domingo, 13 de diciembre de 2015

Vuelta al viejo ritmo

Repasaba fotos de un pasado reciente, sorprendiéndose de cuánto había acontecido en muy poco tiempo. Su vida había pisado el acelerador en una curva abierta, algo que le resultó curioso viniendo de ella, acostumbrada a un ritmo lento y calculado. Aquello le hizo ser consciente de cómo pasa el tiempo sin que uno se dé cuenta y cómo cambia el cómo se siente según la edad que se tiene.

Cuando era pequeña, cada día era una aventura, dejar pasar un día muerto no era gran dilema, pero al mismo tiempo, cada minuto de entretenimiento se sentían como una hora a apreciar y retener en el recuerdo. Recordaba aquellos veranos, tras acabar el cole. El miedo de no ver las caras conocidas hasta tres meses después, en el que cambiarían las vidas de los demás, pero el alivio del descanso de preocupaciones. Una semana en el pueblo era como un mes de aventuras, en el que retomabas viejas amistades que no habías visto por un año entero, pero que seguía siendo todo igual, como si se retomase en la misma pista de audio en el que se detuvo el casete y se siguiese grabando el programa. Al mismo tiempo, que darte en casa sin nada que hacer era otra aventura.

Según avanzaba en edad, sin embargo, la presión de quedarse en casa sin nada que hacer la amargó en cierto sentido, porque sentía que debía aprovechar ese tiempo, no dejarlo pasar en una pista de silencio, debía contener el mayor color, el mayor sonido posible, debía quedar grabado para la posterioridad.

Es curioso, pero así son nuestras vidas. Cuando somos pequeños, no nos agobia el tiempo. Somos dioses y señores de nuestro presente, no pensamos en el futuro, ni nos planteamos el pasado. Simplemente, hacemos lo que sale de nosotros, sin pensarlo dos veces. Según crecemos, las ideas preconcebidas se nos meten en la cabeza, y se nos manipula para creer que no cumplir esas expectativas es algo por lo que arrepentirse y sentir tristeza.

Eso mismo fue lo que más le llamó la atención según pasaba las fotos una tras otra. Había vivido tanto tiempo sintiéndose arrepentida por su ritmo lento y aburrido según voces ajenas, que había terminado por aceptar que su vida seguiría siendo arrítmica, embotada y sin altibajos. Por lo que, ver que en tan corto tiempo había dado un giro de 180 grados su situación social la asombró.

Esto la hizo recordar esas ideas que tanto vende Hollywood y las historias comerciales que tanto reclamo suscitan entre el público convencional. Ella, que por largo tiempo pensó que sería la "no excepción a la regla", admitió que era posible que la vida de una persona cambiase cuando menos se lo esperase. Cuando menos quería encajar, topó con un rompecabezas en la que la pieza que era encajaba. La sensación de cuando era pequeña volvió a ella, esa ansia de aprovechar el máximo el momento, en vivir el ahora, pero sin la presión de la edad ya adulta, simplemente empujada por la energía infantil.

Como en aquellos días de la infancia, la historia acababa al acabar el verano, una nueva temporada volvía a la televisión. Pero sin ser el final de la emisión, o el final del libro, la historia continuaba, ya sin guirnaldas, sin imágenes que dejasen constatado en un momento específico la ilusión del momento, sino que vivido en el presente, gravando esa sensación sólo en el recuerdo.

Cerró la ventana del ordenador que le trajo a la mente el último cóctel tomado con las amigas en su último viaje en su último día de vacaciones y volvió al presente. Sintiendo que, aunque ya había pasado aquella curva a toda pastilla, aún no había alcanzado la meta y había tiempo para recorrer el viaje. Como ya había probado el plato tan comercializado entre la población, podía permitirse reducir sus expectativas y con ello el ritmo, y volver a disfrutar de su tranquila vida, no por ello desprovista de emoción.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Estandarte hacia la victoria

Los momentos en los que te detienes y sientes son escasos, cada vez más. Así lo sientes según vas viviendo en este mundo de locos. Recuerdas la época en la que esos momentos de silencio en tu cuarto eran habituales de cada fin de semana, de cada hora suelta tras acabar las clases... Quedarte sólo contigo mismo era lo que estabas acostumbrado. Tan acostumbrado que pensabas que esa soledad te acompañaría toda la vida, que serías tú contra el mundo. 

Esa tirante desde lo más profundo de tu cuerpo, un extraño recoveco que serían incapaz de señalar... algo que se estruja, doloroso y triste, pero dulce y emotivo a la vez. Como una voz inocente que te llama con el corazón en la mano, queriendo que le escuches y que grites con ella. 

Extraños momentos de soledad. Acompañado por música que pretendías que acallara el silencio, que te hiciera olvidar la pena que sentías por pertenecer al otro bando del mundo. 

