martes, 19 de enero de 2016

Historias no tan lejos de la realidad

Todo comenzó con un malentendido. Extrañamente, toda buena historia parece creada con el mismo patrón. Nada de flechazos instantáneos, sino todo lo contrario. Protagonistas que se cruzan uno con el otro, y al menos una de las partes etiqueta como "molesto" o incluso "enemigo" al otro, cuando el susodicho, que no tiene más que intenciones pacíficas, es ajeno al pequeño demonio que lo empuja a lanzar un desafío en silencio.

En las historias, aquél que al principio guarda recelos, seguramente construidos debido a malas ocurrencias pasadas, traiciones, abandonos y soledad impuesta, comienza a ver que no había maldad en quien creía que se erigiría como su némesis, sino todo lo contrario, comienza a darse cuenta que pasar el rato es cómodo, entretenido y agradable. Quien al principio de la historia se mostraba como alguien frío, calculador y apático, ve cómo su corazón, que creía que estaba bañado en frío bronce, se ablanda y dentro de él prende una llama cálida y nunca antes visto.

Es curioso, la contraparte muchas veces parece no ser consciente de la evolución que está provocando. Es ajeno a sus encantos, o al contrario, siendo totalmente consciente de ellos, toma algo normal el cambio que produce en los demás, pero ignora su alcance. Da por hecho que chocar con otros tiene consecuencias, pero cree que serán pasajeras, y que a largo plazo, el río seguirá su cauce una vez establecida la nueva ruta por la que desembocará el fluir del agua.

En las historias, llega un punto en el que el protagonista jactancioso da un paso y desvela sus sentimientos, o al contrario, cuando hay alguna complicación, algún imprevisto que lo descoloca, sale por patas, queriendo alejar el objeto de su secreto deseo, no queriendo que la preciada estatua de bronce se resquebraje del todo. Ante todo, piensa, empujado por su antiguo instinto de supervivencia, él es quien debe protegerse. Y así, muchas veces en la historia, parece el fin. O simplemente, lo es.

¡Pero no! Por lo general nos tranquilizan con un giro de los acontecimientos. Fantasía, pensamos todos. Sí, así lo cree también el protagonista que daba la batalla como perdida. Sin embargo, a veces la realidad sorprende.

Aquí ya difieren las posibles alternativas. A veces, el protagonista toma una actitud madura y pacifista. Prefiere no estropear nada más allá de lo que pudiera ocurrir y se arma de paciencia budista y aguanta a pie de cañón. Se erige como defensor de una buena amistad y allí permanece, intentando conciliar sus sentimientos ocultos y el cariño que siente. Lealtad, será su lema, y blandirá el estandarte en cualquier batalla en el que se le requiera. El bronce será reforjado para convertirse en plata de ley.

Otra alternativa, más radical, y muchas veces depresiva, es que simplemente tire la toalla o se lancé a una pequeña depresión que se lleva ignorando llamadas, las amistades y engordando unos kilos de más comiendo helado que habitualmente suele ser de chocolate entre las mujeres, o litros de cerveza, ya bien sea rodeado de colegas en el bar o en la oscuridad depresiva de casa. Lo que sea con tal de saciar el vacío, que parece ser que está ligado con el estómago. Otros cogen al toro por los cuernos y se dicen que no, que todo lo contrario, ¡a cuidarse y a cambiar! Todo se arregla con un nuevo look, arreglado el exterior, el interior también (cosas de Personal Coaches, al parecer, es la moda  moderna). La perseverancia por lo general tiene su recompensa y puede que lleve a una nueva entrega con otro desenlace más agradable para el protagonista. O una visita al nutricionista por el colesterol en vena inyectado por las dosis de un dulce paliativo de la tristeza. En fin...

Pero la más aclamada por los telespectadores no es otra más que la mejor. La cabeza duda, el corazón persiste, y no se sabe si dar un paso adelante o tres para atrás. Cuando el protagonista que comenzó siendo beligerante está en esa lucha interna y está a punto de tirar la toalla, es sorprendido por las acciones de la contraparte.

