infierno.


Capítulo 18
Monstruo y Dios de la Muerte
Memorias de una Tragedia
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Xiao Sheng = Risa
Jiu Zhu = Salvador

martes, 19 de febrero de 2013

La esperanza, supongo...

- Soy un monstruo, al fin y al cabo... Mis únicos amigos han sido otros asesinos como yo y prostitutas. No me merezco a buenas personas - agregó -. Estoy acostumbrada a la soledad. Llevo los últimos dos años esperando una muerte que no llega. Pero soy demasiado cobarde como para darle fin. La esperanza, supongo.
- La esperanza... - sonrió el hombre -. ¿Crees que el pasado nos perdona nuestros actos del presente?
- Eso espero, o sino estamos condenados.

Capítulo 18. 
Monstruo y Dios de la Muerte
Memorias de una Tragedia

domingo, 3 de febrero de 2013

Huída

Cuando veo luz, me asusto.
Cuando oigo voces, tiemblo.
Cuando me rodean, sucumbo
al silencio, a la sombra, al vacío.

El silencio se apodera de mi voz.
La sombra toma mi cuerpo y me hace invisible.
El vacío toma mis pensamientos y todo queda en blanco.
Blanco de luz, que me asusta, intimida, consume, aniquila.

En los momentos de oscuridad
siempre he deseado ser salvada por la luz.
Ahora, cada vez que soy tocada por la luz
no dejo de desear volver a la oscuridad.

No soy perfecta,
ni de lejos...

Temo la soledad
pero al mismo tiempo la anhelo.
Me asusta quedarme sola
pero tener que dar cuentas ante alguien me presiona
y me hace sentirme acorralada entre dos paredes de hormigón.

Deseo tener a alguien
paro cuando lo llego a tener me asusto
de su luz, de su voz, de su compañía.
El silencio me traga,
me convierto en sombra y carezco de vida y pensamiento...

Y huyo.

Mi corazón tiembla
y antes de dar oportunidad alguna me pide que corra.
Y por gran cobardía infinita surgida del vacío,
cedo a sus contradictorios deseos
y desaparezco entre las sombras que crea la luz
al chocar con el espectro que vaga sin rumbo alguno
pero que permanece ahí, quieto, sin saber a dónde se dirige
ni qué propósito le deparará la vida.

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Poema escrito en momentos en los que una intentaba encontrarse a sí misma.
24/06/08



miércoles, 30 de enero de 2013

Sombra

Si pudiese ser aquello que quisiera ser, pediría ser como la sombra. Sí, la sombra. Ponte a pensar: una sombra siempre está presente. Cuando hay luz, ahí está, siempre a tu lado, acompañándote a cualquier lugar; no puedes huir de ella. Ella tiene el poder. En la oscuridad, no hay nadie más grande que ella, lo envuelve todo, todo le pertenece. Ella tiene la soberanía.

Con suerte, puedes ejercer miedo a otros. ¿Qué más te gustaría tener? 

Puedes ser mala y nadie te diría nada, porque eres oscura. Todo lo tragas en la nada y la nada te pertenece. Intocable, nada puede hacerte daño. 

Todo lo escucha, todo lo ve. En la oscuridad, ella es omnipotente. 

Siempre acompañada, siempre imperativa. 
Siempre poderosa. 




sábado, 26 de enero de 2013

Venganza.

- Tenemos que cambiar el mundo... - prosiguió -. Dejar esta sociedad esclavista que nos mutila a los de abajo; debemos ser libres de nuestras vidas, debemos conseguir la felicidad. No puede ser que haya niños muertos de hambre, ni ancianos que mueran trabajando para otros... No puedo permitir que haya niños que sean separados por sus padres, y tampoco que los padres vean morir a sus hijos... Tu jefe era una pieza en ese sistema que maldice el destino de las personas. Aunque he de admitir, que lo que estoy haciendo ahora se aleja de mi propósito. Perdona, este caso es especial. Es por venganza.

El hombre pestañeó, sorprendido. Había seguido el hilo del monólogo, pero le desconcertó el cambio de sus pensamientos.

- Pues la estás llevando bien... - masculló -. Me estás haciendo sufrir tanto física como mentalmente.

Ella rió con sarcasmo. Aún siendo un moribundo, parecía tener más que suficiente vida. La tranquilidad con la que le respondió le asombró. Comprendió que aun sus malos actos, también podía ser un hombre agradable. Le pareció doloroso ese pensamiento, porque de ser así, estaba terminando con una vida que tal vez tuviera valor. Se sintió mal al pensar en el posible error que había cometido al creerse merecedora de juzgarlo.

Capítulo 18. 
Monstruo y Dios de la Muerte
Memorias de una Tragedia