Sin embargo, esos días lejos quedan. Adiós la inocencia de la niñez, bienvenida la presión de esos años de adolescencia. Pero al igual que los siglos, esa época que parece interminable también pasa, se arrancan las hojas del calendario y nos graduamos de esos años que parecen eternos. Comienza la lucha interminable de encontrar tu lugar en el mundo, y en esa eterna batalla, las tristezas por no encajar van perdiendo poder, porque demasiado esfuerzo te requiere escalar para obtener un grado, obtener un conocimiento, obtener un puesto, definir tu futuro, tanto que a veces olvidamos el presente. Y pierdes la noción del tiempo. 

Según vas tejiendo pedazos de tela con el que vas definiéndote, el tiempo en tus manos también se ve estrujado, tanto tienes que vivir, tanto necesitas hacer... Ya no eres el despojo de lágrimas y tristeza que una vez fuiste. Ahora eres un matojo de mil y una ideas y trozos de carácter que intentas que encaje en un mismo ser. Creces y creces, hasta que ya por fin, como el vaso que colma con la última gota, te estancas. Para permitir algo nuevo, algo viejo debe dejarse marchar, algo debe evolucionar o debe desecharse. La regla de la selva. El campo de batalla. A estas alturas has aprendido lecciones, algún que otro consejo valioso que te hace ser consciente que en este mundo tienes que ser dinámico, tienes que amoldarte. Es por eso, que algunos mimetizan con su entorno y para seguir con el trayecto ajetreado y lleno de ruido esconden partes, pero sin llegar a desecharlas. Y avanzan y avanzan, sin tomarse el tiempo para revivir esos viejos cánticos de tiempos pasados que te hacían sentirte fuera del mundo, lejos de los demás. Ahora eres feliz, te dices a ti mismo, ahora formas parte del mundo. ¿Por qué querer detener el ajetreo, por qué dejar de disfrutar de la diversión?

No eres el único que vive corriendo sin detenerse, no te sientas mal. En eso radica nuestra vida, avanzar y avanzar, jamás quedarnos atrás. Ya no es momento de sentarte y quejarte, ni llorar como lo hacías en tu adolescencia. Ahora cuentas con la fuerza suficiente como para permitirte ser independiente, tener un buen par de huevos y no tener que agachar la cabeza. 

Pero en este caminar tan rápido, sin rumbo fijo, a veces nos topamos con otros que nos hacen detenernos un momento. Es en ese instante, cuando te ves reflejada tu imagen en los ojos de esa otra persona cuando te preguntas quién eres en este mismo momento, qué te llevó allí y qué te hace ser quien eres. Es entonces, cuando sacas un poquito de tiempo para inspeccionar qué es lo que te hace ser especial a esos ojos que se han detenido en ti, cuando te pones a pensar qué quieres ser, y vuelves a sentirte inmerso en ese especial momento, como cuando eras aún un cachorro perdido, que intentaba sobresalir de esa marabunta de espectros. Y es entonces, cuando quieres volver a recuperarte, no seguir siendo arrastrado por la corriente, querer plantarte ahí mismo y recuperar el mantón que has terminado tejiendo y mostrarlo al mundo como tu propia bandera y símbolo de quién eres. Y con el estandarte recuperado, con ello tus fuerzas y el orgullo de volver a encarar una nueva batalla. 


miércoles, 2 de septiembre de 2015

Bla bla bla, palabras sin sentido "aparente"

Hay momentos en los que me gustaría gritarle al mundo. Acallar las voces y que el silencio reinara para poder apreciar esas voces que de verdad merecen la pena ser escuchadas.

No soy nadie, ni creo que nunca lo llegue a ser en este vertiginoso mundo con tantas personalidades más importantes que yo. Tal vez deje algún resquicio en las mentes de equis personas, tal vez los recuerdos acerca de mí se vean difuminados por la distancia y el tiempo, igual que esas historias, esas canciones que escuchas en cierto momento de tu vida y crean un impacto en ti, que en ese mismo instante crees que es profundo y recordarás durante toda tu vida, pero que al final, el tiempo hace que olvides ese sentimiento, hace que se quede cubierto de polvo que atenúa su fuerza.

Sin embargo, existí. Igual que existieron, al menos por un breve instante en el infinito universo que se expande y se comprime, cuyo fin no llegaremos a conocer, mis sentimientos, mis ideales, mis creencias. Señalaría al mundo, a las personas que habitan en él, y les gritaría que se detuvieran en ese interminable caminar con rumbo al paraíso del egoísmo. Suplicaría por la bondad que creo en mis buenos momentos que alberga el ser humano; rogaría que se dejase a un lado el corazón humano y se contemplase por un largo instante de silencio el daño que estamos causando. Agradecería el intento de un cambio, de un esfuerzo por la igualdad, por la compasión... ¿Porque nos cuesta tanto recuperar la inocencia de la niñez?