Mensajes inesperados, confesiones de lo que eran ensoñaciones, bombones por San Valentín que nadie se esperaba, canciones cantadas por Mariachis bajo la ventana, un beso robado sin previo aviso... Una larga lista de posibles, con un mismo desenlace: no dejar que se escape.

No dejar que se escape. La oportunidad. La historia que se vuelve realidad.

Mil y una formas, mil y una versiones, mil y un desenlaces. Ninguna totalmente igual, pero diseñada bajo los mismos patrones, muchas veces creada con los mismos ingredientes. Pasión, cariño, atracción, interés, curiosidad, amor.

Se nos enseña a soñar. Se nos prefijan ideas en la cabeza, y de tanto escuchar las historias, de tanto leerlas, de tanto imaginarlas, queremos vivirlas nosotros también. Sin embargo, según las hojas de nuestra vida van pasando, y no llega el capítulo decisorio, nos desesperamos, creyendo que no será la historia que queríamos escribir ni leer. No queríamos la historia de misterio, ni novela policíaca, ni un manual de economía o ciencias políticas. Queríamos una historia agradable con su final feliz. Empecinados con ello, pedimos una extensión en el plazo de devolución del préstamo del libro.

Paciencia. Una buena historia requiere paciencia. El desenlace irá acorde a nuestras exigencias, a nuestras actuaciones, y llegará. No como lo habíamos imaginado, lo que será lo más divertido y más excitante, porque podrás vivirlo sin haberlo planeado. Y el desenlace... el tiempo dirá en qué deparará, pero si se conserva la perseverancia y se enfrenta a lo que tenga que venir con energía e ilusión... De seguro que no tiene que ser nada malo... Una realidad, nada envidiable a la historia ficticia...  




domingo, 17 de enero de 2016

Cobardía

Mi corazón late desesperadamente. Siento que el tiempo se ha congelado, pero curiosamente, mi corazón sigue bombeando sangre a toda pastilla. La razón es muy simple: lo tengo delante, observándome con esa cara de idiota con la que me mira cuando no me entiende. Y sin embargo, adoro esa expresión de estúpido que le deja.

Tengo ganas de suspirar, pero mi cuerpo no reacciona. Es como si ese rostro tuviera el mismo efecto que un botón de Pause y todo mi ser reaccionara ante ello. El aire queda atrapado en mis pulmones, queriendo salir, como esas palabras que se quedan aturulladas en mi garganta. Marcadas a fuego lento en mi mente y en mi corazón, con su nombre, pero que son incapaces de pronunciarse en voz alta. Tantas veces soñado el momento de escupirlas, pero incapaz de encontrar el momento propicio en el que dar el paso.

Cobarde como yo sola, sigo sintiéndome emocionada por esa sonrisa que me maravilla, me hace sentirme feliz, y tan especial, aunque nunca sabré si ese sentimiento es mutuo. No, hasta que finalmente levante las cartas de esta partida cuyo desenlace soy incapaz de predecir. ¿Algún día lanzaré mi apuesta y me arriesgaré a escuchar el veredicto?

Cobarde como yo sola, sigo en silencio, atontada por él y por ese rostro de idiota. Tan tonta, tan estúpida…

Tan enamorada.

miércoles, 6 de enero de 2016

Razones no faltan para ponerme a escribir. El problema radica en qué quieres plasmar, qué quieres contar. Qué es lo que te motiva para querer huir de la realidad y escudarte en las letras. Cuando estás atareado y no tienes tiempo ni para preguntarte qué haces con tus horas libres, porque no las tienes, no encuentras momento ni necesidad de evadirte del mundo. Bastante tienes con no perder el norte y seguir sabiendo en qué día vives. Sin embargo, alguien que ha tirado tanto de las palabras, que se relaja plasmando sus pensamientos, conscientes e inconscientes, en una hoja en blanco, llega un momento en el que siente la urgencia de escupir sus peroratas al primero que le sobre el tiempo para leerlas.

