domingo, 14 de febrero de 2016

Grito de ayuda

Era un recreo como otro cualquiera. La campana había sonado y la jauría de jóvenes había salido en estampida fuera de las aulas. Salvo ellas, como otros pocos, que por alguna razón preferían la tranquilidad del aula en vez del frío de la calle, para hablar de las cosas que por aquél entonces murmuraban las chavalas de quince años. Acogida por su grupo de amigas, como era de costumbre, ella también intentó participar en su charla, pero como solía ocurrir tantas veces, se sentía ajena a la conversación. Los temas a tratar no la instaban a aportar nada que sobresaliera sobre cualquier otro comentario en boca de las demás tertulianas, por lo que, como siempre, se relegó al puesto de oyente. Aguardó en el banquillo, esperando que llegara alguna oportunidad en la que pudiera intervenir y aportar algo a la charla. Pero el tiempo pasaba y, en vez de encontrar las fuerzas o la oportunidad de decir algo, terminó por perder el hilo de la plática y volvió a encontrarse, como ya era costumbre, sumida en sus propios pensamientos.

La embargó aquella extraña sensación que a aquellas alturas poco le quedaba por habituarse a ella. Se vio a sí misma, fuera de su cuerpo como el insecto que muda de piel, en aquella incómoda situación en la que pretendía integrarse pero en el cual no se encontraba cómoda. Veía su cuerpo, vacío de espíritu, reírse por la broma hecha por la amiga A, asentir ante el comentario jocoso de B y darle una palmadita de apoyo a C por alguna pena que hubiera acabado de compartir con sus amigas del alma. Se vio a sí misma, actuando como un robot, queriendo compartir una ilusión y unos sentimientos con otros humanos, cuando realmente era incapaz de sentir empatía. Sintió lástima por sí misma.

Este sentimiento, tan conocido, la hizo volver en sí. Se vio allí sentada, en aquella especie de círculo malogrado entre los pupitres, en cuya esquina, más alejada de las demás, se encontraba ella sentada. Repasó con la mirada a sus amigas y reparó en cómo ninguna le prestaba atención, tan absortas como estaban en su charla. En ese momento, fue consciente de que si se alejaba, ninguna la recriminaría. Así pues, con calma de no hacer ruido y cortarles el rollo, se incorporó y se acercó a la ventana.

Hacía sol, aunque aún hacía frío en la calle debido a que aún era febrero. Pero las bajas temperaturas no parecían importarles a los demás chavales, que felices parecían corriendo tras balones en el patio que quedaba al otro lado de las ventanas un poco empañadas por el cambio de temperatura. Apoyó la mano izquierda en el cristal, sintiendo el frío en su piel. Por fin algo que sentir, pensó. Observó el panorama del patio de recreo. Todos parecían tan felices… Tras ella, las estridentes risas de sus amigas la hicieron ver que ellas también se lo estaban pasando bien. Se sintió triste. ¿Por qué solo ella no conseguía sentir felicidad? Se giró, dando la espalda al cielo azulado, y observó a las cuatro chicas que tenía a escasos metros, que seguían a lo suyo sin reparar en ella.

¿Por qué sentía aquella distancia? ¿Por qué sentía que no pertenecía a aquel lugar? ¿Por qué su mente no le permitía obviar las preguntas y le ayudaba a pensar en cosas que decirles, en vez de atormentarla con esa idea de que ella no pertenecía a allí? ¿Por qué no podía ser normal, como todos los demás?

Tantas veces se había hecho esa pregunta… ¿Por qué no podía ser normal? ¿Por qué tenía que darle tantas vueltas a las cosas, por qué no podían gustarle los asuntos triviales de chicas: moda, novios, cotilleos, programas de televisión…? ¿Por qué no podía entender a sus amigas, por qué no tenía nada en común con ellas? Lo había intentado tanto, se había esforzado en encajar, habiendo creado esa crisálida que la había ayudado a hacerse un hueco en aquel grupo. Aquel “modo automático” conseguía hacer llevadero los días, pero al final de la jornada, cuando volvía a casa, se sentía cansada, desprovista de ánimos y de ilusión. ¿Por qué, sin embargo? Tenía un sitio, tenía amigas. No estaba sola. Y aún así, ¿por qué se sentía tan sola?

Igual que se había comenzado a acostumbrar a esa sensación de abandonar su cuerpo y observarse desde un tercer plano cómo actuaba como una marioneta, la inundaron las ganas de querer gritar desesperadamente, queriendo llamar la atención de aquellas que, aun siendo sus amigas, aquellas a las que tenía cerca, sentía tan alejadas de ella. La invadió la rabia, un fuego inmaterial que la abrasaba desde dentro, las ganas de querer destrozar todo cuanto tuviera a mano, con tal de dejar sacar todo lo que guardaba dentro, sus sentimientos, sus pensamientos… Su personalidad real.

Sin embargo, disfrazada por aquella careta falsa que se había obligado a llevar para encajar en aquel pequeño grupo que suponía el salvavidas en aquél mar de soledad y de amargura, nadie reparó en sus ojos vidriosos, las lágrimas ocultas tras un rostro impasible. Su grito silencioso fue igualmente ignorado por la algarabía que envolvía a las jóvenes saludables y normales.

Aunque la rabia aún la apremiaba a actuar, a gritar, a chillar, a dejarse oír, nada se atrevió a hacer, tan cobarde como era, tan amaestrada como estaba a agachar la cabeza y a no destacar, tan acostumbrada como estaba a no dejar que su mente hablara… Perdió la oportunidad, cuando finalmente el timbre de la reanudación de las clases sonó, dando fin a la batalla interna entre quien quería ser y se obligaba a ser por sentirse aceptada por la falsa sociedad.

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