Listaría sin encontrar un final todo lo que me gustaría decirle al mundo. Sin embargo, sé que nunca llegaría a ningún puerto a no ser que hiciese un grandísimo esfuerzo. ¿Cómo se traduce eso? En dinero, contactos y suerte. Algo que por ahora no cuento, igual que todas esas voces que jamás serán escuchadas, al menos por las personas que podrían ocasionar un cambio. Quedará el trabajar duro, crecer, luchar, escalar, hasta que consiga moldear mi voz para que sea tomada en cuenta entre el barullo sin sentido al que está acostumbrada la emisora. ¿Cómo lograrlo sin que cambien las bases de lo que me hace ser quien soy?

He ahí el rompecabezas cuyas reglas para resolverse van cambiando según los caprichos de unos pocos dictadores.

sábado, 30 de mayo de 2015

Canto de sirena

Te paraste a pensar qué es lo que querías hacer en tu vida. La respuesta parecía simple, pero en realidad guardaba más misterios de los que tú pensabas. Lo primero que te vino a la cabeza al hacerte la pregunta fue que querías recorrer tu propio camino y crecer como persona, cumplir tus sueños y esforzarte para conseguir tus objetivos, que eran convertirte en alguien admirable. En tu caso, el primer paso para ello era concentrarte en tus estudios, sacarte la carrera y forjarte un futuro. Aunque ciertamente, ese futuro más bien incierto debido a las circunstancias del momento te hacía dudar de si el esfuerzo de dedicar todo tu sudor en conseguir esas notas tan ansiadas valía la pena. Así que modificaste tu deseo. Lo agrandaste, lo extendiste. No sólo tu futuro, tu carrera, sino querías sentirte completa. Hacer lo que te hacía feliz, malgastar el tiempo con la gente que te hacía reír, ver series que te robaban una sonrisa. Sí, eso era suficiente. Querías volver a recuperarte, ser tú contra el mundo otra vez, no tener que depender de otro, ni que otro dependiera de ti. Como siempre, tú contra el mundo. Firme, lobo solitario, independiente, luchador.

A veces perdías esa entereza. Cuando te ponías a mirar a tu alrededor te parabas a pensar que había algo mal en ese planteamiento que habías hecho con tu vida. ¿Lo normal no sería buscar el amor, o ansiar encontrar a una persona con la que compartir los momentos más felices de tu vida, ser querido o querer a alguien? Desde que tienes memoria siempre has sido receptor de mensajes que intentan convencerte de que el amor es lo más importante en la vida. ¿Cuántas películas has visto en el que el protagonista decide vivir una vida motivado por el trabajo en vez de encontrar el amor o formar una familia, porque sino su vida está vacía? Esos mensajes que intentan convencerte que si estás solo serás infeliz y que debes encontrar al amor de tu vida, casarte y tener hijos... Sinceramente, te toca la moral, porque estás convencido de que lo hacen para que seas igual que todos los demás, y eso está en contra de tus principios. Porque piensas que sería la vía fácil, te convencerías de que eres feliz porque todo el mundo aspira a tal meta, y dejas de autorealizarte.

¡Cuán fácil es dejarse vencer por esas ideas prefabricadas! Cuán fácil es dejar que te laven la cabeza. Lo difícil es mantenerte en tus trece, mantener enfocado el final que quieres alcanzar, ignorar el canto de las sirenas que le guían por ese otro sendero.

Pero... ¿acaso es tu planteamiento el correcto? ¿Estarás realmente dejando pasar una oportunidad de oro, estarás ignorando la posibilidad de ser feliz, aceptando el camino que posiblemente sea el más fácil y sencillo?

Tu cabeza, en cuanto se despista, se deja llevar por las dudas. La parte sensible con la que creciste llora en su recoveco, pidiéndote que por favor, la escuches por una vez y te permitas ser como el resto. Pero otra parte de ti, aquella que te asegura que eres diferente al resto y que sólo por eso deberías esforzarte más en defender tu rareza, te grita que no te dejes engatusar. No, sé tú mismo. Logra lo que nadie más puede hacer. ¡Brilla!

En una historia, las sirenas nunca ganarían. A no ser que el personaje esté destinado a fracasar y ése sea el destino con el que fue creado en la historia. En la vida real, ¿cuántas personas dejan de lado su propio futuro brillante, abandonan esa parte que las hace únicas, sólo para sentirse aceptado por el grupo "guay" que se hace llamar la "sociedad normal"?

La gran incógnita que te acecha es si tú, orgullosa, que creciste teniendo sueños espectaculares en mente, serás capaz de mantener tus convicciones y pasar por alto la oportunidad que parece estar brindándote la vida de obtener la vía "fácil" y comúnmente la más "feliz" sólo por perseguir un sueño cuyo porcentaje de éxito es inseguro. La evitarás dependiendo del grado de confianza en tu propia capacidad, del grado de ánimo con el que cuentas para seguir luchando y las fuerzas externas, como variable exógena de la ecuación, que te pueden ayudar a mantener tu enfoque.