En qué he invertido mi tiempo y mis energías, me pregunto ahora, una madrugada en el que por fin me siento con ganas de ponerme a contarte algo una vez más. He disfrutado del buen tiempo, he trabajado cuanto he podido, me he relacionado con gente nueva, he extendido mis horizontes y he mejorado mi habilidad comunicativa en sociedad (dato importante en vistas a mi pasado como ser insociable), he comprobado que muchas veces, sin que seamos conscientes, podemos ser importantes e interesantes para los demás, aunque no seamos conscientes de ello.

En mi verano de aventuras personales, sin embargo, la imaginación no ha volado tanto como le hubiese gustado, ya que ha estado atareada en mil y una cosas que debía y quería hacer. La bruja de la imaginación se sentó en su banquillo a esperas de que le dieran un pequeño papel en el espectáculo, pero no había capital suficiente para darle unas frases más en el guión. Algún pequeño papel pudo interpretar durante una temporada, pero se cerró el grifo y ha tenido que aguardar demasiado, hasta el punto en el que a la llegada de la nueva temporada de teatro, se pregunta si su contrato se renovará y seguirá siendo parte del elenco protagonista. Los espectadores proclaman que vuelva, ya que es necesario para que el espectáculo siga siendo verosímil y entretenido. No sería lo mismo sin ella. Sin embargo, se merece un sacrificio especial para que todo sea perfecto. Aunque sabemos que la perfección no existe, es a lo que aspiramos todos, como personas enteras que conservan su espíritu íntegro.

Mi querida amante, mi vieja compañera de penurias y alegrías, te he abandonado. Me he dejado llevar por la algarabía y la acción y te dejé de lado. No he tenido tiempo de concentrarme en ti, solamente tuya, y ahora sé que no soy quién para reclamar tu afecto, pero ciertamente, ahora soy consciente de cuánto te he echado de menos.

Amantes de las letras, sí, vosotros me comprendéis. No porque tengáis historias que contar, es el ansia de necesitar expresar vuestras penas, vuestras rabias, vuestras alegrías y por qué no decirlo, vuestras locuras; todo ello nos empuja a seguir ligados a las palabras tecleadas una detrás de otra, tengan o no sentido. Por mucho tiempo, mi mente ha estado ausente, mi corazón se ha dividido, pero nuevamente, viendo el comienzo de una nueva temporada más, reclama que volvamos a ser una, me pide que la recupere y esta vez, no la deje escapar.

Vieja amiga de penurias, me vuelvo a sentar a tu lado, tomo tu mano y te suplico que me perdones. Vuelve a mí, sé mi parche que cure mis heridas y me ayude a mantener el corazón completo. Volvamos a volar, a imaginar y a dibujar juntas. Da igual qué sea lo que salga de nuestro tiempo invertido, la cosa es el viaje, no la meta en sí.


martes, 5 de enero de 2016

Condicionamiento humano, grilletes para el débil

Cuán hipócrita somos las personas.

Pretendemos hacernos creer lo contrario, pero así es, señores, la falsedad está en el orden del día, nos lo enmascaran con palabras bonitas y actos de engaño que como la misma palabra indica, ocultados quedan al ojo humano. Lo más gracioso, sin embargo, es lo ilusos que somos y alegamos no darnos cuenta. ¿Debido a qué? Al condicionamiento al que hemos sido sometidos durante años, gracias al cual se nos queda grabada inconscientemente en nuestra mente, así hay que tomarlo y no hacerle frente.

Dirás, sí, el mundo es cruel, la gente es mala, blablabla.  Generalizamos la situación, alienándola de nuestro propio círculo interno, el enemigo es el de fuera, pero pasamos por alto que en nuestro pequeño terreno cercado de relaciones del día a día, no hay excepciones que cumplan la regla. Y si los hay, tranquilo, que la sociedad señalará a tal persona con su dedo discriminatorio condicinándote a que pienses que es un/una radical, una persona triste y amargada, y como dicta lo que dice la mayoría, ¡cuidado!, ¡aléjense del enemigo!

¡Frena, colega, que te desvías del tema! Curiosamente, he aquí otro sometimiento de la mente humana, esta vez, una vía escapatoria habitualmente creada por uno mismo. La cobardía, o incapacidad de saber cómo enfrentarnos a una situación que no queremos batallar, nos lleva, a los supeditados, a buscar una forma de huir de una situación incómoda: eludir el tema y enfocarnos en alguna otra cosa. Total, somos pacifistas, ¿para qué darle vueltas a un asunto que no va a llevarnos a ninguna parte? Sabemos que tenemos razón, ¿por qué esforzarnos en imponérselas a otros? Pero... ¿es eso cierto? ¿Somos unos hippies que sólo buscamos la armonía, o somos víctimas de un comedero de tarro de quienes nos han implantado la creencia de que mejor no plantar cara a quien nos ha acostumbrado a que siempre deberá tener razón?

¿Aún te suena raro lo que te digo? No es de extrañar, tal vez esto no son más que paparruchadas surgidas a raíz de un momento exacto, una oportunidad que se me escapó de las manos de plantar cara a quién tenía su propia versión de los hechos, egoísta según mi creencia, normal para ella. Total, hay que echarlo todo, no guardarlo dentro, es lema común, pero dicho eslogan no contempla la contrapartida que la sinceridad como buena arma de doble filo, hace daño a quién va dirigido. Mi punto no radica tanto en sobre quién tenía razón o no, cada cuál tiene los mismos derechos que el otro en pensar lo que le venga en gana. Quiero llegar a lo siguiente. El convencimiento de tener razón, que tanta fuerza tenía al principio ya que contabas con argumentos de peso que te respaldaban en tu veredicto, se ve perturbado por una sensación que tu mente tiene gravada. ¿Y si estoy actuando mal?, germina la duda que se va extendiendo por cada recoveco de tu ser. ¿Y sí...?

Entonces, todo tu castillo de naipes tiembla, sacudido por un soplo de viento. Es ese "y sí" el que te hace dudar de tus argumentos sólidos, llevado por ese condicionamiento practicado en ti desde hace muchos años de relación con tal persona, la creencia de que tú eres culpable, tú eres quien actuó mal, porque el otro, como buena persona que es, siempre tiene razón. Así que, el enfado que sentías contra tu opositor ideológico se torna en duda y finalmente en remordimiento. Y te autoconvences de que efectivamente, tal vez tú hayas obrado mal. ¿Por qué debería alguien cercano a ti, tan bueno como es, querer buscar un enfrentamiento si no tuviera él razón? ¿Por qué iba el perro a cuestionar a Pavlov?

Unos son sometidos a la voluntad de otros, se nos condiciona a pensar que al final, el error está en nosotros, no en el resto. El grande se come al chico, al valiente que dice las cosas hay que alabarlo, al que se guarda secretos porque no le gusta compartir sus ideas, es un cobarde y un raro, quien no actúa como dicta el mundo, ¡a la hoguera con él!

Hablamos de comunidad, de respeto y de igualdad. Todos somos iguales, todos tenemos opiniones que valen lo mismo, todos tenemos libertad de expresión. ¡A sí, pero cuando lo que opinas, dices, haces, va en contra de lo que el fuerte impone, se le tacha de normal y se le etiqueta como insurrecto! Vivimos condicionados por personas que no actúan por interés científico, sino político, que juegan con nosotros por puro egocentrismo. Palabras bonitas. Actos que pretenden ganar tu confianza, para luego después poder jugar con tu mente, domesticarte para que no levantes la voz, agaches la cabeza, cumpliendo como dicta la categoría a la que se te ha impuesto a la que pertenezcas. Un condicionamiento de premios y de descargas de soledad si no cumples con lo que debes.

¡Viva la hipocresía!